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Los costureros de la calle ya forman parte de la tradición machaleña

Homero Pérez se ha dedicado por años a este oficio. Él llegó desde su cantón Santa Isabel en Azuay.
Homero Pérez se ha dedicado por años a este oficio. Él llegó desde su cantón Santa Isabel en Azuay.
Foto: Fabricio Cruz/ El Telégrafo
20 de mayo de 2017 - 00:00 - Fabricio Cruz

El sonido de la máquina de coser de Homero Pérez, se pierde entre la multitud que acude a hacer sus compras en el mercado Central de Machala. Él es un “viejo” costurero que labora “perdido” entre los hilos y las obras que tiene que terminar para sus clientes.

“Comencé en este trabajo hace 38 años, cuando no pude obtener un local para montar mi equipo. Un amigo me dijo que la mejor oficina que puede existir, es la vereda, porque todos te ven y el negocio aumenta cada día. Y fue así. Ahora llevo 25 años de costurero de la calle, y espero continuar muchos años más”, expresó Pérez, quien con su  máquina, ha logrado mantenerse económicamente.

En un recorrido por las calles Olmedo y Juan Montalvo, se puede observar que unos 10 costureros, ocupan desde hace años la vereda para ofertar: confección de trajes, arreglos de vestimentas, pegada de botones o cierre (bragueta).

El costurero aprendió el arte a los 14 años en su natal Santa Isabel, cantón de la provincia del Azuay. Recuerda que su padre pidió a un sastre que le confeccionara 2 pantalones, pero al no quedar contento con el resultado. “Lo que hice a continuación fue desarmarlos, pero no pude volverlos a coser. Así nació mi curiosidad por querer aprender de la sastrería”.

Entre, la vereda y la calle, está doña María Álvarez, en un espacio de aproximadamente metro y medio y bajo un parasol. Ella es la más joven del grupo con 35 años, decidió instalarse en la calle Páez, frente a la escuela La Inmaculada, pero debido a la regeneración de esta vía, fue reubicada a la calle Olmedo entre Juan Montalvo y Páez, desde donde actualmente ejercen la profesión.

Los artesanos orenses, aguardan por sus clientes, quienes por un dobladillo,  unas pinzas o hasta la puesta de un elástico, les atienden amablemente, una característica de este sector de trabajadores.

Y aunque laboren sin parar durante los 365 días, sin duda, las épocas escolares y las de fin de año, son las que mejor remuneración llevan. Así lo destacó María, quien con la experiencia que adquirió de su padre, puso su negocio en la calle. “Por cualquier arreglito el costo mínimo es $ 2. Todo lo hacemos al instante, y si no tienen urgencia, el cliente puede regresar en una hora mientras realiza trámites en el centro”, comentó la artesana.

Agregó que durante el inicio de clases tuvieron mucho trabajo, ya que les buscaban para pegar bolsillos, subir bastas, hacer pinzas en las blusas, etc.

Javier Cruz es otro sastre de las calles machaleñas. Aprendió el oficio de su padre cuando era niño, pero se profesionalizó hace 28 años. En su puesto confecciona los trajes típicos para los desfiles o comparsas, aunque su fuerte es la ropa deportiva.

Sin embargo, en Machala, los costureros tienen el temor de desaparecer, porque han escuchado que el Municipio pretende desalojar a   los comerciantes del denominado Mercado Central, para trasladarlos a una Multiplaza.

Ellos ganan entre $ 15 y $ 25 diarios. “No es mucho, y eso bajará si nos llevan a otro sector que no sea el centro. Somos pocos los costureros de la calle y formamos parte de la tradición e historia machaleña”.

Antes de la regeneración de la Páez, se alineaban alrededor de 30 sastres en la vereda, ahora solo hay 15 que cosen en nuevas máquinas o a puro pedal.

Bajo un intenso calor conversamos con Gregorio Álvarez (hermano de María), quien no le pone mala cara a la vida difícil, más bien ríe, goza y trabaja.

Empezó en 1989 en una sastrería cercana al antiguo Consejo Provincial. Aprendió el oficio “viendo y metiendo duro el hombro”. Trabajó en varias sastrerías. Primero ganaba 4 sucres por cada pantalón que confeccionaba. Pasaron los años y le llegaron a pagar hasta 200 sucres por una de esas prendas.

Hace muchos años atrás, solo trabajaban 3 sastres, pero poco a poco se fue poblando el sector. A partir de 1992 llegaron los sastres serranos y la cosa se puso más difícil porque cobraban muy barato.

Si algo caracteriza a los sastres callejeros, es la rapidez con la que trabajan, por eso muchas veces los clientes prefieren acudir a estas personas que enviar sus prendas a costureros que tienen sus locales propios.

El ‘manos de tijeras’, como le dicen sus amigos, cree que podría trabajar en cualquier sastrería de la urbe, pero ya no le gusta recibir órdenes y prefiere ganarse sus $ 15 diarios, que es una ayuda para su hogar. (I)

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