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El Telégrafo
Alfredo Vera

Del campo a la ciudad

18 de octubre de 2016 - 00:00

En el proceso que vive Colombia, a pesar de que en la consulta nacional triunfó la papeleta del No, es indudable que las fuerzas de la insurgencia, representada por los grupos levantados en armas, las FARC y ELN, vienen proponiendo que cese todo tipo de violencia, por la intención de lograr una paz definitiva, que permita unir a toda la familia colombiana, impulsar el desarrollo de sus fuerzas productivas, para conseguir la prosperidad de toda la nación.

El mundo sabe que no es fácil pasar de una era de violencia mortal y agresividad, en donde la vida no tenga valor, sino para aquellos que pierden a sus seres queridos, a otra en la que se pretenda que impere la paz y la fraternidad.

A nuestros vecinos del norte les ha llegado el momento de juntar sus esfuerzos y sus capacidades para impulsar su desarrollo y demostrar que no es posible diseñar un proyecto que permita a sus ciudadanos poner al servicio de su país las potencialidades para engendrar procesos que faculten a todos ellos a insertarse, junto a los demás pueblos del continente, en un conjunto de acciones, programas y planes de desarrollo que los ubique en la línea de gestar una estabilidad propicia para explotar su inteligencia y lograr la prosperidad, después de más de 50 años de paralización, precisamente, por esa violencia desatada sin piedad, entre hermanos provenientes del mismo suelo.

El mundo entero aplaudió la voluntad de los dialogantes, por su decisión de enfrentar la búsqueda de un camino que faculte llegar al destino soñado por décadas por las madres y demás familiares de las víctimas de la violencia, unas formas de convivencia y de gestión positiva en las que puedan conseguir aquello que tanto habían soñado cuando sonaban las balas disparadas por elementos de una misma patria y bajo un propio cielo que contemplaba la muerte sin piedad de hermanos nacidos bajo un mismo sueño de alcanzar la equidad, el desarrollo y la prosperidad de todo el conglomerado social, habitante de una misma patria.

Nadie se imaginó que en un país donde se había derramado tanta sangre y se había generado tanto dolor, y la violencia había campeado durante ese excesivo tiempo, hubiese podido negarse tácitamente el derecho a la paz y que fuese posible mantener el estado de guerra que había sacrificado por tantos años a un pueblo entero. Nadie racional podía imaginar que no ganara en el plebiscito el Sí, puesto que significaba un giro de 180° con relación a lo que se había vivido durante esas más de cinco décadas con tanto dolor, sufrimientos y pesares por el desastre del odio que forma parte de la beligerancia, así sea entre hermanos, por una diferente forma de pensar sobre lo que es justicia, igualdad, equidad y derecho a obtener los beneficios de las políticas educativas, culturales, de salud, de acceso a una fuente de empleo racional que sea suficiente para el mantenimiento de las familias de quienes se habían visto forzados a intervenir en hechos de violencia que perjudicaban a todos por igual.

Pero las campañas de temor y repudio a lo que había sucedido en el pasado determinó que una buena parte del electorado no concurriera a sufragar, sin importarle el destino del evento, y no permitió que ganara la tesis de la ansiada paz. (O)

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