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Quilombo, aislamiento voluntario de un pueblo

Quilombo, aislamiento voluntario de un pueblo
05 de mayo de 2013 - 00:00

Vale do Ribeira, Sao Paulo, Brasil.- Si Quentin Tarantino, realizador de “Django desencadenado” fuera brasileño, seguramente miraría con atención la biografía de Bernardo Furquim, uno de los más indomables esclavos africanos llevados a Brasil cerca de 1830. Furquim fundó en el Estado de Sao Paulo una de las comunidades negras que aún sigue con  vida y con futuro en Brasil, los llamados “quilombos”.

Los quilombos (palenques en la América española) son aquellos poblados montados en  medio de la selva por los esclavos que escapaban de los ingenios, minas y plantaciones o que eran abandonados por los dueños de sus vidas, eslabones finales de la esclavitud que desde África promovían las potencias europeas. Apenas fueron reconocidos oficialmente en 1988, con la Constitución surgida tras la dictadura militar (1964-1985).

La historia universal reconoce a Zumbí dos Palmares como el gran héroe de la resistencia negra brasileña al esclavismo portugués. Pero existe aún en las comunidades negras rurales descendientes de los esclavos una historia que apenas se reduce a los antropólogos, la saga de un tal Bernardo Furquim.

Furquim es un prócer en los quilombos del valle de Río Ribeira, a unos 300 kilómetros de la ciudad de Sao Paulo, una región selvática de bosque atlántico altamente conservada hasta hoy que recibió la primera comunidad de negros que se fugaron de sus “señores” en 1625. En la zona de Río Ribeira brillaba el oro, al punto que la ciudad más cercana a la campiña donde escaparon los  negros se llama hasta hoy Eldorado.

Muchos patrones se marcharon cuando el oro se terminó del lecho del río, hasta inicios del siglo XIX. Dejaron atrás, también, a los esclavos y las iglesias católicas que habían levantado cerca de las orillas. Donde había oro, ahora crece el banano, principal fuente de ingresos.

05-05-13-sociedad-familiaEn esta realidad se forjaron las comunidades de descendientes de esclavos que evitaron sumarse al batallón de favelas  alrededor de  las ciudades. Cuentan con un sistema comunitario de igualdad socioeconómica y de división de tareas más parecido con un kibutz israelí que con el modelo industrialista de la primera economía latinoamericana. Plantío comunitario, sustentable y educación son las premisas de estos espacios rurales surgidos del horror esclavista. Pero volvamos a Bernardo Furquim. Furquim -dice a El Telégrafo su bisnieta, Jovita Furquim de França, de 70 años- tiene una historia que para qué le voy a contar.

Y cuenta: en África, Furquim fue vendido por su padre enfermo a un traficante de esclavos. Llegó en el  buque negrero al puerto de Río de Janeiro y después llevado a la búsqueda de oro en Minas Gerais. Luego fue comprado por un hacendado de la ciudad paulista de Campinas, ciudad  cafetera del interior de Sao Paulo. 

Allí logró sortear en parte la furia del sol del cafetal y la caña de azúcar. Tenía otra función: comandar y ejercer de fábrica de esclavos. “Los terratenientes separaban al más fuerte, al más inteligente, para que sea el esclavo reproductor. Como él era el más fuerte, le daban por ejemplo la potestad de ser el dueño de 30 mujeres para crearles hijos. Montaron con él una fábrica de esclavos”, narra Jovita, casada con Jabor y madre de cinco, todos viviendo en el quilombo de las casas que les entrega el Estado de Sao Paulo. Antes vivían en las originales de barro y madera, todavía conservadas, una técnica aprendida de los indígenas guaraníes con los que convivieron en la selva atlántica.

Así como el Django de Tarantino (un esclavo que escapa de su opresor e inicia una rebelión personal), Furquim escapó del señor en Campinas. Se dirigió hacia los quilombos existentes en el valle de Ribeira, a 300 kilómetros de distancia y siendo perseguido por buscadores de esclavos fugitivos. “Si un blanco agarraba un negro en un quilombo, pasaba a pertenecerle, eran verdaderas cacerías”, cuenta la bisnieta de Furquim.

