Ecuador, 18 de Abril de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Historias

La minería amenaza a una tribu en Brasil

La tribu vive en la región protegida de Renca, ubicada en el estado de Amapa. En 1970 enfrentaron las primeras amenazas debido a la inmensa  riqueza que hay en su territorio.
La tribu vive en la región protegida de Renca, ubicada en el estado de Amapa. En 1970 enfrentaron las primeras amenazas debido a la inmensa riqueza que hay en su territorio.
Foto: AFP
29 de octubre de 2017 - 00:00 - AFP y Redacción Séptimo Dïa

Brasil.-

Miembros de una tribu de la Amazonía brasileña miran fijamente hacia el cielo y exclaman: “¡Un avión!”, señalando un lejano punto plateado.

La visión de la aeronave que sobrevuela la reserva Waiapi de Manilha hipnotiza a los indígenas, ataviados con brillantes taparrabos rojos y los cuerpos pintados con motivos rojinegros hechos con achiote y jenipapo, un fruto local.

“¿Crees que vienen a observarnos?”, pregunta Aka’upotye, de 43 años, el primogénito del cacique.

Incluso cuando desaparece el avión -desde el cual la Amazonía debe parecer apenas una alfombra verde- persiste una sensación de malestar.

La tribu fue contactada por autoridades brasileñas en la década de 1970. Hasta ese momento, vivía como sus ancestros antes de que los europeos llegaran a América hace cinco siglos, en armonía con la mayor floresta del planeta.

Pero el llamado ‘mundo moderno’ se acerca y los cerca.

Para alguien llegado de fuera, la vida en Manilha y en una docena de pequeñas comunidades de casas sin paredes y con techos de paja parece a primera vista un cliché de otra era.

Los hombres cazan y pescan, mujeres con pechos descubiertos cosechan yuca y preparan la leña para el fuego. Y todos, incluidos los niños, se cubren con pinturas naturales para proteger sus almas y sus cuerpos.

No hay tiendas ni necesidad de dinero. A diferencia de tribus que casi se han convertido en atracciones turísticas, los waiapi casi nunca aceptan visitas de extraños, ni siquiera periodistas.

A pesar de ese aparente aislamiento, no hace falta llevar la mirada al cielo para encontrar señales de cambio.

Un hombre de la tribu tiene un teléfono celular en su taparrabo: en el lugar no hay señal, pero lo usa para sacar fotos. Otro posee el único auto de Manilha. Bajo un techo de paja resuena una radio alimentada con energía solar, utilizada para conectar a las comunidades waiapi diseminadas por la floresta.

Y mientras Manilha da la impresión de estar perdida en el palpitante corazón de la selva, todo el mundo sabe que la sociedad de consumo acecha a solo dos horas de carretera, en el soñoliento pueblo de Pedra Branca.

Dos galaxias a un paso

La mayoría de los cerca de 1.200 waiapi casi nunca van a Pedra Branca. Jawaruwa Waiapi viaja en cambio allí cada semana, alternando entre dos mundos, casi como un viajero intergaláctico.

A sus 31 años, vive en una colina pronunciada en la selva e hizo historia el año pasado al convertirse en concejal. Es el primero de su tribu en ocupar un cargo político por elección popular, un raro ejemplo de la incursión waiapi en territorios del ‘hombre blanco’.

En Pedra Branca, donde ocupa un escritorio, viste jeans y una camisa a cuadros.

Al regresar a su hogar, cada fin de semana, lleva apenas el tradicional taparrabo. Su esposa, Monin, vestida de forma similar, lo adorna con achiote, favor que él le devuelve.

“Aquí tienes que seguir las reglas de la ciudad. Necesitas dinero para vivir, necesitas pagar por todo”, dice en Pedra Branca. “De regreso a la aldea, no pagas por nada: el agua y el fuego son gratis”.

Jawaruwa Waiapi dice que se postuló para el Concejo Municipal porque no había ningún representante indígena en esa instancia, así como tampoco hay diputados autóctonos en el Congreso brasileño. “¿Quién más va a pelear por nuestra gente?”, se pregunta.

Marina Sa, dueña de un restaurante en Pedra Branca que ha ayudado al concejal a integrarse, dice que la presencia de Jawaruwa Waiapi es una novedad. “Poca gente ha ido (a territorio waiapi). Es otro mundo”.

Un waiapi corre luego de cortar una rama de árbol. Cuando los integrantes de la tribu caminan alrededor de sus viviendas no ven árboles, pero tienen una especie de centro comercial donde se abastecen de alimentos, herramientas y abrigo.

Siempre waiapi por dentro

Jawaruwa Waiapi y su familia parecen desprenderse de una pesada carga cuando regresan a su tribu, donde el sol gobierna las rutinas y los cantos de los pájaros son los ruidos más fuertes que se oyen.

“A los niños no les gusta la vida en el pueblo”, dice su esposa Monin, de 24 años. “Tienen que usar ropa y ducharse, en lugar de asearse en el río”.

Mirando a uno de sus cuatro hijos, de 4 años, Jawaruwa Waiapi se preocupa.

Los jóvenes que salen de la aldea para estudiar generalmente regresan. ¿Pero qué pasa si los suyos no? “Si él se va de la aldea y le gusta la ciudad, no querrá conservar nuestra cultura”.

Un hombre de la tribu que vivió dos décadas fuera de la aldea dijo que le costó cuatro años “volver a ser un waiapi”. “Hay mucha maldad en el mundo”, dice Calbi Waiapi, de 57 años.

Pero para Kamon Waiapi, que viaja regularmente a Pedra Branca y es asistente de Jawaruwa, dice que la clave está en recordar quién realmente eres.

En un viaje reciente al pueblo, salió del carro y cambió su taparrabo por jeans, zapatos de cuero y una camiseta.

