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El Telégrafo
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Crónica de a pie

Don Franklin no tiene dónde poner sus 800 medallas

Don Franklin no tiene dónde poner sus 800 medallas
Karly Torres / et
19 de noviembre de 2017 - 00:00 - Karla Naranjo Álvarez

Una luz muy fuerte o hasta un suave resplandor le provocan parpadeos constantes. Franklin Parrales Castro, quien ya rebasó el límite de la tercera edad, no puede mantener los ojos abiertos, pues le arden, como si una minúscula basura o una pestaña pasara refugiada bajo sus plegados párpados.

Ahora se ve obligado a usar unas gafas oscuras, hasta para comer; sin embargo no deja de hacer lo que más le gusta.

-¿Coser?, puedo hacerlo a ojos cerrados, soy un profesional.

El ciudadano, oriundo de Jipijapa, en Manabí, recuerda que a los 20 años hizo sus primeros cortes en tela, sus primeros trazos con tiza y desarmó y armó sus primeras prendas de vestir en las antiguas máquinas a pedal.

Pese a que el paso de los años le provocó la disminución de su vista, conserva el hábil movimiento de sus manos. La máquina da sus veloces puntadas y él sin temor desliza el deteriorado uniforme pixelado de un agente del Grupo de Intervención y Rescate (GIR) por una placa para remendarlo.

En las instalaciones de esa unidad de élite, ubicadas en el km 19 de la vía Guayaquil-Salinas, tiene acomodado su taller. Es un amplio espacio donde también funciona la lavandería de los gendarmes. Su otra ‘oficina’ está en los predios del Grupo de Operaciones Especiales (GOE), en la vía Perimetral. Él es el sastre oficial de ellos y sus familias.

En cada uno de los cuarteles tiene un pequeño dormitorio, pues hay días en que las horas vuelan y por seguridad ya no regresa a su domicilio, en uno de los cerros de Mapasingue este, en el norte de Guayaquil.

“Él cose tan rápido como corre”, dice en tono de broma uno de los agentes que lo mira mientras le repara una gorra.

‘Correlón’ es el apodo más común atribuido al menudo hombre que hace más de 34 años es parte de la familia policial, sin ser uno de ellos. No es policía, pero los ha representado en tantas competencias de atletismo que se siente como uno más. “Por mi cuerpo corre la sangre de un policía”.

Rememora que la primera vez que compitió tenía 41 años, una edad en la cual los deportistas consideran retirarse, porque creen que ya no tendrán más victorias.

Era de noche. Se arriesgó a competir sin entrenar y recuerda que “casi se muere”. Le faltaban el aire, las fuerzas, no se imaginó que era tan difícil. Otras personas que tenían experiencia lo aconsejaron e invitaron a otras carreras y al año, tras subirse al podio, se ‘envició’ por ganar. Nadie lo pudo contener.

Su cuarto parece un museo

En el cuarto que Parrales tiene en el GIR, de unos 40 metros cuadrados, antiguamente se practicaban artes marciales o al menos así lo evidencia un rótulo clavado sobre el marco de la puerta. Ese espacio, ahora, él lo convirtió en un museo.

Al cruzar el umbral de la puerta metálica resulta difícil decidir hacia dónde mirar. Cerca del acceso hay una tabla pintada de azul, con palos y alambres agregados en la parte superior (como cordeles) para exhibir aproximadamente 800 medallas ganadas.

En su mayoría eran doradas, pero el paso del tiempo las ennegreció. En algunas, los detalles importantes, como el puesto, el año y el lugar donde las obtuvo se pueden descubrir raspándolas con las uñas.

Con el pecho henchido de orgullo muestra que ha sido el primero en cruzar la meta en competencias de 10, 20, 30 y una vez hasta de 50 kilómetros en una media ultramaratón.

La condecoración que ocupa más espacio es una elaborada en un pedazo de tronco. Ahí entrarían unas 10 distinciones, pero no la deja fuera porque todas son sus consentidas, hasta una que parece un pan de dulce.

