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El Telégrafo
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EE.UU. sometió a dictadura de Rodríguez Lara sin freno

EE.UU. sometió a dictadura de Rodríguez Lara sin freno
22 de abril de 2013 - 00:00

Los Estados Unidos aprovechaba de las enormes necesidades que tenía Ecuador, en la década del 70, para consolidar su influencia política, económica y militar. Así lo reflejan los miles de cables diplomáticos filtrados recientemente por WikiLeaks cuando era secretario de Estado el polémico Henry Kissinger.

Son más de 5.000 documentos redactados en las delegaciones diplomáticas norteamericanas de Quito y Guayaquil, además de las respuestas que se enviaban desde Washington.

Los cables son escritos entre 1973 y 1976. Era el Ecuador de Guillermo Rodríguez Lara, el militar que el 15 de febrero de 1972 derrocó a José María Velasco Ibarra e instauró un régimen de facto, bajo la denominación de Gobierno Nacionalista y Revolucionario.

Era la época del boom petrolero, en el país se explotaba el hidrocarburo, principalmente Texaco. La guerra del atún era el principal escollo entre Carondelet y la Casa Blanca, que se resistía a reconocer las 200 millas de mar territorial ecuatoriano y apoyaba la pesca de barcos estadounidenses en esa parte del océano Pacífico, violando la soberanía de Ecuador.

En el plano político, la resistencia civil era tímidamente liderada por Assad Bucaram y apenas surgía la figura de León Febres-Cordero. Como la Embajada mismo lo cita en un cable, la dictadura militar copaba todos los espacios.

Ecuador requería de Estados Unidos para todo. No solo eran armas, también cooperación para el desarrollo, alimentos, equipos agrícolas, maquinaria pesada, bombas para apagar incendios, atención médica para los altos funcionarios y hasta cupos para el colegio Americano de Guayaquil.

Esa extrema necesidad era utilizada por los estadounidenses para asentar su influencia en todas las esferas de la sociedad. Pero eso ocurría porque los funcionarios ecuatorianos no seguían los pasos propios del protocolo sino que acudían al despacho del embajador para pedir ayuda.

En 1974, con la llegada al poder de Augusto Pinochet en Chile se desató una carrera armamentista entre ese país y Perú, rivales en aquel entonces. Eso generó el susto en el gobierno militar de Ecuador que buscaba desesperadamente modernizar su equipo bélico.

El 16 de abril de aquel año el embajador estadounidense en Ecuador, Robert Brewster recomienda a su gobierno satisfacer todos los requerimientos de la Armada ecuatoriana. “Ofrecer equipamiento a cualquier rama del Gobierno militar ecuatoriano no es contraproducente a nuestros intereses sobre la pesca y la Convemar. El Gobierno ecuatoriano es militar y no podemos ver nuestras relaciones de manera apartada y aislada. Vender equipamiento militar es como mover nuestras relaciones en todos los frentes, incluida la búsqueda de una solución a la cuestión pesquera, además una vez que la relación militar esté restaurada, el Gobierno intentará mantenerla y evitar incidentes que la pongan en peligro”, analiza.

“Sabemos que cualquier cosa que vendamos a Ecuador no aumentará su capacidad de detener barcos pesqueros. También conocemos que de todos los servicios ecuatorianos, la Marina es la más influyente en las políticas hacia la Convemar, pesca y petróleo. Dada la influencia de la Marina aquí, creemos que negar nuestra asistencia provocaría precisamente el tipo de reacción terca que no queremos, con consecuencias potencialmente adversas para nuestros intereses pesqueros. Por otro lado, si procedemos con los planes de venta a la Marina ecuatoriana, nuestro acceso e influencia con los actuales y futuros líderes políticos de la Marina se incrementará significativamente. Además creemos que este tipo de ventas fortalecerá a aquellos dentro de la Marina que aconsejan moderarse en las confiscaciones de nuestros barcos pesqueros. No puede escarpar en San Diego (principal puerto pesquero en Estados Unidos) la noticia de que no ha habido confiscaciones en más de 14 meses”, finaliza la recomendación del diplomático.
Brewster se refiere a los controles marítimos que hacía la Armada en las 200 millas a barcos extranjeros que ingresaban para pescar atún. Cuando se hallaba una nave norteamericana esta era detenida, a esa acción el embajador llamaba “confiscación”.

Tres días después el propio Kissinger contesta. “Estoy convencido que es en nuestro interés ofrecer barcos a la Marina ecuatoriana”, escribe, pero aclara que la industria pesquera norteamericana se opone a esa venta por lo que hará cabildeo en el Congreso.

22-4-13-dictador4Kissinger le ordena al embajador que comunique a Rodríguez Lara que la Casa Blanca hará su mayor esfuerzo para alcanzar la venta con la correspondiente aprobación legislativa.

