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El Telégrafo
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En el oratorio existe más de un centenar de agradecimientos que dejan los seguidores

Una imagen que costó 14 sucres hoy es el centro de adoración de los devotos

La capilla está llena de reconocimientos y obsequios que recibe el Niño de Praga en su altar dorado, de estilo barroco, de parte de sus devotos. Fotos: Fernando Machado / El Telégrafo
La capilla está llena de reconocimientos y obsequios que recibe el Niño de Praga en su altar dorado, de estilo barroco, de parte de sus devotos. Fotos: Fernando Machado / El Telégrafo
27 de septiembre de 2015 - 00:00 - Fernando Machado

Son las 10 de la mañana de un frío sábado. Juan Ortega abre la puerta de madera de la capilla donde está el Niño de Praga. Se dirige al altar, camina lento, en silencio y, a medida que avanza, siente el calor de las velas consumiéndose armoniosamente. Cada cirio encendido representa la fe de los creyentes que han visitado a la imagen ofreciéndole sus plegarias, pidiendo sus milagros y agradeciendo por los favores recibidos.

Ortega tiene 40 años y es uno de los pocos que suben a pie hasta la cima del barrio Santa Teresita de Monay. “Mientras me acerco al Niñito se me vienen muchas ideas, pienso: ‘¿Qué le voy a decir?, ¿cómo voy a estar frente a él?’. Tan pronto como llegué le recé... Me salieron las lágrimas cuando pedí por mi esposa, mis hijos y por mi difunto padre”.

Cuenta que conoció al Niño de Praga hace casi 20 años por su mujer. Comenta que su fe se basa en los favores recibidos por su salud, su familia y el trabajo, mientras se ve que la gran mayoría de los visitantes llegan en sus vehículos. Los fieles, antes de entrar al oratorio, observan desde lo alto de la montaña la ciudad, pues este lugar ofrece una vista panorámica muy diferente a la del tradicional mirador de Turi.

Edison Calle, mientras se retira del lugar, dice que su visita fue para agradecerle por un milagro concedido a sus tíos y menciona: “Estaban a punto de deportarles, estaban presos en Estados Unidos y era imposible que puedan salir, entonces mi tía me dijo que venga con unas velas a rezarle, y desde entonces vengo a visitarle con devoción por ese milagro, que ya mismo se cumple un año”, señala.

“Yo no puedo decir que a mí me constan los milagros”, comenta con voz firme Elena Ramírez, que es la propietaria y quien ha estado a cargo de la imagen los últimos 25 años. “Ellos, los fieles vienen a pedir por milagros y luego regresan a agradecer”, señala. Elena recuerda que “llegó un viejito desde Ambato buscando a alguien que cuide del Niñito”, y señala que fue él, el último heredero de esta imagen traída desde la ciudad de Praga de la antigua Checoslovaquia (actual República Checa).

Este hombre le propuso vender la escultura a su madre, pero ella se negó por no contar con los 14 sucres que él pedía. Cuenta que su progenitora se ganaba la vida recogiendo leña y que era imposible reunir esa cantidad de dinero en un solo día. El anciano insistió que vaya a trabajar con fe y que cuando regrese le busque. Según recuerda Elena: “Mi mamacita ganó más, le compró la imagen y tuvo hasta para la comida”.

Han transcurrido aproximadamente 70 años desde ese suceso, ha aumentado la popularidad, se han sumado fieles de todas partes, especialmente de las zonas rurales y con los fondos de las limosnas, cada 24 de diciembre, celebran con misa y con una ‘pasada’, la Navidad. (F)

Las placas o exvotos son colocadas tanto en el interior como en el exterior de la capilla por los devotos del Niño de Praga como agradecimiento.

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