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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Historias perrunas

26 de enero de 2017 - 00:00

No es la primera vez que sucede. Hace poco, en Río de Janeiro, Pulgoso, un perro de la calle que era amigo de todos, y que el apodo que tenía era su único nombre, vio lo mismo que todos: un incendio súbito en la favela que atacó un ranchito de cartones y de palos, que era vivienda de una mujer y sus tres hijos.

La mujer había encendido una vela para pedir protección a los santos, estaba afuera, y los pequeños estaban encerrados al fondo. Llegar a ellos era cruzar un laberinto en llamas, inundado por el humo. Se formaron cadenas humanas, desesperadas, para lanzar  agua. Pero ni el agua ni los gritos ni las oraciones fueron suficientes. Nadie podía hacer nada más. Salvo Pulgoso, el perro de todos y de nadie que se lanzó para perderse entre la humareda.

Cuando todos lo daban por muerto, apareció con el pelo chamuscado, y arrastrando del pantalón a la niña más pequeña, casi asfixiada. Sin pensarlo, Pulgoso regresó al corazón de las llamas y al minuto trajo a otro niño. Indiferente a la alegría de los vecinos, Pulgoso se lanzó para rescatar al tercer niño, pero no regresó. Al final los encontraron a los dos, con los cuerpos calcinados, al fondo del único cuartito ya convertido en cenizas.

Y volvió a suceder en Baltimore, EE.UU. Allí, Erika Poremski, salió un minuto al garaje y, en ese momento, algún dios del fuego decidió envolver su casa en llamas.  Adentro, en el cuarto de arriba, estaba su hija Viviana, de ocho meses, y en algún otro lugar su perro Polo que, seguro, había podido escapar al patio de atrás.

Erika quiso regresar, pero el pasadizo ya era un infierno. Hizo un segundo intento, buscó subir, entonces se derrumbó la puerta, se agarró al pasamanos, y no se dio cuenta de que estaba al rojo vivo. Ya tenía el vestido quemado, así como parte de su cara y de sus brazos. Al fondo escuchaba el llanto de su hija, cada vez más débil. Era imposible e inútil cualquier intento de rescate. Al final llegaron los bomberos y extinguieron el fuego. En el piso del cuarto, encontraron a la niña. Polo, el perro fiel, había logrado bajarla de la cuna y arrastrarla hasta el último rincón. Sobre la niña estaba Polo, abrazado a ella, muerto, con el cuerpo casi completamente quemado en su tarea de defenderla del fuego. Ella sufrió quemaduras en varias partes del cuerpo, pero se está recuperando.

“Polo, mi perro, fue mi primer hijo. Él llegó a esta casa y luego nació Viviana, mi otra hija, a quien él le salvó la vida”, dijo Erika Poremski.

En ajedrez, como en la vida, con valor, hasta el más humilde logra prodigios. Aunque parece que eso lo saben mejor los perros.

Izquierda: Casa incendiada. Centro: Erika Poremski. Der: La pequeña salvada, y Polo, el Perro Héroe.
Fotos: internet
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