Decenas de personas se agolparon, el viernes pasado, cerca de los camiones que arribaron a Pimampiro. El objetivo era esperar que se abran las puertas  para sacar los productos y así ofertarlos en la Feria del Trueque. El encuentro estaba previsto a las 18:00, pero los camiones empezaron a arribar desde las 12:00.

Un fuerte olor a cebolla y a perejil se desprendió de los enormes vehículos que provenían, en su mayoría, de la localidad de Yaramal,  en el departamento de Nariño, en el Municipio de Ipiales (Colombia).

El trueque es una costumbre que se practicaba antes de la conquista española. En esa época, las personas realizaban intercambio directo de productos o servicios, sin que haya dinero de por medio.

Los pimampireños llevan más allá esta tradición. Abren las puertas a los ciudadanos del vecino del norte. Los moradores de la provincia del Carchi, principalmente de Bolívar, El Ángel, Mira, San Gabriel y Tulcán, llegaron con sus hortalizas y dulces de frutas. Los habitantes de la frontera colombiana, no se quedaron atrás y acudieron para proveerse de las hortalizas recién cosechadas.

Alrededor de 200 familias colombianas se ubicaron en el Polideportivo, ubicado en las calles Montalvo y Paquisha, en el centro del cantón que pertenece a la provincia de Imbabura.

También acudieron representantes de Nariño, Ipiales y Pasto, poblados ubicados a cerca de 179 kilómetros de distancia de esta cabecera cantonal.

En una extensión de 3.500 m², se instalaron 200 carpas para acoger a alrededor de 4.000 personas que asistieron durante los 2 días que duró la feria.

Este intercambio de productos alimenticios  tiene el nombre coloquial de ‘cambeo’, quizás por la  forma de pronunciar la palabra cambio por los habitantes indígenas de los sectores altos.

El trueque se caracteriza por el intercambio de los productos de las zonas frías con los de los sectores cálidos, recordó Óscar Narváez, alcalde de Pimampiro.

El burgomaestre del cantón narró que en la época incásica se intercambiaba sal, coca, algodón, madera, canela, plantas colorantes como achiote y medicinales (yerba luisa, yerba buena, manzanilla, eneldo, ruda, etc.).

Los productos que se intercambian por las zonas intermedias y altas del cantón son granos y tubérculos que se utilizan para elaborar la fanesca. Son fréjol, alverja, habas, choclo, chocho, mellocos y papas. En cambio los productos de las zonas bajas que se exponen son tomate, aguacate, yuca y frutas como hobos, plátanos, granadillas y papayas.

La feria del trueque es similar a la algarabía de un mercado, solo que en lugar de llevar el dinero en el monedero, las personas llevan un recipiente ‒puede ser una lavacara o un balde‒ que llenan con cualquier producto que ellos tienen y lo cambian por otro que necesitan. Ahí, las monedas y los billetes están demás.

Este tipo de actividades maneja ‘al dedillo’ doña Nubia Sevillano de 49 años, quien llegó desde Nariño con 6 costales de papas y de plátano verde. La mujer tiene una casa junto a una finca. Cada 3 meses que hay cosecha, los dueños le permiten recolectar las mejores verduras que sobran de la producción.

Entre el miércoles y la mañana del viernes pasado Sevillano obtuvo los productos que fue a cambiar por cebolla paiteña, tomate riñón, guineo y alverjas.

Lucía Arcos llegó junto a 6 personas más desde la localidad de Yaramal con una carga de papas, mellocos y alverjas para cambiar por aguacate, yuca y camote. Su familia se dedica a esta actividad desde hace 8 años, para preservar la costumbre que le inculcó su abuelita Hortensia Quema.

Los niños también participaron en la dinámica. Juan Pablo Tunque de 8 años de edad y originario de Potosí (línea fronteriza de Ipiales), llevó un recipiente de plátanos pintones para cambiar por rábanos. En una de las carpas, lo recibió Fabiola Chimbo, de 48 años, habitante de San Lorenzo (Esmeraldas). Ella tenía un costal con remolacha, granadillas y pitajaya.

Juan Pablo buscó afanosamente las verduras que su madre Rigoberta Tunque le ordenó conseguir. Doña Fabiola trató de cambiar los plátanos por una tanda de remolacha. Juan Pablo no lo hizo. “Doñita, si no tiene rábanos para mí, no hay nada”, le replicó el muchacho sin dejarse convencer.

Doña Nubia cree que esta tradición es una alternativa económica. Reconoció que los productos ecuatorianos son muy buenos. De ahí su costumbre de llegar hasta el lugar, en busca de frutas y hortalizas.

“El palta (aguacate) es riquísimo acá —aseguró—. Es más suavecito y en general las frutas ecuatorianas son más ricas por el clima”.

Patrimonio intangible

El antropólogo ecuatoriano, José Echeverría, está convencido de que esta práctica puede ser declarada como Patrimonio Intangible.

Explicó que para lograr estos objetivos es necesario conformar un equipo interinstitucional para que cada uno defina sus competencias. Este proyecto contaría con la participación del Ministerio de Cultura y de Patrimonio, así como el Instituto Nacional de Patrimonio, los gobiernos autónomos descentralizados y las juntas parroquiales.
Recordó que Pimampiro se encuentra en una geografía privilegiada por estar en el centro de pisos climáticos que puede generar productos de clima caliente o subtropical. Allí están sitios como el Valle del Chota, ubicado en la zona de Sigsipamba, que está sobre los 3 mil metros de altura.

Explicó que la idea serviría para invitar a los visitantes a quedarse en el lugar y que conozcan su riqueza histórica. Propone la creación de circuitos de turismo para que se conozca cómo los antepasados cultivaban en las laderas y  cómo desarrollaban los rituales agrícolas.

También se refirió al cultivo de la hoja de coca para ser empleada como producto medicinal, siempre y cuando su producción esté bajo el control del Estado.
“Sirve para el tratamiento de enfermedades como la osteoporosis por su gran contenido de calcio. (F)