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20 sitios de Cuenca para la impermanencia

 Hugo Crosthwaite pinta un mural con figuras monstruosas  del cómic estadounidense que se mezclan con la visión espantada de migrantes latinos.
Hugo Crosthwaite pinta un mural con figuras monstruosas del cómic estadounidense que se mezclan con la visión espantada de migrantes latinos.
Fotos: Fernando Machado / El Telégrafo
25 de noviembre de 2016 - 00:00 - Jéssica Zambrano Alvarado

“Que comience la danza”, dice Elías Crespín cuando su asistente técnico, otro venezolano, enciende el motor de su móvil electrocinético. Esta vez su pieza artística es una estructura circular de la que poco a poco bajan ligeros tubos de acero, latón y aluminio. Parecen iguales,  pero cada uno tiene una composición distinta. “Esta es una danza suspendida de elementos geométricos, una música que se escucha con los ojos”, dice Crespín.

Todos los elementos, circulares y alargados, bajan al mismo tiempo, se suspenden y luego, en una supuesta armonía, se levantan, caen y generan capas de sí mismos hasta que todo se desordena y después del caos vuelven a la sintonía. La danza silenciosa tiene varias formas y a través del movimiento, un fenómeno cotidiano entre lo inerte y lo vivo, es para Crespín una manera de representar el tiempo.

El artista venezolano expone su trabajo en la XIII Bienal de Cuenca desde el techo de madera del Museo de la Ciudad (Escuela Central), una construcción patrimonial de 1883 de Juan Bautista Stiehle, el mismo que planificó la construcción de la Catedral de Cuenca.

La obra de Crespín dialoga con la de la peruana Elena Damiani, quien durante su última serie ‘Testigos: un catálogo de fragmentos’ trabaja con esculturas que aluden a la naturaleza discontinua del tiempo y la aparición de espacios.

La Bienal se ha tomado 20 sitios de la ciudad, entre parques, museos y casas patrimoniales, con propuestas que en muchos de los casos fueron trabajadas o modificadas desde su entorno. Dentro de la cartografía que montó la Bienal hay dos circuitos: el del Centro Histórico y el del Río Tomebamba; además de tres exposiciones paralelas y 12 trabajos que se desarrollan in situ.

Todos están atravesados por la concepción curatorial de Dan Cameron, a través de la impermanencia. Como en la obra de Crespín, hay varias apuestas donde la preocupación central es el paso del tiempo y los fenómenos que se insertan en esa espera, como el de Gianfranco Foschino, un artista chileno que a través de imágenes fijas de la naturaleza con loops muestra cómo estos espacios se modifican y tienen vida propia, mediante elementos como el viento, la lluvia o el agua.

Dentro del circuito del Centro Histórico figuran también las obras de autores como Adriana González,  de Paraguay, donde a través del sonido de un silbato de la cultura guancavilca, que además está representado con una pieza escultórica en la oscuridad que cambia de color por el reflejo de la luz, genera un diálogo con la musicalidad gregoriana que suena en el Museo de las Conceptas: lo precolombino y la creencia de la conquista.

En el circuito del Río Tomebamba, que se mantiene seco y el caudal silencioso, Leandro Erlich monta un xilófono sobre el césped que, ante la concurrencia de la gente en el espacio público, las cuerdas vibran con el clásico Himno de la Alegría. Hasta mediados de diciembre, Hugo Crosthwaite pintará un mural impermanente y utilizará figuras monstruosas del cómic estadounidense que se mezclan con la visión espantada de migrantes latinoamericanos. (I)

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