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Larga vida al ceibo: este es un árbol nativo de América Latina

Larga vida al ceibo: este es un árbol nativo de América Latina
Foto: Lylibeth Coloma / El Telégrafo
15 de octubre de 2017 - 00:00 - Jéssica Zambrano Alvarado

Los manabitas viven rodeados de ceibos y dicen que donde crece uno hay una serpiente que merodea el suelo. El ceibo es una especie nativa de la tierra latinoamericana. En Ecuador, crece en los  bosques tropicales secos, como los de Manabí, Santa Elena y Guayas. Puede llegar a medir hasta 40 metros de altura y tan solo su tronco tiene dos metros de diámetro cuando supera los 40 años de vida. Durante sus dos primeras décadas de vida se protege con espinas cónicas en su tallo.

Si existe alguna razón por la que es abundante en las carreteras de la costa y aún permanece —escasamente— entre parterres y zonas urbanas es porque no es un árbol maderable. Aunque en zonas próximas a la ciudad no es posible identificar serpientes a su alrededor, en Guayaquil aún se escuchan los papagayos en peligro de extinción que anidan en sus ramas puntiagudas y casi secas. Allí, en esta época del año se alimentan del fruto del ceibo: una lana blanca y aceitosa con la que antes se fabricaban colchones.

Para las organizaciones protectoras de la flora y fauna local es incalculable la cantidad de ceibos que se han talado en Samanes, Mapasingue, Ceibos (la ciudadela que recibe su nombre) y hasta en zonas protegidas como Cerro Blanco o Cerro Colorado. A pesar de que en los últimos 20 años se han sembrado más palmeras que cualquier otro árbol, el ceibo sigue creciendo en la ciudad y hasta tiene sus propios guardianes.

Hace un poco más de 10 años, Hugo Chalén, un economista que gerencia una empresa de frutas y cientos de hectáreas en Santo Domingo de los Tsáchilas, se encontró con que cerca de su casa, en Samanes, los tallos de los ceibos que lo rodean estaban cortados y algunos de los gigantes hasta se habían caído.

A Chalén le parecía raro que esos árboles tan grandes estuvieran infectados con gusanos enormes y blancos del tamaño de una culebra y que los cortes fueran cuadrados, casi exactos.

Entre los cortados había tallos con gasolina en su interior. Para Chalén era evidente: no se trataba de la naturaleza, sino de un mata árboles, de carne y hueso. Decidió entonces contratar a un agrónomo, curar la maleza y todos los rastros de contaminación que alguien cercano a la sombra de los árboles hubiera dejado.

Los ceibos que Chalén cuida están en una zona protegida de la ciudad, donde en apróximadamente cinco hectáreas, entre casas de hormigón, sobreviven. En ese entonces, cuando muy pocas personas en la ciudad pensaban en demandar a alguien por delito ambiental, Chalén lo hizo ante la municipalidad. El culpable pagó una multa irrisoria de $ 100 por intentar acabar con al menos 30 árboles porque, según dijo el implicado, “las hojas caían en el patio de su casa”. Hay personas que no pueden vivir con hojas secas en sus casas.

En esta zona protegida aún quedan los rastros de las sustancias que curaron los tallos y las puntas secas de estos gigantes todavía son habitadas por iguanas, papagayos, pájaros y hasta buitres de cabeza roja a los que llaman guaraguao.

Después de curar los árboles, con un vecino del lugar decidió plantar más. “Así —dice— aseguro que esto esté lleno de ceibos para las siguientes generaciones”. Chalén, sin que nadie se lo pidiera, también unió el tronco de un árbol con cintas metálicas. Se había abierto y estaba por caerse.

Él creía que con esta herramienta casi ortopédica el tronco podría generar su propia goma para reintegrarse. Y el árbol sigue en revisión.

Este habitante de Samanes aficionado a la naturaleza y a las propiedades del ecosistema también se ha enfrentado con las autoridades municipales, que, según dice, a través de contratistas, permiten el uso de glifosato para limpiar el suelo.

Este herbicida casi causa la ruptuura de relaciones diplomáticas entre Ecuador y Colombia en 2010, luego de que el expresidente, Rafael Correa, denunciara la fumigación con este líquido en sus fronteras, afectando la salud de familias y las cosechas de la zona.

En Samanes, Chalén comprobó su uso en el suelo y optó  por pedir una reunión con la autoridad de parques. “No es necesario que usen esto, es una estupidez, con esto dañan el suelo y lo dejan inhabilitado para su fertilidad”, dice Chalén en su casa, con fotos de evidencia.

Para este ciudadano protector del ceibo este es un árbol singular porque permite que el ecosistema se desarrolle e interactúe de una manera especial. Cree que la vegetación tiene su ciclo y hay que dejar que la naturaleza haga su trabajo.

Desde esta zona única entre la urbanidad defiende que el parque no tenga canchas, sino que sea un espacio dedicado a la naturaleza.

Cree que la ciudadanía necesita este tipo de espacios para reconocer la ciudad y su historia. “Los árboles estaban antes que nosotros y eso hay que respetar”, dice este empresario y protector de una especie que persiste en la ciudad. (I)  

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