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El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz

Fidel Castro y el vigor del siglo XX

28 de noviembre de 2016 - 00:00

No hay peor cosa que reducir la historia al nombre de un hombre. Pero hay algo mucho peor: desconocer la sublimación que hacen los pueblos de quienes traducen sus dolores e ilusiones. Fidel Castro condensa una porción de la historia latinoamericana y mundial difícil de ignorar en un tiempo que cree que el siglo XX solo dejó cosas terribles.

Las críticas que en menos de un día se han zurcido para deshonrar a Fidel Castro raspan el analfabetismo histórico. En verdad, no importa; porque desde la hipotética racionalidad democrática que algunos claman, se cuece una negación fatal: detestan la mitificación de una conciencia moral propia (latinoamericana, caribeña) y, sin recato, enseguida se postran ante el liderazgo místico y absoluto de los liberales.

¿Es una cuestión de ideología? Es obvio que sí, y, es que no hay nada más ideologizante que un semiburgués que recusa el origen de su sentido común y acicala su postura de vida invisibilizando la desigualdad social común. Es, además, como si no se pudiera aceptar que un antillano y su pueblo lograran ingresar a la dinámica política global moderna; porque ese rol solo estaría dado a quienes cumplen el ideario pero no la praxis del sentido intensamente complejo de una revolución. Incluso dicen que Fidel murió el 2 de enero de 1959, porque el poder apesta y hace apestar a quien lo ejerce. ¿Habrase visto un idealismo tan apático y fantasioso?

Lo cierto es que Fidel encarna el último esplendor del siglo XX con todas sus noblezas y objeciones. Un siglo que vio partirse la historia en trágicas luchas sociales y económicas, y marcó el paso de antiguas y nuevas doctrinas políticas que insuflaron en la humanidad poderosas ideas de ruptura.

Pero una revolución en medio de los tiburones adeptos del libre mercado, que por entonces avivaba la condena del estado (liberal) y también socialista, era una osadía que habría que refugiarse en los valores que el presente desecha: dignidad y convicción. Ergo, la palabra libertad se convirtió en el caballo de los jinetes de la batalla capitalista. Y Fidel en un dinosaurio que fustigaba la hipocresía de las metrópolis.

Su muerte nos obliga a decantar esas falacias; porque el altruismo religioso liberal sí se permite tener ídolos y dirigentes superiores, guías de una industria que aplasta mayorías y otros que predican milagros. Ese altruismo liberal, la homilía ideológica más efectiva de la modernidad capitalista, al parecer, ¿no implica fanatismo alguno?, ¿solo es un sueño, como el sueño de la libertad y soñar no cuesta nada? ¡Qué farsa!

Quizá la divergencia oculta algo muy profundo: elegir libertad y utopía simultáneamente. Pero, ¿qué es la utopía? La libertad real de hombres y mujeres: la utopía que nadie ha conseguido en lo concreto y a la que temen liberales y socialistas de salón. Fidel fue un rebelde que pensó la libertad y la utopía como formas constantes de disputa filosófica y terrenal.

Así, lo de Cuba fue y es el signo tácito de que una revolución no se hace sola y menos con el acorralamiento de los que hablan de libertad mientras lapidan la utopía de los buenos. Fidel Castro hizo lo que el siglo XX soportaba. A nosotros hacer lo que el siglo XXI no sospecha. (O)

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