La más conservada está fabricada con cáscara de coco y lleva tallado el rostro del expresidente de Ecuador Eloy Alfaro. Es ese rostro el que le recuerda lo duro que le resultó esa batalla que culminó en la cumbre del cerro de Montecristi, en la ciudad del mismo nombre.

Prefiere ocultar su edad

¿Cuántos años tiene Franklin? “Eso no se dice”, responde dirigiendo su mirada al suelo, luego suelta una carcajada y contesta: “Bastantes. Es que si la digo se me pueden ahuyentar mis fans”.

Intentando evadir el tema, camina al centro de la habitación, hasta el borde de su cama de una plaza. Se pone frente al espejo del modular contiguo, se mira la cara,  luego sus brazos tostados y arrugados por tanto sol.

Tras una profunda exhalación confiesa: “Ya llegué a los 74 años”.

El manabita, de un metro y 60 centímetros de estatura, cuyo delgado cuerpo pesa 113 libras, aún se levanta antes del amanecer para entrenar, mínimo corriendo unos 14 kilómetros, luego hace un poco de tareas gimnásticas. “Realmente rindo más que muchos jóvenes”, expresa con firmeza y recupera el ánimo.

Aún no se conforma con las cientos de medallas que no caben en su cartelera, ni con los incontables recortes de periódicos y revistas en los que aparece su imagen, ni con las decenas de trofeos enfilados en el suelo cerca de la cama.

“El primero que conseguí se me ha desbaratado cuatro veces y otro me lo comí hace unos 12 años”, cuenta riéndose. Franklin no ingirió ningún pedazo de metal, hizo una analogía al recordar que en una carrera de 8 kilómetros en Manabí, que incluyó subidas a cerros y caminos pedregosos, le dieron como premio una gallina, fundas con frejoles, racimos de guineo y medio saco de yuca.
Ese galardón jamás lo olvidará, porque fue el alimento para toda su familia.

En resumen, ha participado en 7 maratones de 42 kilómetros, 17 semimaratones de 30 kilómetros, 23 carreras de media maratón (21 km) y 8 de todo terreno. Y no solo ha recorrido por asfalto o tierra ecuatoriana, también ha competido en Venezuela, Colombia, Perú y Paraguay.

Al año participa en 20 o 30 carreras.

“¿Que cuándo me voy a detener? Para qué detenerme si sigo subiéndome al podio, soy un civil que aún le da gloria a la Policía Nacional. Si ya fuera un fracaso y estuviera pierde y pierde, tal vez lo pensaría. Además, los médicos me dicen que tengo la presión como la de un niño”.

No tuvo suerte en el amor

La historia de Franklin no ha sido solo de triunfos, hubo una derrota que lo marcó tanto o más que la gallina: la ruptura de su matrimonio de 22 años. Él nunca más se volvió a casar. Y no porque no quisiera.

“Sí, estar soltero es bonito, pero también hace falta una compañera. Parece imposible que con tantas mujeres sea tan difícil conseguir una”.

La separación de su esposa no solo lo dejó sumido en una depresión que provocó otros daños. Por ejemplo, el bazar bien surtido que tenía en su casa quebró.

Y eso no era todo lo malo que le pasaría. Sin alguna explicación, sus vecinos, cuya casa era más alta, iban a la terraza y le tiraban a su techo excremento en fundas y piedras que más de una vez atravesaron la lámina de zinc. Aquello ahuyentó a los pocos clientes que aún lo visitaban. ¿Por qué le hacían esa maldad? Han pasado más de tres décadas y desconoce la razón.

Más adelante se enteró de que vendían droga y presume que no soportaban verlo con ánimos de superarse haciendo deportes, pues ya había corrido unas cuantas veces y eso lo alejaba más de  actos ilícitos. “Esta disciplina me hizo comprender que los fracasos se los puede superar buscando el camino correcto, sin vicios que afecten la salud física y mental”.