“Ahora soy un hombre blanco”, dice. ¿Se siente menos waiapi?, le preguntan. “No”, responde sin sombra de dudas el joven de 25 años. “Por dentro, nunca cambio”.
Una lucha contra la minería

Los waiapi viven en el estado de Amapa, Brasil. Su territorio es parte de una zona conservada llamada Renca. A inicios de 1970 la tribu tenía 2.000 miembros. Pero tras la llegada de los ‘hombres blancos’ en busca de oro y con ellos de la gripa y del sarampión, en menos de tres años la comunidad se redujo a 151 habitantes.

El Gobierno de Brasil quiere abrir el área de reserva, pero sus integrantes han prometido mantenerse en pie de lucha.

Tzako Waiapi recuerda perfectamente la primera vez que se topó con un ‘hombre blanco’ mientras cazaba en la selva amazónica: a partir de ese día casi todas las personas que conocía murieron misteriosamente.

Ese encuentro a inicios de los años 1970 fue un cruce inesperado entre dos mundos, pero también el inicio de una terrible tragedia.

De un lado estaban los miembros de la tribu waiapi. Del otro, los pioneros brasileños de la implacable minería, la tala de árboles y la explotación de las riquezas naturales en la Amazonía. Ninguno sabía de la existencia del otro.

“Los blancos sacaron sus revólveres, nosotros nuestras flechas y quedamos cara a cara”, rememora el anciano Tzako, jefe del pueblo de Manilha, en la profundidad amazónica.

El incidente terminó de forma pacífica, pero los ‘garimpeiros’ que penetraron en la selva acababan de dejar un arma mucho más letal que cualquier revólver para la tribu.

Enfermedades como el sarampión y la influenza estaban controladas hacía tiempo en las sociedades desarrolladas. Sin embargo, al propagarse entre indígenas sin ninguna inmunidad natural, esos virus se dispararon como bombas.

“Los waiapi no estábamos acostumbrados a esas enfermedades y mataron a la población rápidamente”, dice Tzako recostado en una hamaca bajo un techo de palma, rodeado de gallinas y miembros de su familia, todos ataviados con el tradicional taparrabos rojo de la tribu.

“Cuando teníamos gripe, mejorábamos, así que cuando empezó el sarampión pensábamos que también mejoraríamos. Pero el sarampión es más fuerte y algunos murieron en apenas un día”, rememora en lengua waiapi Tzako, mientras uno de sus hijos lo traduce al portugués.

El jefe indígena no consigue recordar su edad exacta -estima que tiene unos 80 años- pero la memoria del horror que vivió cuando era joven está dolorosamente fresca. “No quedó nadie para enterrar a los muertos. Los animales se comían los cuerpos porque no quedaban familiares para enterrarlos”.

Al ser cuestionado por cuánta gente cercana perdió, Tzako empieza a nombrarlos uno a uno: su mujer, su suegro y suegra, su cuñado, hijos. Pero, de repente, para de contar y ondea su mano para constatar la realidad; fueron demasiados para poder contar. “Ellos quitaron los niños a los waiapi”.

De acuerdo con un censo gubernamental, el pueblo waiapi quedó con apenas 151 miembros en 1973, muy por debajo del estimado anterior, de alrededor de 2.000.

Miembros de la tribu aseguran que habían otros grupos de waiapi, tradicionalmente asentados entre Brasil y la Guayana Francesa, que escaparon de la plaga gracias a su aislamiento.

Esos sobrevivientes y un posterior programa gubernamental de vacunación ayudó a que la tribu se fuera recuperando, hasta llegar a alrededor de 1.200 miembros hoy en día. Mientras la ausencia de ancianos resulta evidente en los poblados waiapi, se ven niños por todos lados.

Ahora ya no son las enfermedades las que hacen temblar a esa tribu, sino la presión cada vez mayor del gobierno conservador brasileño y de los lobbies industriales para abrir su selva a la minería y la deforestación.

El intento fallido del presidente Michel Temer para permitir que firmas extranjeras explotaran una reserva del tamaño de Suiza en la Amazonía sembró el pánico a mediados de año.

“Estamos luchando para que eso nunca más se repita. Eso es lo que les digo a mis hijos, a mis nietos, a mi gente”, dice Tzako. “Ahora estamos preparados para la guerra”.

Carreteras, otro enemigo

William Laurance e Irene Burgués publicaron este mes en la revista Science un artículo sobre la fiebre por las grandes obras, en especial las carreteras, que se ha desatado en los países menos desarrollados. Una fiebre que consideran “puede tener serias consecuencias, tanto ambientales como económicas y sociales”.

De acuerdo con la investigación de Science, el 95% de toda la deforestación en la Amazonía brasileña es una consecuencia de la construcción de carreteras, en un radio de 5,5 km de una de esas vías.

En el Amazonas, como en otros lugares, la deforestación primero se extiende a lo largo de un camino inicial y luego prolifera a una telaraña en expansión de caminos ilegales secundarios y terciarios. Los autores consideran como solución inicial no construir nuevas carreteras en bosques intactos. (I)

Alimentos

Caxiri, una cerveza de yuca

Una mujer de la tribu prepara caxiri, una bebida ancestral con la que preparan cerveza a partir de yuca. Todos consumen la bebida en la localidad, desde los hombres, las mujeres, incluso los niños cuando no son muy pequeños.

Tecnología

A pesar del encierro la modernidad llega

Un grupo de niños de la comunidad mira una danza tradicional en el celular. A pesar de que la tecnología es escasa está cada vez más próxima de ellos y de irrumpir en sus formas de vida.

Para estar siempre al día con lo último en noticias, suscríbete a nuestro Canal de WhatsApp.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media