Fabricio tiene 2 lágrimas tatuadas en su rostro. Se las hizo para representar la soledad y la falta de afecto que sentía desde que empezó a consumir drogas, a los 13 años. Las clases de valores, las terapias psicológicas y las charlas vivenciales en un centro de rehabilitación en Guayaquil se han convertido en su rutina desde hace 2 meses.

En ese tiempo no ha tenido contacto con su familia pero sí comunicación a través de cartas con su madre. Este sitio, que en un principio fue una casa, ha sido adecuado para el internamiento de las personas con problemas de adicción. Un estrecho pasillo conduce a la cocina y a las habitaciones que han sido destinadas para las terapias, los dormitorios y las salas de descanso. Ante la falta de espacio recreativo los usuarios salen una vez a la semana a realizar actividades deportivas.

En sus horas de descanso, Fabricio prefiere jugar dominó, parchís, damas o ajedrez con sus compañeros de rehabilitación. Algunos de ellos están por cumplir los 6 meses, tiempo en que dura el tratamiento de internación para poder salir a sus hogares y optar por la atención de manera ambulatoria.

Fabricio, de 22 años, recuerda que cuando aún era adolescente probó por primera vez marihuana, lo cual lo indujo a consumir cocaína y hasta ‘h’, esa droga común entre los jóvenes que, asegura, contiene heroína, veneno para ratas, cemento y otros componentes.

“Cuando empecé a consumir marihuana llegaba tarde a mi casa, hasta que en un momento dado ya me quedaba 2 o 3 días afuera. Al principio podía controlar la droga, pero con el pasar del tiempo ya sentía que se escapaba de mis manos. Yo vivía para consumir drogas”, revela. Los problemas y el rechazo familiar se acentuaron cuando su madre le dijo que no podía seguir en la casa, porque se robaba las cosas para venderlas y obtener droga.

Fabricio señala que se unió a una pandilla, que lo impulsó a “entrar en el mundo de las drogas”. En los primeros meses el consumo lo realizaba solo los fines de semana, pero finalmente llegó a consumir 6 veces a la semana.

¿Qué lo motivó a buscar refugio en las pandillas y las drogas?

“Uno de mis grandes problemas fue la separación de mis padres, pero él se fue y me dejó cuando tenía 7 años”.

El director del Centro de Sicoterapia (Censico), Ítalo Villavicencio, considera que “las personas adictas piden ayuda de la forma más autodestructiva, esto es drogándose”.

En ello coincide Marcos. Él asevera que “pedía ayuda a gritos por dentro, pero no sabía a quién decirle”. En su caso, se inyectó heroína desde los 15 años y fue a los 37 que reaccionó sobre el daño que se causaba. “Yo llegué (al Centro de Rehabilitación) con huecos en la piel. Al día me inyectaba más de 10 veces. Apenas me levantaba era una (dosis) y a cualquier hora del día era otra y otra”, dice. Finalmente reconoció que necesitaba un lugar de aislamiento, porque solo no podía cambiar su pensamiento.

Precisamente, compartir todo tipo de resentimientos que pueda haber tenido hacia su familia, liberó por completo a otro adicto: Mauricio. “Ser yo mismo, el saber que hay alguien que me escucha y que está dispuesto a ayudarme con mi problema ha sido muy beneficioso”.

Ahora su rutina inicia a las 6:00, cuando se levanta “sin ningún tipo de culpa o sentir el malestar de haber consumido droga el día anterior”. “Siento una paz, una tranquilidad. Me baño, me cambio y voy motivado a recibir terapias”.

Mientras que Fabricio cree que “si uno se propone, todo el mundo puede tratar su adicción”, aunque admite que al inicio quería salir corriendo, ante el proceso de desintoxicación mediante sueros.

Marcos también señala que antes de su último proceso exitoso de internación, hace 3 años, pasaron varios años en los que intentó recuperarse. Los 2 hombres esperan que sus historias ayuden a otros jóvenes a recapacitar y buscar ayuda especializada.