05-05-13-sociedad-ninia4La instalación de un quilombo propio de Furquim no fue la misma que las de otros esclavos que escapaban. Furquim quería reproducir en su espacio de libertad el modelo que le aplicaron a él desde su salida de un puerto africano. Promediaba el siglo XIX y el mundo se despedía formalmente de cuatro siglos de esclavitud. Brasil demoró hasta 1888 en decretar la Ley Áurea. El último país del mundo. Brasil es el país con más negros en el orbe después de Nigeria. El 50,9% de su población se declara afrodescendiente, según el censo de 2010. Pero hoy un negro, por ejemplo, gana tres veces menos por el mismo trabajo que un blanco.

Vuelve Jovita, matriarca de su Quilombo, casa de barro, enfrente de un campo de fútbol donde niños que no conocen la ciudad, pero con antenas parabólicas para TV -una por casa- corretean con camisetas de Corinthians, Santos, Palmeiras y Sao Paulo.

¿Cómo él quería repetir en un quilombo lo que se hacía en una Casa Grande y la Senzala?
- Sí, sí, él quería ser el esclavo reproductor aquí, montar una estructura de esclavos que trabajaran la tierra para él, pero no le fue muy bien, tuvo resistencias y mucha violencia. Hasta hace pocos años las mujeres no tuvieron libertad aquí. Los hombres tenían 2 o 3 mujeres, echaban de las casas a las adolescentes que perdían la virginidad. Cuando yo era joven comenzó a cambiar todo. Las mujeres ganamos una segunda libertad.

Al menos 24 hijos se contabilizan -como resultado de los relatos orales captados por antropólogos- como hijos de Furquim desde la llegada a los quilombos del valle de Río Ribeira. En noviembre de 2012 nació en el quilombo de San Pedro, donde viven unas 40 familias descendientes de aquellos esclavos y de los primeros que se refugiaron allí a mediados de 1600, el más pequeño de los Furquim. Su madre le bautizó Bernardo.

El gran problema para los negros en Brasil, después de la abolición, fue el día después. Para compensar la mano de obra, el Gobierno brasileño impulsó la inmigración europea y los negros migraron del ámbito rural hacia la periferia de las ciudades. Nacían las favelas. “El problema seguía siendo grande, todos fueron largados a su suerte, abandonados”, manifiesta a El Telégrafo el presidente de la Asociación del Quilombo de Ivaporunduva, Benedicto Alves da Silva. El quilombo que lidera Da Silva es el más organizado.

05-05-13-sociedad-casaDe la ayuda que ofreció el gobierno paulista, prefirió dedicarla a construir una suerte de posada y restaurante comunitario para que el lugar se transforme en un destino del turismo étnico-cultural, sumado al atractivo de las cavernas y el rafting en  el río Ribeira. El sistema social del quilombo es “igualitario”. El gobierno de Sao Paulo y el gobierno de la presidenta Dilma Rousseff, mediante el Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (Incra) le reconocieron la posesión de las tierras, siempre disputadas en un país que aún es feudal en la distribución agraria.

- En un país con tanta desigualdad, ¿cómo hacen?, le pregunto a Benedicto.
- Mire, aquí no tratamos a la tierra como producto de mercado. Aquí crecemos, nos desarrollamos y vamos a morir en esta tierra para dejarla a nuestros hijos. A 100 años de la abolición de la esclavitud implementamos un sistema de igualdad, de pago por trabajos, por compras comunitarias, por ventas comunitarias, por producir la tierra sin agredir al medio ambiente bonito que nos rodea; esto sería un sistema social, algo que en muchos países del mundo no tuvo éxito, pero aquí lo tiene. Todos tienen y ganan más o menos lo mismo, en forma equilibrada.

Benedicto tiene formación política. Pertenece a lo que se llamaría movimiento negro. Es el presidente de la comunidad, que produce al costado del caudaloso y verde río Ribeira plátano, arroz, frijol, tomate, patata y aves de corral. Uno de sus sueños se ha cumplido: uno de sus hijos es abogado. Se recibió en Sao Paulo y volvió al quilombo, a trabajar en los asuntos legales, como los reclamos por la tierra y las acciones judiciales contra el avance de agricultores y falsificadores de títulos de propiedad, un mal que agrava el problema fundiario (tierras) en el Brasil.

