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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

La derecha antidemocrática

07 de abril de 2017 - 00:00

La derecha argentina se envalentonó con una marcha donde juntó alrededor de 30.000 personas. Mucho más de lo que suponían, mucho menos que lo que se logra en las marchas opositoras, que apenas 10 días antes conjuntaron 500.000 manifestantes de una sola vez. No importa: esa derecha necesita poco para creerse popular. No está acostumbrada a la gente en muchedumbre, y se marea fácilmente. Lo curioso es que en vez de llamarla ‘marcha oficialista’, la llamaron ‘marcha por la democracia’.

Defender al gobierno macrista es defender a la democracia, suponen. Raro: hace apenas un año y medio hacían cacerolazos y marchas pidiendo no solo la salida, sino incluso la muerte de la presidenta Fernández de Kirchner, y no les parecía que ese comportamiento fuera antidemocrático. Hoy, nadie pide la salida del presidente: se pide que corrija el rumbo.

Aunque es cierto que, conceptualmente, capitalismo neoliberal y democracia no son convergentes: por el contrario, son incompatibles. La exclusión social generalizada afecta derechos primarios e inalienables y transforma a los ciudadanos en parias, condenados apenas a subsistir, y sin ningún horizonte de presencia en el espacio de lo público y lo colectivo. Esa derecha que se autopretende garante de valores institucionales es la primera en burlarlos; así lo hacía en su brutal y constante ataque al gobierno popular anterior, lanzado con una saña y una falta de límites realmente notable.

Así lo hace hoy en el gobierno, con una persecución de espionaje a los opositores denunciada incluso por Pagni, un periodista que les es cercano. O pretendiendo por decreto poner jueces en la Corte Suprema (hecho realmente insólito), o sosteniendo a un presidente con seis imputaciones judiciales en 15 meses como es Macri, o lanzando un decreto que permite a familiares de Macri blanquear dinero tenido fuera del país.

Y no solo en Argentina suceden esas cosas; parte de la democracia es saber perder y no arriesgar la paz de millones de ciudadanos con acusaciones temerarias. En el país sureño, a la derecha se le ocurrió denunciar un fraude inexistente en la pequeña (pero muy poblada) provincia de Tucumán, durante el gobierno de Cristina de Kirchner; hubo una elección poco después, esa misma oposición perdió ruidosamente y todo el cuento del fraude quedó sepultado.

El juego de la democracia consiste en respetar sus reglas. Los que creen que violándolas pueden sacar ventajas, ven demasiado cerca; apostar al caos implica efectos imprevisibles, incluso para quienes lo provocan. Y el caso argentino es elocuente: hoy piden respeto institucional, los mismos que hasta ayer llamaban a romper las más elementales bases de la convivencia política pacífica. (O)

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