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El Telégrafo
Xavier Zavala Egas

Baño de verdad

22 de agosto de 2017 - 00:00

Difícilmente encontrar una frase más trillada que esta. Se ha usado para justificar persecuciones, para hacer limpiezas dizque indiscriminadas de corrupción, para ocultar tramas específicas de atracos, en fin, se ha usado en todo momento y ha estado en casi todos los discursos políticos. Qué podemos esperar de una frase como esta, pues, que efectivamente la institucionalidad proceda con todo el rigor de la ley mirando para todas partes, sin sesgos, recabando indicios que devengan en sustento de acusaciones claras de corrupción.

Sin embargo, una lucha como esta, que pretenda un baño de verdad, requiere del apoyo de medios de comunicación, de la ciudadanía, de todo el poder del Estado trabajando para dicho fin, y, lo más importante, no puede politizarse, no puede convertirse en una frase vacía que signifique destapar la olla que me conviene y no la de al lado. Es tan negativa la corrupción en la política como la política en la corrupción.

La pregunta que sigue es: ¿estamos preparados para buscar la verdad? Y la respuesta es difícil. Tan difícil como cuestionarnos sobre la fortaleza de nuestras instituciones para esa tarea, sin perder de vista que las debilidades institucionales pudieran ser la excusa perfecta para diluir una torcida gestión. Unidades clave en una lucha contra la corrupción no cuentan con el apoyo suficiente para su misión, por ejemplo, la Fiscalía, carente de recursos humanos, técnicos y legales, facultada para dirigir investigaciones y buscar evidencias, pero con personal ajeno; con cifras muy bajas de fiscales en relación a la población; con pocos recursos para desentrañar complejos tejidos societarios y financieros destinados a la corrupción; y además, desprovista de instrumentos legales que, sin atentar contra derechos civiles debidamente garantizados, le permitan operar buscando el baño de verdad.

Resulta complicado también, si la institución como tal está llena de agujeros que filtran información y alertan al sospechoso, y, si, además, no forma parte de la estructura de la Función encargada constitucionalmente de la lucha contra la corrupción, la ausente articulación con los otros órganos de control debilita su gestión. Así también la UAFE, ausente de apoyo en su delicada tarea y luchando denodadamente para cumplir los condicionamientos del GAFI que, nos guste o no, es decisivo en nuestra capacidad de gestión financiera internacional.

Otro cuestionamiento sería: ¿estamos listos para enfrentar la verdad? O sea, ¿estamos lo suficientemente maduros como ciudadanos para asumir la verdad, sin sesgos que nos provoquen mirar a un lado y no al otro, sin afectos o desafectos? Realmente estamos preparados para pedir la verdad, caiga quien caiga, sin discutir el proceso pensando si es amigo, enemigo, pariente o allegado político. Tengo serias dudas al respecto, las mismas que nacen de la poca cultura de respeto institucional que existe en el país.

La escasa confianza que tenemos en los órganos del poder público y en todas las funciones del Estado, nos hacen negar hasta lo evidente. La sentencia, la resolución, el dictamen o el pronunciamiento dependen de quién o qué tribunal lo expidió, y de acuerdo a ello nos agrada o lo aceptamos, si no lo cuestionamos. Esa es la realidad; finalmente es una cuestión de ausencia de fe, más que de evidencias. Se duda de todo lo que salga del Estado, especialmente si nos afecta directa o indirectamente. (O)

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