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El cuencano se aferra a su religiosidad

Los devotos de la Niña María caminan con la imagen por la calle Juan Jaramillo, luego de haber asistido a la misa que se celebró en la iglesia de la Merced. Su fiesta se celebra cada 7 de septiembre.
Los devotos de la Niña María caminan con la imagen por la calle Juan Jaramillo, luego de haber asistido a la misa que se celebró en la iglesia de la Merced. Su fiesta se celebra cada 7 de septiembre.
Foto: Fernando Machado/ El Telégrafo
16 de septiembre de 2017 - 00:00 - Rodrigo Matute Torres

La modernidad no ha podido romper viejas tradiciones en los cuencanos. Las fiestas religiosas no son exclusivas de las parroquias, en el centro histórico también se viven estos espacios con intensidad.

Todavía se puede observar por las calles Honorato Vázquez y Borrero, en horas de la tarde, la procesión de El Santísimo o la Fiesta de los Faroles que organiza la comunidad de Santo Domingo.

Santiago Quezada, un ciudadano de 65 años, indica que la capital azuaya siempre tuvo su aire de religiosidad.

“Recuerdo que cuando no llovía en la ciudad, los cuencanos se organizaban e iban a traer al Señor del cantón Girón”.

Según el habitante, la imagen llegaba, recorría varias calles de la ciudad y, “a las pocas horas o a los pocos días, las lluvias caían y mejoraba los cultivos.

Mientras tanto, Carmen Arias señala que en los años setenta era costumbre ir a misa de la aurora en la Catedral Vieja de Cuenca.

“Nuestros padres nos llevaban a las 04:30 en medio del frío y de la obscuridad, ya que pocos focos alumbraban las calles”, recuerda.

Para Arias, lo más esperado era la Semana Santa, durante la cual los cuencanos se volcaban a las iglesias de la ciudad pues en estos sectores había ceremonias especiales. También eran esperadas las procesiones que se realizaban toda la semana con las imágenes de las diferentes iglesias de Cuenca.

No se quedan atrás las ceremonias religiosas de los bautizos. Según Gloria Cajamarca, era un ritual que convocaba a muchas personas y en especial a los niños de ese entonces (años setenta y ochenta).

“Tras la misa, los compadres arrojaban capillos (dinero) al pie de la iglesia para que puedan coger los pequeños”, dijo la mujer. Añadió que los santuarios de El Vergel, San Alfonso y San Francisco eran los más concurridos  y visitados por los cuencanos.

“Los bautizos por lo general se llevaban a cabo los sábados luego de las 17:00. Ahora ya todo va desapareciendo”, señala la mujer.

La gran fiesta de la Niña María

Una celebración anual que llama la atención es la fiesta de la Niña María.

Mercedes Quinde (+) fue la primera panadera que tuvo el barrio Todos Santos de Cuenca. Heredó de su madre una imagen que hasta ahora es venerada por sus hijas. La conocen como la Niña María porque representa a la Virgen María cuando aún era infante.

La imagen no tiene más de 50 cm y es querida por todos los habitantes del populoso sector que es muy tradicional de la ciudad. Lo conocen también como el “Barrio de las Panaderas”.

Quienes habitan allí se preparan para la gran fiesta del 7 de septiembre. Un día antes de la misa, su altar está lleno de grandes arreglos florales. Ese día, la procesión va hasta la iglesia de La Merced, situada a cuatro cuadras de la casa de Alejo Arias, donde permanece la imagen todo el año.

En la homilía se aprovecha para que los niños del sector se consagren a la Niña María y, tras una hora de ceremonia, se regresa también en procesión hasta donde está el altar.

La casa resulta ser muy estrecha para tanto visitante. “Llegan de todo el barrio”, indica Francisca Ávila, mientras prepara los platos con comida para dar a los visitantes, que esa noche han acompañado, tanto en la velación como en la misa. Es una pequeña bandeja de arroz, carne y papas, sin descuidar el ají.

Mientras la banda de pueblo de Ramón Pesántez y sus Auténticos suena en la vereda de las calles Juan Jaramillo y Mariano Cueva.

“Hace 50 años vine por primera  vez a tocar para la Niña María”, indica, Manuel Moncayo, un músico que en esa época recorría la ciudad con la banda Alianza Obrera. “En ese entonces era todo un acontecimiento, la gente llenaba la calle y la casa, aunque en ese tiempo, la ciudad casi terminaba a una cuadra”.

Clotilde Ávila no sabe cuál será el futuro de la imagen. “Es posible que vaya a cambiar de lugar, que ya no esté en Todos Santos”, señala con nostalgia y preocupación, ya que ella se cambió de domicilio. (I)

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