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Obra pone a flote a los cuerpos hundidos

 Miriam Chicaiza, quien interpreta a Ana, durante una escena en la que cuestiona las acciones de Rubén (papel de Diego Coral), un instructor de natación.
Miriam Chicaiza, quien interpreta a Ana, durante una escena en la que cuestiona las acciones de Rubén (papel de Diego Coral), un instructor de natación.
Foto: Mario Egas / El Telégrafo
29 de junio de 2017 - 00:00 - Redacción Cultura

El Nobel de Literatura sudafricano J.M. Coetzee, durante su visita a la última Feria del Libro de Guayaquil, dictó una conferencia sobre la censura en la que, al final, se refirió a la pedofilia. Luego de recordar cómo  la censura estatal durante el apartheid afectaba la vida de los escritores de su país -cuyas obras debían pasar siempre por un filtro-, el autor de Desgracia se refirió a la forma como son vigiladas, incluso, las representaciones ficcionales de las relaciones entre niños y adultos.

“El efecto más corrosivo de la histeria sobre la pedofilia que domina al mundo anglosajón es que resulta imposible escribir sobre niños, ni qué decir sobre crear imágenes de niños, sin la necesidad de leer la página dos veces. Primero, a través de los propios ojos; después, a través de los ojos del censor en la propia mente para rastrear indicios de deseo pedófilo. No soy el primero en señalar que el sistema de monitoreo que hemos creado para vigilar la pedofilia ha vuelto las antiguas, sencillas, afectuosas y normales relaciones entre adultos y niños, particularmente entre hombres y niños, imposibles de mantener. Una gran pérdida para nosotros”.

Hay trabajos artísticos contemporáneos que enfrentan desde una mirada ética las complejidades que pueden derivarse de este tipo de situaciones, escapando de las lecturas morales, efectistas y, más que nada, morbosas sobre dichos temas. Tal es el caso de El principio de Arquímides, obra original del español Josep María Miró y adaptada en el Estudio de Actores, en Quito, bajo la dirección de León Sierra Páez. 

Esta pieza teatral (escrita en 2011) le da la cara a la realidad y aborda un tema que, en el caso ecuatoriano, resulta sensible por la relación entre lo que la obra cuenta y lo que ha sucedido recientemente en el aparato social. El principio de Arquímides trata sobre un instructor de natación que ha sido acusado de abusar a los niños que entrena.

Sin embargo, más allá del tópico de la obra -que obligadamente  ubica al espectador en el presente y, por lo tanto, exige revisar una herida fresca-, lo que destaca es el trabajo formal, la puesta en escena de los cuatro actores: Gonzalo Estupiñán (Héctor), León Sierra (David), Miriam Chicaiza (Ana) y Diego Coral (Rubén). Vale resaltar la precisa y agobiante actuación de Chicaiza, y la de Coral, cuyo rostro transita por todos los claroscuros.

Narrada desde la sospecha y el reiterado uso de las elipsis, El principio de Arquímides cuenta cómo a través de un rumor se puede desatar una ‘hoguera bárbara’, enardecida por el uso de las redes sociales. 

Dos elementos dentro de la escenografía acentúan la tensión de la obra: la constante presencia de las boyas de los niños que remite a la inocencia en medio del desastre que se ha desatado y la proyección de un videoarte que retrata cuerpos fragmentados en el agua.

Como indica El principio de Arquímedes, “todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta una fuerza ascendente igual al peso del volumen del líquido que desaloja”. Como sucede en esta obra: toda realidad hay que abordarla sin concesiones para que aquellos cuerpos que han permanecido hundidos vean la luz y cuenten su verdad. (I)

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