Temeroso por la vida de sus hijos, una noche le pidió ayuda a los policías. Ahí fue cuando cambió su historia.

El agente que llegó en moto a auxiliarlo se hizo su amigo y todos los días le daba vueltas a su casa para comprobar que estuviera bien. En esas visitas se fijó en el potencial de Franklin, pues veía que empezaba una colección de medallas. Así que se convirtió en su motivador personal y le dio ánimos para que continuara. También le presentó a más compañeros para darle trabajo como sastre.

“Mi casa luego parecía un cuartel, pues siempre le daba espacio a los policías para que descansaran o entrenaran en una especie de gimnasio que armé en el patio grande atrás. Ahí había árboles con sogas, barras, anillos, tablones y unos parlantes”, cuenta el atleta.

Después lo convencieron para que corriera en representación de la Policía. Y así fue. Siempre que compite viste camisetas que mencionan a la institución.

“Antes éramos incomprendidos, para los demás los atletas estábamos locos y desperdiciábamos el tiempo. Pero las épocas cambian y ahora es una moda”.

16 años de espera... y contando

A aquella casa de Mapasingue le cayeron los años más rápido que a su dueño. Si antes no era cómodo vivir ahí, mucho menos ahora. Con tantos logros conseguidos, el ‘Correlón’ imaginó tener una vida digna y el anhelo parecía cumplirse.

Entre tantos recortes de su trayectoria, él guarda los planos y otros detalles de la casa que prometieron construirle tras un convenio entre instituciones. En 2001 se la ofrecieron, pero los años trans- currieron entre papeleos, trámites, visitas y palabreos. Ya mismo llega 2018 y no terminan de darle la vivienda.

Sí, algo hicieron en la parte posterior de su terreno, donde antes estaba el gimnasio, pero el sitio es inhabitable. Solo es un cascarón, sin cerramiento, ni tumbado, ni ventanas, ni enlucidos ni puertas. Ya no sabe a quién más pedir ayuda.

Franklin es el único que corre en su familia; es más, sus cuatro hijos no lo apoyan en su afición por el deporte, pues las creencias religiosas que defienden están en contra de que un ser humano sea exaltado, que tenga fama.

Pero él no solo es ‘famoso’ entre los policías. Allá, en la tierra en que nació y en la que trabajó con machete hasta los 16 años, hay una carrera bautizada con su nombre: Franklin Parrales Castro. Es cada marzo -desde hace 17 años- la distancia es de 30 kilómetros, desde Jipijapa a Puerto Cayo.

Parrales afirma que en su vida ha hecho de todo. “He trabajado desde que era menor de edad, no tuve miedo de dejar mi tierra para progresar y me entreno fuerte para seguir. No me importa que me digan que ya estoy muy mayor y que debo descansar.

Seguiré trabajando y corriendo, porque no me canso. Ah y tengo algo que le va a sorprender más: soy bailarín profesional y le doy clases a algunos policías”. (I)

En una esquina de la lavandería, el ‘Correlón’ tiene acomodado su taller de sastrería. Él no solo remienda uniformes, también hace trabajos para los familiares de los agentes y diseña sus propios modelos de vestimenta. Foto: Karly Torres / et

Sus retos

Las carreras
→Franklin Parrales ha participado en 7 maratones, 17 semimaratones, 23 carreras de media maratón y 8 de todo terreno. No solo ha corrido en suelo ecuatoriano, sino también en Venezuela, Colombia, Perú y Paraguay.

→33 años de vida le ha dedicado al deporte. En ese tiempo ha ganado más de 900 condecoraciones.

Los apodos   
→‘Correlón’, el ‘Sastre de los policías’, ‘Rolando Vera de Mapasingue’, ‘Don Berna’ (por su parecido con un agente que falleció) son los sobrenombres con los que también conocen al ciudadano manabita.

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