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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

El paisaje quiteño (Final)

06 de julio de 2017 - 00:00

Una de las mayores alteraciones al medio natural en la región de Quito fue la destrucción de los grandes bosques nativos que antes poblaban esta región, de los que hablaran reiteradamente los cronistas y funcionarios coloniales. Uno de ellos hizo constar en 1573 que: “La tierra entre las dos cordilleras (a los lados de Quito) es buena para andar a caballo, aunque tiene algunos cerros y pedazos de monte. Las dos cordilleras es montaña brava donde hay grandes árboles silvestres e infructuosos”.

Robles, alisos, cedros, algarrobos, molles, sauces, saúco blanco y negro, arrayanes, nogales, capulíes y otras especies arbóreas fueron arrasadas para proveer de madera a la insaciable construcción de iglesias, conventos y casas de la ciudad. Y hasta las especies menores fueron arrasadas para proveer de leña a los numerosos hornos donde se quemaban tejas y ladrillos, para construir a la usanza española. Así, todo el espléndido paisaje arbóreo precolombino fue reducido a cenizas, para que pudiera levantarse esta nueva y reluciente ‘ciudad española en el Ande’.

Complementariamente se puso en marcha el plan de desecamiento de las lagunas de Quito. Estaba inspirado tanto en el ansia de ampliar las áreas de pastoreo de animales y las de cultivo de cereales en los ejidos de la ciudad, cuanto por la absoluta incomprensión que los españoles tenían de los sistemas de cultivo indígenas en zonas de humedal, que ellos veían como una expresión de primitivismo y rusticidad.

Sin exageración, podemos decir que, en cierta medida, aquí ocurrió algo similar a la experiencia indostánica de Mohenjo Daro, donde para levantar un palacio espectacular terminaron arrasando con la naturaleza circundante y tuvieron que abandonar finalmente la región. Acá, la destrucción causada por el fanatismo religioso y la imposición del sistema productivo colonial no llevó al abandono del lugar, pero causó una grave afectación en el medio natural, expresada en la alteración del ecosistema original, donde fueron eliminados sistemáticamente sus grandes bosques, así como sus lagos y humedales, provocando la desaparición de muchas especies endémicas y el alejamiento de las especies migratorias.

Es más, también habría que cuantificar la cantidad de muertes que ello causó en la población nativa, que vio alterados radical y violentamente sus modos de vida, que fue desterrada de su hábitat natural junto al agua, despojada de sus tierras y sometida a formas de trabajo parecidas a la esclavitud, todo ello para levantar y sostener la nueva y resplandeciente ciudad española.

Una ‘Descripción de la ciudad de Quito hecha por el arcediano de su iglesia licenciado Pedro Rodríguez de Aguayo’, indica: “La iglesia mayor es de cantería (piedra), grande, buena torre, la capilla mayor de bóveda, buen maderamiento de cedro y artesones… Esta iglesia se edificó desde los cimientos … yendo… todo el pueblo e indios a las canteras y hornos de ladrillo é lugares donde estaba la arena, trayendo los dichos materiales en sus hombros, mulas y caballos de rua; y así, en poco más de tres años se hizo el más suntuoso templo que hay en el Pirú”.

Podemos agregar que en los archivos hemos visto ciertos documentos coloniales que hablan de la muerte de decenas de trabajadores al caer los andamios durante la construcción del gran muro occidental del convento de San Agustín. Eso es parte del oscuro origen de esta gran ciudad colonial, proclamada en la actualidad como primer Patrimonio Cultural de la Humanidad… (O)

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