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Ilitch Verduga Vélez

Vietnam silencioso

20 de febrero de 2015

En 1972, después de ser acreditado como embajador de Chile ante Francia, Pablo Neruda, el nobel de Poesía, alertó al mundo sobre la funesta conspiración que se había forjado y se abatía sobre su pueblo, originada en órganos importantes del poder estadounidense. La parábola de su acusación y en plena conflagración en el sudoeste asiático, llamaba la atención al orbe de este otra guerra  contra naciones que había escogido pacíficamente una vía distinta para su libertad e independencia. La metáfora nerudiana ‘Chile, el Vietnam silencioso’ fue ilustrada en profundidad por Salvador Allende, en su histórico discurso en la Asamblea de la ONU en diciembre de 1972, y donde, con pruebas, reveló la siniestra maquinación en oposición a su país, por parte de agencias de EE.UU. Mas, ambos hombres públicos patriotas no imaginaron la tragedia humana y social que se avecinaba, con miles de muertos, heridos, detenidos, desaparecidos y cerca de un millón en el exilio.

La participación de la CIA en la conjura para destruir la democracia chilena, con ingente inversión financiera y de orientación a los grupos criminales que comandaba, fue sustancial en los tiempos previos, durante y después del putsch de Pinochet. La acción encubierta, denunciada por Allende y confirmada en el informe del comité del Senado norteamericano, presidido por Frank Church, el 18 de diciembre de 1975, es fundamental y amerita que hoy se la tenga muy en cuenta, cuando hay casi la certeza que se quiere aplicar en el fondo y con parecidas formas, en Venezuela, el mismo libreto que el imperio administró en Chile. Y es que en el país de la estrella solitaria, esbozado por servicios secretos foráneos, asumido por la derecha política y económica chilena, y las trasnacionales mineras, con la descarada acción de una prensa vendida a entes extranjeros -como lo mostró el documental ‘El diario de Agustín’-, se  ejecutó en plenitud este plan tétrico.

Los éxitos del complot, al inicio del gobierno popular, en 1970, con el asesinato del comandante en jefe del Ejército, general Schneider, continuaron con el paro de los dueños de camiones y de médicos, abogados, el desabastecimiento ficticio ocultando alimentos, como obra cumbre; luego el epílogo: el bombardeo de La Moneda y la muerte de Allende, son hechos históricos irrefutables.

En la actualidad, el régimen bolivariano ha develado un caso faccioso con fines similares: demoler el sistema democrático existente en la tierra del Libertador, sin importar el número de vidas que se inmolen. La trama homicida que se la aplicó tanto en Chile como en Argentina; el empleo de la aviación como arma letal para derrocar gobiernos, aplastada, según las noticias, implicaba a un grupo de oficiales que con intención malvada pretendía atacar el palacio presidencial en Caracas y ametrallar las movilizaciones del pueblo. Y aunque parezca increíble que pudiera darse en estas horas tales crímenes, vale recordar entonces que, en 1955, la Plaza de Mayo, colmada de gente, fue barrida por aviones ingleses, según el cabecilla almirante Rojas, con el designio vil de matar a Perón. Los ‘rockets’, que devastaron la casa de los presidentes y la constitucionalidad chilena, nunca nadie supo quién los lanzó, y jamás se juzgó a los autores de la ruina del monumento, alegoría de Chile.  

Hoy, cuando la artera desestabilización se cierne sobre la patria venezolana usando las recetas de que la CIA es culpable y confesa utilizada en la gesta allendista, pueblos y gobiernos de América Latina deben continuar denunciando y condenando con medidas concretas la injerencia imperial...

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