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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

¿Gato por liebre?

27 de febrero de 2017 - 00:00

La insolencia con que algunos pequeños pero bulliciosos sectores quiteños (expuestos por los medios privados como si hubieran sido contratados para ello) se manifestaron la semana pasada para obligar al Consejo Nacional Electoral a declarar la segunda vuelta muestra la conveniencia del uso de la calle en situación fingidamente límite. Pero esta evidencia debería alertarnos sobre el talante irracional de sus consignas, machacadas en calles y otros vehículos de expresión pública como son medios y redes sociales.

Si en el pasado calles y plazas fueron tomadas por la izquierda tradicional, los movimientos sociales y las organizaciones populares, hoy esas mismas calles pueden convertirse en el escenario de un activismo conspirador contra el estado de derecho por unas clases (la media —aspiracional— y la alta —inamovible—) que ideológicamente pugnan por dominar el sentido (común) de la política local. Sus discursos se mueven entre defender una república de élites, al mejor estilo poscolonial, y un llamado explícito a las Fuerzas Armadas para controlar no solo a la gente que piensa, vota y gobierna diferente sino para preservar, coercitivamente, el interés de clase con el que siempre ha coqueteado y sacado provecho un sector del uniforme verde oliva. Basta ver los videos de las manifestaciones de la semana pasada para comprobar que a esas personas no les importa la democracia sino que alguien de su clase las represente (bien) en el avemaría y los responsorios del poder político y económico.
El reclamo de libertad y libertad de expresión, para esas clases, incluye apelar y nutrir lemas fascistoides que confunden honradez pública con interés privado, orden social con plutocracia, institucionalidad con privilegio sectorizado y presión callejera con protesta social. Tan es así que una periodista de su confianza se extrañó de la ausencia de los indígenas y trabajadores frente al Consejo Electoral. (Pero que no se afane la entrevistadora, ya varios de los ausentes revelaron su apoyo, no al pueblo, sino al candidato banquero).

Nadie dice que las inconsistencias detectadas en la sumatoria de sufragios son irreales y que no merecen una reacción de la ciudadanía, pero de ahí a afirmar que ha habido fraude es un desatino que pretende deslegitimar a una de las instituciones que sostiene uno de los derechos de la gente: votar con libertad y confianza de que su decisión reflejará su responsabilidad con la democracia.

Las últimas elecciones dejan reflexiones de las que hay que percatarse con sinceridad. Primero, que en Ecuador el tema de las clases sociales está más latente que nunca y que las élites siempre se asustan de aquello. Pero no dudan en salir a la calle para señalar su lugar mimado en la sociedad y su descaro para intentar conducir impunemente la opinión pública. (Lo peligroso es cuando las clases bajas lo hacen). Y, segundo, que esas mismas élites no están dispuestas a perder otra vez el control del Estado, es decir, su capacidad de maniobra con el interés privado, y, por eso, sin ningún rubor, invocan a los militares…

Pero a estas alturas ya se sabe que el pueblo descubre cuando le quieren meter gato por liebre. (O)

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