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Felipe Troya antepone la ficción en la escritura

La publicación de Ardillas fue trabajada por la Universidad de las Artes, donde se encuentra a la venta.
La publicación de Ardillas fue trabajada por la Universidad de las Artes, donde se encuentra a la venta.
Foto: William Orellana / El Telégrafo
11 de octubre de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

En Ardillas, Felipe Troya (Quito, 1988) recrea la narración de un ecuatoriano que tiene su mismo nombre, y que está de vacaciones en Estados Unidos. El narrador, a quien se lo puede etiquetar de outsider, se mantiene distante de las formas, acaso superficiales, en que viven sus parientes. Pero, como dijo la escritora Solange Rodríguez Pappe durante la presentación de la novela la anterior semana, aunque por fuera todo parece muy ‘gringo’, por dentro “todo es muy ecuatoriano”. A través de este testigo, que sirve como rompecabezas, los personajes se van silenciando a medida que la realidad rompe con las apariencias.

La narrativa de Troya aparece influenciada por la literatura estadounidense. El joven autor reconoce el influjo de escritores como Philip Roth, cuya primera novela, Goodbye Columbus, narra —como en la suya— un amorío de verano. En Ardillas ese romance ocurre entre Kim (una adolescente hermosa, atlética y pragmática), y su primo Felipe (el personaje central y narrador de la historia).

Desde la mirada del tío Fernando, como portador y heredero del discurso de éxito familiar, Troya desarrolla una suerte de fábula sobre las ardillas. “Las ardillas son animales maravillosos. Lástima que no las tengamos en el Ecuador. Hay mucho que aprender de una ardilla”, le dice Fernando a su sobrino. Estos roedores, que parecen seres distintos y ajenos para el país de origen de Felipe, en Estados Unidos se mueven con libertad cerca de los hombres.

“El animal te permite satirizar, ver a los hombres con humor, como figuras que tienen una superficie y nada más. Al final nosotros solo conocemos a los animales en la superficie. El animal es un ser que mira o que nosotros miramos. Incluirlo en el libro es un acto de jugar con la idea del animal exótico, aun cuando somos nosotros los exóticos para ellos. La ardilla es un animal que permite ser fabulado por la gente que escribe y piensa en ficciones”, dijo Troya.

Un elemento clave de esta ficción es la piscina, que representa la acumulación del patrimonio familiar. Ese ‘ser’ inanimado, que es el objeto de la prosperidad, guarda también el relato de una maldición familiar que se esconde. El narrador recurre a la descripción de la piscina o de las canchas (escenarios donde transcurren ciertos hechos de la novela), como una manera de exponer la perfección de las figuras geométricas.

La novela toma la propia experiencia del autor para desarrollarse: sus tíos como personajes y sus viajes de visita a Estados Unidos como el trasfondo narrativo. “Siempre hay un sesgo”, reconoce Troya, pero “en el arte que se digna de este nombre hay un espacio inmenso entre el objeto creado y la sombra de la invención del autor, quien siempre busca eliminarse a sí mismo en lo que está haciendo. Cualquier rasgo o accidente son eliminados y la intención se pierde. Lo que prolifera es lo que está en la obra, lo que funciona por sí mismo”.

A Troya, lo único que le interesaba con esta obra era hacer ficción, y considera que Ardillas es una construcción que no se hizo para leer, sino para presenciar. “Me gusta la ficción que se enfoca en lo que es la ficción, la invención de una realidad y la acción. Para mí no hay ninguna diferencia entre cómo uno lo hace, así sea cine o novela. El cine permite que la ficción se extreme todavía más. En ese sentido puede ser una mejor forma de practicarla”, comenta Troya, quien ahora vive en Angamarca (un territorio cuya población depende del Ilaló), y trabaja principalmente en cine.

El escritor quiteño considera que la preocupación de la gente que hace literatura es siempre la forma. Cita el trabajo de Thomas Bernhard como un mecanismo que ha replanteado la manera de hacer ficción, pues el autor austriaco se concentra exclusivamente en la construcción de oraciones. En Ardillas, como primer experimento, Troya intentó hacer una novela rápida, en la que no haya respiro, que se lea fácil y la estética de la palabra no se note tanto. Sin embargo, cree que en el cine las posibilidades de renovación del lenguaje son más fecundas.

Troya presentó su novela, ganadora del premio de la Joven Literatura Latinoamericana, otorgado por la Casa de Escritores y Traductores (MEET), el jueves pasado en la Universidad de las Artes (UArtes), al término del partido Ecuador vs. Chile, con un auditorio comprometido. Allí, Ramiro Noriega, rector de la institución dijo que piensan institucionalizar un premio a la producción joven. (I)

Datos

Felipe Troya (Quito, 1988) fue el ganador del premio a la Joven Literatura Latinoamericana, otorgado por la Casa de Escritores y Traductores (MEET).

Como parte de este reconocimiento, el autor, además de la publicación, tiene auspiciada una residencia de 6 a 8 semanas, durante noviembre y diciembre de 2016, en la MEET (Saint-Nazaire).

La residencia será completada por una segunda estancia de 6 a 8 semanas en Marsella, bajo la tutela de La Marelle (en enero y febrero del 2017).

Actualmente, Troya vive en Angamarca, un pequeño poblado en las faldas del volcán Ilaló. Allí, junto con un compañero, grabó una película sobre el terremoto que sacudió a Ecuador. Este trabajo está en proceso de posproducción. (I)

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