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Los skaters saltan obstáculos por arte y no por deporte

Los skaters saltan obstáculos por arte y no por deporte
FOTOS: Karina Acosta
31 de julio de 2016 - 10:38 - María Elena Vaca Burneo

La patineta da una vuelta y cuando está por finalizar el truco, Roberth Linzan, de 19 años, se cae. Su rostro revela rabia y frustración. Lleva más de 2 años intentando ejecutar un 360° flip (dar la vuelta a 360 grados con el artefacto) y aún no lo logra. Ese viernes pensó que sería su día, pero no fue así.

Intenta otra vez y una nueva caída. Su grito es más fuerte. “¿Estás bien, ‘brou’ (brother)?”, le gritan. “Sí”, responde, sin decir nada más. Aprieta con fuerza su mandíbula para contener el dolor, toma la patineta y sigue.

No es el único que no consigue ejecutar esta hazaña. Michael Gualoto (18 años) también lo intenta, pero cuando se eleva, los pies se le traban. Cae.

Para los skaters de la capital (amantes de las patinetas), que tienen entre 8 y 45 años, cada raspón y caída son un trofeo.



Entrenan todos los días en jornadas que se extienden por más de 10 horas. Linzan muestra sus piernas totalmente marcadas. Se asemejan a los rayones que dejan las llantas de la patineta en la pista.

Llama “firmas” a los rasguños que lleva en su piel, que lucen iguales a los raspones de la tabla. Llegó a las 11:00.

Son las 13:30 y no tiene la intención de marcharse. Comerá un pedazo de pan, “el crujido en los cajones me exige más y más, no puedo parar”.

Barandas, gradas, pasamanos, pistas en zigzag y cajones a desnivel, de metal y cemento, son los obstáculos que deben superar. Con la tabla saltan, hacen que las llantas -como si fueran manos- se sujeten con fuerza en las rampas.

Para ellos no es difícil quedarse suspendidos por segundos en el aire, el mismo que expulsan al caer. Con el pedazo de madera se resbalan por el angosto manubrio, todo sirve para brincar, en eso está el arte.

Para Santiago Revelo, de 32 años, la patineta es una prótesis de su cuerpo. La lleva a todas partes desde los 18 años. Incluso, muchas veces llega desde el sur -en donde vive- sobre ella, que se convirtió en su medio de transporte. También lo hace Linzan, quien vive en San Juan, y para quien cada bajada se vuelve un reto, aunque lo toma como una práctica diaria. “El skater le hace a la tabla, no la tabla al skater”.

De la primera patineta, comprada en un almacén para niños, a la profesional que usa ahora hay diferencias y la principal es el precio. Recuerda que la primera costó 75 mil sucres ($ 3), ahora una tabla como la que utiliza superaría los $ 138. Pero indica que cuando comenzó, una patineta estaba valorada en un millón de sucres ($ 40). “Era algo imposible”.



La primera la adquirió ahorrando las colaciones del colegio. A los 14 años vio un entrenamiento de skaters y “supe que eso era lo mío”, dice. Ahora se dedica a dar cursos de dominio de la tabla para niños y jóvenes en el parque La Carolina.

Pantalones apretados y camisetas flojas, además de gorras, que usan con la visera para adelante o para atrás, imponen el look en la pista. Todos visten de manera similar.

Mario Pinchón, de 14 años, no tiene una patineta propia. Hace un par de meses se le rompió. Ahorró $ 100 de las colaciones del recreo, pero aún no le alcanza. “En el ‘cole’ dejé de comer pizzas, que son mis favoritas. No cambiaría en nada la libertad que siento cuando estoy sobre ruedas”.

Sus padres le prometieron los restantes $ 100 si realiza tareas en casa como lavar platos, arreglar su cuarto, etc. “Mis papás me dijeron que comprar la nueva tabla sería una tarea compartida”.

Quiere ensamblar su propia patineta. Con libreta en mano, arma su presupuesto: $ 100 le costaría la tabla, que tiene 7 tipos de madera; la lija estaría en $ 10, un track (soporte de llantas) en $ 30; al igual que las 4 ruedas y los 4 rulimanes en $ 20. Los restantes $ 10 los destinará a la compra de tuercas.

Si se caen vuelven a empezar

El chirrido de una patineta anuncia una nueva caída. Benjamín Méndez, de 15 años, intenta cruzar un cajón de cemento solo con las llantas laterales de la patineta. Se tropieza y pierde pista. Todo el peso cae en su brazo. “Se planchó (cayó)”, grita Pinchón. En el piso, se queja. El resto de skaters le tienden la mano. “Somos una familia, aunque no nos conozcamos, nos ayudamos”. Se levanta y, a pesar, de tener raspado todo el brazo sigue intentando. “En la caída está el gusto. Así te caigas hay que seguir”. Pero ahora no lo hace solo. “Vamos, compa, sí puedes”, lo apoyan. Al final lo consigue. ¿Me preguntas qué es ‘tripear’ (disfrutar)? “Mírame, esto es”, responde Méndez. Bailan al ritmo del hip hop.

En Quito, según los skaters hay muy pocas pistas en donde ensayar su freestyle: en Carapungo, el Calzado, el Parque Inglés y Calderón. Esta última es de madera. Han observado que el Municipio de Quito no da mantenimiento a las pistas. “Nosotros reparamos, cuando vemos cuarteada la pista”.



Doménica López, de 15 años, llega dominando su patineta con una botella de agua en la mano. Mira al resto de compañeros, y aún temerosa se sienta en una esquina y ajusta los cordones de sus zapatos. De reojo mira a todos. Pasan 15 minutos y aún continúa sentada. Milena Terán, de 29 años, pasa como Flash saludando a todos. Uno de los chicos le pregunta por su hijo de 8 años, que incluso dicen que patina mejor que su mamá. “No pudo venir”, les grita. Doménica decide entrar; infla su boca y contiene el aire, toma su patineta, pero ya adentro de la pista retrocede y resbala por afuera. Hace un año, sus padres le regalaron el artefacto, pero recién en estas vacaciones se arriesgó. Lo primero que aprendió es la jerga. “Ya hago un ollie (salto con patineta)”, dice, mientras circunvala la pista. Benjamín se le acerca. “¿Tu patineta es de 8?”, le pregunta. Rompen el hielo. El grosor de la tabla influye, por ejemplo, los profesionales usan tabla 6, los de nivel intermedio 7 y los que recién empiezan una 8. La mayoría de tablas son de madera de maple recubierta por una lija que les permite tener adherencia y hacer los trucos.



En la pista, todos se conocen y por ello notan cuando alguien extraño ingresa. Un chico, con un buff (tipo de bufanda), saca de un bolso de cintura un aparente sticker verde brillante, que les ofrece. ¿Qué es eso?, ¿se pega en la patineta? “LSD (una droga alucinógena)”, responden. Pero, nadie le compra y mejor le piden que se retire. “Nos dicen ‘fumones’, ‘drogos’, alcohólicos, pero nadie consume, eso es un mito”, responde Linzan.

La conversación entre Doménica y Benjamín avanza: “¿Tienes ‘Face’?, le increpa. Cuadran horas para patinar. Les sale un ollie, juntos ‘tripean’. (I)

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