“Quiero que le dejes claro al Gobierno ecuatoriano que este retraso no debe tomarse como un debilitamiento de la decisión del Gobierno estadounidense para construir una relación con Ecuador de cooperación y comprensión mutua”, la pide el secretario de Estado a su embajador.

Posteriormente, en varias ocasiones, el diplomático insiste en su recomendación y la justifica con el incremento de la influencia que tendrá en la Marina, que considera clave en el Gobierno. Lo hace varias veces debido a la firme oposición de la industria pesquera norteamericana de vender a Ecuador más naves.

Pero hay más ejemplos y en asuntos tan sencillos como la atención médica.

Hasta las hospitalizaciones servían

El 21 de septiembre de 1974, Brewster escribe un cable en que destaca el efecto positivo de permitir la hospitalización de los altos cargos ecuatorianos. “La Embajada dirige la atención de Washington hacia las recientes mejorías que han habido en la actitud general del Gobierno ecuatoriano hacia el Gobierno estadounidense”, recalca.

“Esta mejoría se origina en la colaboración que ha habido con las solicitudes de hospitalización. Como ejemplo, (Marco) López, el austero comandante general de las Fuerzas Armadas ecuatorianas, regresó de Washington la semana pasada con una gran sonrisa por el tratamiento que su esposa había recibido en el (hospital) Walter Reed. Con la ayuda de los ‘addressees’ (personas a quienes va dirigida el cable), incluida particularmente la intervención del secretario del Ejército Calloway, el Gobierno de los Estados Unidos ofreció este tratamiento libre de costo. En vez de someterla a una larga y costosa operación, lo cual temía López, los doctores del Walter Reed pudieron determinar que durante 12 años ella estuvo tomando medicamentos equivocados. Le prescribieron nuevos medicamentos y la regresaron sintiéndose mucho mejor. De remate le dieron al general una revisión médica completa”, cuenta el diplomático.

“Nuestro punto es que, mientras nos damos cuenta que hay un considerable número de pedidos de gobiernos extranjeros para tratamientos médicos en instalaciones estadounidenses, estos tratamientos son indudablemente una de las menos caras vías para obtener buena voluntad de importantes personas con quienes tratamos a diario. En el caso de Ecuador, notamos que el desarrollo de nuestras relaciones con las Fuerzas Armadas y el Gobierno ha ocasionado una erupción de solicitudes. Algunas hemos declinado, otras no. Aquellas que hemos enviado y aprobado en Washington han ayudado a Estados Unidos aquí, y apreciamos la pronta asistencia y cooperación que nos puedan ofrecer las agencias de Washington”, comenta el diplomático.

El embajador se refería, y es algo que está en varios cables, cómo generales acudían normalmente a la Embajada para solicitar tratamiento médico para ellos o sus esposas. En el caso particular de López, éste tomó especial atención porque la solicitud se entregó apenas dos días después de que el uniformado viajara a Norteamérica para negociar una compra de tanques.

Estados Unidos quería vender tanques usados y López no lo aceptaba porque eran tan pesados “que al pasar por los puentes estos se caían”. Era una negociación, pero con la petición médica, el uniformado se puso él mismo en desventaja.

Los gases lacrimógenos “pueden servirnos”

Otro ejemplo ocurre con una compra del Ministerio de Gobierno en 1974. El país constantemente vivía protestas callejeras, especialmente en Guayaquil. Por eso la Policía necesitaba gases lacrimógenos, que también se compraban en EE.UU.
Allá demoraba mucho la licencia de exportación, así que el subsecretario de Gobierno, Carlos Estarellas, acudió a la Embajada a solicitar sus buenos oficios. Brewster cumple y pide al Departamento de Estado agilizar el trámite. A los dos días logra que la licencia se apruebe. La noticia se comunica a Quito y el embajador contesta así: “Ganancia neta: un par de grandes puntos que costaron muy poco pero que algún día nos podrá ser útil”.

Así hay más casos de visitas de funcionarios a la Embajada que estructuraba una especie de relación clientelar con EE.UU. Por la misma época el embajador ecuatoriano Alberto Quevedo renuncia a su cargo. Antes de partir de Washington pide al Departamento de Estado ayuda para inscribir a sus cuatro hijos en el colegio Americano de Guayaquil. El Consulado atiende esa solicitud y aprueba las matrículas.

Y más. El alcalde de Manta que quiere una planta de desalinización. El Ministerio de Agricultura busca bombas de agua para paliar sequías o arroz. Cada pedido era una visita nueva y el embajador sabía que cada favor luego sería cobrado.

El Gobierno consideraba toda la mercadería proveniente de EE.UU. como la mejor por lo que su primera y única opción era la industria norteamericana. Cuando el Cuerpo de Ingenieros del Ejército requería maquinaria también acudía a la Embajada. Brewster reporta esa demanda y termina aclarando que esta puede ser “una muy buena oportunidad para hacer negocios”.

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