“Aquí los jóvenes han regresado porque tienen trabajo asegurado, ganan dinero y disfrutan de este paraíso”, afirma Da Silva. Y pone como ejemplo que el gran terror de estos campesinos autosustentados es el peligro de las grandes ciudades. “Aquí un muchacho gana 700 reales (350 dólares), lo mismo que en un trabajito en Sao Paulo o Río de Janeiro. Pero allí viviría en una favela, en un cuarto de pensión o debajo de un puente. No queremos vivir en un puente, queremos vivir bien, por eso al joven hay que darle entretenimiento. Acá hay bailes, salidas al aire libre, trabajo, deportes. Y educación”.

En cada comunidad hay galpones para bailar forró los fines de semana. Y, obviamente, campos de fútbol. Aceptan al blanco en los quilombos solo si tiene parentesco. Muchos blancos buscan estos lugares bucólicos y productivos como lugar de jubilación a bajo costo.

05-05-13-sociedad-ninniaEn cada quilombo el gobierno de Sao Paulo instaló una escuela primaria. Los niños caminan algunos pasos para aprender la educación oficial. Los estudiantes siguen en varios colegios de la zona la educación secundaria, a los que llegan atravesando el río en una canoa o en una lancha de hierro que transporta automóviles.

“Recién ahora están estudiando algo de la cultura afro, pero el currículo es básicamente europeo. Yo no tuve eso, no sabíamos de dónde veníamos hasta hace pocas décadas”, dice Da Silva. En estos quilombos, a diferencia de algunos del Estado norteño de Bahía, no existe el candomblé ni las religiones africanas. Tienen iglesias abandonadas por los señores feudales en algunos casos y otras comunidades reciben flamantes templos evangélicos.

Para evitar la fuga de jóvenes hacia la ciudad, fue instalada en el medio de todos los quilombos la  primera escuela agrotécnica de Brasil para las comunidades de descendientes de esclavos. “Queremos ofrecerles las mejores condiciones para una calidad de vida dentro de sus costumbres. Nuestra inversión tiene el objetivo de mantener a las familias allí, que se desarrollen con educación”, comenta la secretaria de Justicia y Derechos Humanos de Sao Paulo, Eloísa de Souza Arruda, ante una consulta de El Telégrafo.

Arruda recuerda que el gran problema que sufrieron los quilombos fue ser reconocidos en su tierra, motivo de disputa de usurpadores frecuentes y falsificadores de títulos de propiedad.

Sin embargo, existen para estas comunidades nuevas amenazas: la construcción de centrales hidroeléctricas, como está ocurriendo en Belo Monte, en la Amazonía, donde parte de los indios afectados por las obras denuncian que están siendo víctimas de un exilio forzado en otros lugares de la selva. “Tenemos miedo porque la empresa Votorantim (uno de los gigantes del cemento y la energía en Brasil) intenta siempre el permiso para construir una hidroeléctrica en la cuenca del río Ribeira, lo que nos obligaría a marcharnos”, indica Aurico Díaz, jefe del quilombo Sao Pedro, fundado en 1835 por Bernardo Furquim.

Ellos forman parte de las comunidades que en Brasil están amenazadas por la construcción de hidroeléctricas para sustentar el crecimiento del país, expresa a El Telégrafo María Ignez Marcondi, asesora técnica del Instituto de Tierras de Sao Paulo y el enlace del Gobierno con los descendientes de los quilombos.

El gobierno de la presidenta Dilma Rousseff defiende esta forma de energía hidroeléctrica, más limpia que la fósil, lo que la ha enfrentado con los movimientos ambientalistas. “No nos oponemos al progreso. Pero debajo de los puentes de las grandes ciudades ya están repletos de gente”, dice Aurico Díaz, mientras un grupo de gallinas y sus pollitos camina por la calle de tierra del quilombo, rumbo al césped de la cancha de fútbol montada al lado del río que una vez fue fuente de oro para los ocupantes portugueses. Y que surgió como un western multirracial como “Django...”, pero en los trópicos. A lo Tarantino.

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