Casi una hora le tomó a Antonio Zambrano hacer una cometa, pero  no era una común y corriente, esta tenía apenas un milímetro de diámetro, y para elaborarla se requerían mucha paciencia y habilidad.

Era la primera vez que intentaba romper su propio récord. Antes ya había hecho una de un centímetro, lo cual le ha dado algunos premios.

Para armarla tuvo que emplear papel de seda e hilos finos sacados de una duda (material parecido al carrizo). Pero más allá de los elementos de confección, era imprescindible disponer de una lupa que le ayude a ampliar la imagen.

Zambrano no pierde la ilusión de entrar algún día en El libro Guinness de los récords. Aunque ya lo intentó, no lo consiguió porque los responsables le dijeron que en aquel momento estaban recibiendo solo propuestas “de cosas grandes”.

“Más allá de ganar o no un premio, lo que siempre busco es rescatar las tradiciones, y la cometa de papel ha sido parte de nuestras vidas incluso”, señaló Antonio que también forma parte de un grupo de batucada.

“Toda cometa tiene que volar, si no no vale”, anticipa, mientras indica su diminuto diseño en uno de sus dedos. Su pulso es mejor que el de un relojero. Cuando las arma  contiene por momentos la respiración para poder pegar los hilos al papel. Tras una hora, señala que el objetivo se ha cumplido. La cometa es de color rojo, pero solo se la  puede apreciar a través de una lupa.

Una familia dedicada a fabricar estos juguetes

Pero lo que hace Antonio no es casualidad. Casi toda su familia se dedica a la confección de cometas en  julio y agosto.

La labor viene de tradición, los abuelos y padres de los Zambrano hacían lo mismo. “Además de rescatar esta costumbre, lo importante es unir a la familia, estos son momentos en que todos llegan: padres, madres e hijos para hacer cometas”, señaló por su parte Xavier, otro de los integrantes de la familia Zambrano.

Este hombre viajó a Estados Unidos y vivió ahí 8 años. Trabajó como electricista, albañil y plomero, pero nunca dejó de hacer cometas.

Hizo su viaje como muchos otros azuayos, es decir, contratando un coyote. Acordó el traslado por $ 13 mil, pero al final canceló casi el triple de la deuda porque le cobraban con un interés mensual del 8%.

Los mismos “coyoteros” le hicieron el préstamo.

“Allá hacía cometas y los compatriotas eran los que más me compraban, porque las mías eran las típicas, las que hacían volar sus padres y abuelos”.

La sorpresa de los compradores al ver sus artesanías era grande porque estaban armadas de la manera tradicional, es decir, en base de duda, papel manteca y goma.

Sin embargo Zambrano, reconoce que el “gringo” es muy hábil y hace cometas que le dejan sorprendido. “Pensé que yo era el único que hacía  estos elementos, pero no, allá también hay buenos artesanos y hacen cosas extraordinarias”.

Chasqueras en los cielos cuencanos

La chasquera (cometa) casi se ha perdido. En antaño era una de las más solicitadas por los niños, porque, según ellos, volaba muy alto y tenía su cola de trapo.

Esta cometa tiene 6 lados iguales y según los Zambrano, el truco para que vuele bien depende de la cola. “A veces hay que ponerle una cola de 2 metros, ahí no churuquea (no se da vueltas)”.

La confección no le toma más de 30 minutos y cree que en las escuelas, como parte del rescate de las tradiciones, les deberían enseñar a los niños a hacer este tipo de trabajos. “Antes las cometas se hacía con papel periódico y eran muy buenas”.

Los Zambrano han ganado varios concursos. Aún recuerdan y hasta conservan un trofeo de cuando radio Splendid organizó un certamen de este tipo en el parque de Miraflores.

Hay personas de todas partes que les piden estos trabajos.

“Un día llegaron unos jóvenes de Estados Unidos, se habían enterado de mi labor y me pidieron que les haga cometas, pero estas tradicionales, no las que se hace con plástico”. (I)