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El Telégrafo
Lucrecia Maldonado

Aventuras urbanas en la noche

12 de julio de 2017 - 00:00

Desde las colinas que la rodean, la ciudad parece un vasto campo de lucecitas, tal vez la visión nocturna de un pesebre. La ansiedad ha comenzado temprano. Irritabilidad. Necesidad de buscar conflicto con los más cercanos. Peleas explosivas. Gritos. Objetos rotos. Los ojos asombrados de quienes viven con él: “Pero si hace cinco minutos estaba bien…”.

Ha llevado ya algunos días de no consumir. Por varios motivos: su familia, su madre, su pequeño hijo, su trabajo… También ha pensado en él. ¿Qué le deparará la vida si sigue por ese camino? Lo ha hecho sin buscar apoyo de nadie. No les cree a los psicólogos. Piensa que los psiquiatras son dealers con mandil. Siente violentada su intimidad en los grupos de apoyo. Ha pasado por varias clínicas, pero los tratamientos no han pasado por él. Tal vez Dios no lo quiere, o todavía no lo ha querido. Tal vez no es su momento. Tal vez simplemente solo por hoy es el día de recaer. Esta última reflexión le provoca una risa irónica.

Ha buscado en los antiguos lugares alguien que le pueda vender una pequeña cantidad de algo. No ha sido fácil. Las noches de domingo todo se pone difícil para quien necesita un poco de sustancia que le calme la ansiedad. Y ahora está ahí, donde ni siquiera sabe cómo ha llegado, más ansioso e irascible que nunca, sin tener idea de lo que hará para tranquilizarse. Con miedo de la noche, y miedo de la soledad, y miedo de la vida que seguirá entre las ansiedades de su profunda neurosis.

¿Volverá a casa, donde ha dejado ya un reguero de problemas? ¿Lo recibirán sus familiares, hartos ya de los escándalos, de las locuras, de los comportamientos agresivos y compulsivos? ¿Buscará a sus compañeros de consumo, a veces amigos, a veces ya no, para ‘remarles’ algo de sustancia? ¿Y si no aparecen? ¿Si nadie tiene nada?
Mientras, los noticieros presentan las ‘iniciativas’ de la gente de los partidos políticos que plantean soluciones que no tienen nada que ver con la ansiedad de este momento.

Los periódicos y los programas de opinión se llenan de ‘sesudos análisis’ sobre la tabla de consumo que, en últimas, lo que pretende es diferenciar entre traficantes y consumidores. Hay quien habla de ‘vicio’ desde la siempre ignorante moralina. Hay quien se llena la boca de compasión, desde la siempre ignorante filantropía.

Pero todo se enfoca desde fuera. Lo sabe. Lo siente. Él, como individuo, como persona, no le importa a nadie. Como muchos otros individuos de diferentes sectores de la sociedad, no es más que uno de los peones del ajedrez político, dentro del cual los partidos y los actores forcejean para ver quién obtiene qué de discursos falsos y prefabricados que lo único que buscan es aprovechar la ignorancia de la opinión pública respecto del tema para poder posicionarse electoralmente. Lo sabe. Lo siente.

Su cerebro trabaja a mil, buscando estrategias para seguir consumiendo sin arriesgarse a ir a la cárcel. Su corazón revienta de ansiedad. Sabe, finalmente que, si todo sale mal, nunca faltará una ferretería que lo provea con cualquier cosita a un precio bastante módico, pues todavía no se ha establecido una tabla de consumo para los pegamentos inhalantes. (O)

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