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El cine de Rubén Mendoza es una reflexión anarquista sobre lo real

Rubén Mendoza en el café-bar Pobre Diablo, de Quito. Durante La Casa Cinefest, al que fue invitado, dialogó con sus espectadores. Se proyectaron 5 de sus filmes.
Rubén Mendoza en el café-bar Pobre Diablo, de Quito. Durante La Casa Cinefest, al que fue invitado, dialogó con sus espectadores. Se proyectaron 5 de sus filmes.
Foto: Gabriel Vásquez / La Casa Cinefest
16 de junio de 2017 - 00:00 - Luis Fonseca Leon

De Colombia se ha dicho que es un país en que la parranda —como llaman a la fiesta en el Caribe— es un bálsamo empleado por sus habitantes para sobrevivir a la tragedia de la guerra o a los embates de la naturaleza. Se trata de una visión complaciente que ha generado relatos en las distintas artes, desde la música hasta el séptimo arte, pero el cineasta Rubén Mendoza no quiere complacer a nadie.

Si al colombiano se le recuerda que alguna vez presentó al protagonista vagabundo de su película Memorias de Calavero como una metáfora de su país, él dirá sin ánimo de queja que “ahora, con lo ruin que es Colombia, me da dolor compararlo con el cucho, que era maravilloso”.

Para ser una de las naciones más felices de la tierra se necesita una población indolente, indiferente con el dolor ajeno, explica Rubén en el barrio quiteño La Floresta. El realizador, que no huye a la definición de anarquista, es uno de los invitados a la cuarta edición del festival La Casa Cinefest, donde se proyecta una retrospectiva de su obra.

Sobre la película citada, él matiza: “el cucho era un hombre que cargaba muchos dolores —porque tenía sida además de haber padecido la calle y el hambre por décadas—, pero siempre estaba listo y dispuesto a reírse, juerguear y bailar. Era la locura, como mi país, tan hermoso, con sus venas, montañas y ríos un poco sucios, el alma enferma, delirante y maravillosa... como la del cucho”.

La lluvia quiteña hace que Mendoza tirite aunque lleva camisa, una chompa gruesa y un gorro. Ha dormido poco, pero eso no se debe al viaje sino a que, inevitablemente, se despierta muy temprano. Tiene un insomnio madrugador y se ha desvelado porque en Ecuador está rodeado de amigos. “La gran peste de la tierra es la superpoblación, mientras más gente haya, más se va a agravar las crisis. Uno tiende a decrecer, es algo natural, no solo en el ser humano, sino en cualquier especie, incluso los microbios”, dice.

—¿Quedan esperanzas?— le pregunto, recordando la sonrisa de los personajes erráticos de su ficción.

—Al tiempo que todo se agrava, las islas también crecen, el pensamiento aislado, la celebración de la anarquía, el júbilo, el gozo de la creación está. Digamos que mientras el chiquero se expande también habrá más perlas— responde.

Cuando Rubén Mendoza habla de sobrepoblación es inevitable recordar al autor de la novela El Desbarrancadero, sobre quien un tercer cineasta colombiano, Luis Ospina, filmó el documental La desazón suprema: retrato incesante de Fernando Vallejo. Mendoza fue el editor de esa obra y filmó el discurso de Vallejo en la Feria del Libro de Bogotá, en abril de 2016.

A veces, cuenta, lo visita en su casa de México, donde almuerzan y hablan “de los dolores mutuos, la muerte digna y su locura científica”.

—¿Fernando Vallejo está a favor de la eutanasia?

—Claro, como cualquier persona sensata, como cualquiera que quiere liberar a otro de dolor.

Uno de los mayores dolores colectivos de Colombia es la tragedia de Armero, una avalancha de lodo que sepultó a unas 28 mil personas en noviembre de 1985. Mendoza entrevistó a sobrevivientes que hablan sobre abandonos, abusos y humillaciones posteriores al desastre para el documental El Valle sin Sombras, que le tomó 7 meses de trabajo.

Allí recrea el oscuro momento de esas muertes en masa y aparece un testimonio sobre un hijo desesperado que, luego de 3 días de no recibir ayuda, le arrebata un arma a un socorrista y le dispara a su madre, para liberarla del sufrimiento.

—¿Es la acción humana más destructiva que la de una avalancha?

—Es que la naturaleza es indiferente, no cruel. Te voy a contar una cosa: este dolor, esta indignación ha estado circulando por 3 décadas en el país, y yo tuve una imagen absurda rondándome en sueños: 30 flautas atravesadas por una varilla, yo las cuadraba contra el viento, para que sonara algo. Esta película, para mí, está por encima del cine y, si se quiere, del punto de vista del autor. Yo fui un médium, nada más. (O

Retrospectiva

Rubén Mendoza (Boyacá, 1980) es director, guionista y editor. Ha rodado más de 8 cortometrajes, entre los cuales se destacan La cerca y El corazón de la mancha.

Editó, en Colombia, las dos últimas películas de Luis Ospina, La desazón suprema: retrato incesante de Fernando Vallejo, y Un tigre de papel. Para el primer documental filmó al autor de El Desbarrancadero, en Bogotá.

Sus largometrajes son: La sociedad del semáforo, Tierra en la lengua, Memorias del calavero, El valle sin sombras, y Señorita María Luisa: la falda de la montaña. Actualmente desarrolla las películas Los poemas de la fiebre, Niña errante y Blanco.

La Casa Cinefest contiene una retrospectiva del artista, quien será miembro de uno de sus jurados. El próximo domingo, en la cinemateca nacional Ulises Estrella, se conocerán los ganadores entre 13 cortos nacionales y 18 películas latinoamericanas.

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