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Los alrededores de la laguna son los lugares más apropiados para practicar esta actividad

Yahuarcocha es el nuevo centro para los amantes del parapente

Los ‘hombres pájaro’ forman parte de una familia. Cada uno cuida del resto, más cuando se trata de un nuevo estudiante que aprende a volar. Foto: Edwin Solano
Los ‘hombres pájaro’ forman parte de una familia. Cada uno cuida del resto, más cuando se trata de un nuevo estudiante que aprende a volar. Foto: Edwin Solano
21 de junio de 2015 - 00:00 - Edwin Solano

Los primeros rayos de sol dibujan el perfil de la montaña que se divisa desde su ventana, y desde la cual, en pocas horas, será el lugar donde sus pies se despegarán de la tierra.

Franklin Bolívar Ceballos, quien practica el parapentismo desde hace 14 años, dice que al volar siente la sensación de libertad.

Overol, botas militares, casco y guantes son las prendas que viste Franklin, quien revisa su equipo de vuelo. “El primer error puede ser el último” —comenta— y tiene razón, porque para practicar este deporte, considerado de alto riesgo, cada elemento del parapente debe estar en perfectas condiciones.

Lo primero que revisa es la vela (Parapente), esta no debe tener ninguna perforación o deformación en su estructura, ya que el más mínimo daño en la tela puede ocasionar su ruptura durante el vuelo.

El siguiente paso consiste en revisar la silla (arnés que se coloca el piloto). Franklin verifica que los mosquetones donde se sujeta la vela estén en buen estado.

Al mismo tiempo comprueba que las correas y bandas que componen el arnés no estén rotas o perforadas.
También se cerciora de que todas las correas que sujetan al piloto estén aseguradas, ya que si algún elemento del arnés falla, el piloto podría caer al vacío.

Por último, da un vistazo al equipo de comunicación, pues en caso de emergencia, este aparato lo ayudará a contactar al resto de pilotos y de este modo rescatar a algún compañero.

Con todo listo y los ánimos encendidos, Franklin se dirige a su vehículo para trasladarse hacia al punto de encuentro, donde, además, lo espera el resto de pilotos.

El trayecto dura cerca de 20 minutos. Durante el recorrido, Franklin comenta que “a pesar de que esta actividad se practica entre amigos, en el vuelo solo está el piloto, su parapente y el cielo”.

La Abuelita, ubicada a 500 metros del pueblo de Yahuarcocha, es el punto de encuentro de los parapentistas de Imbabura.

Este también es el sitio de aterrizaje de los deportistas. En ese momento, la alegría invade el rostro de Franklin, que constata que un grupo de amigos ya se prepara para volar.

Detrás de él, llegan más compañeros que comparten este deporte. Al llegar al lugar, el resto de pilotos lo reciben con entusiasmo.

Todos son hombres-pájaro, pues al ingresar en este deporte también forman parte de una nueva familia, en la que cada uno cuida del resto, más incluso cuando se trata de un nuevo ‘aguilucho’ (estudiante) que está aprendiendo a volar.

Con un sol resplandeciente, los parapentistas se alistan y luego de escuchar las indicaciones de vuelo, Franklin, junto con el resto de pilotos lleva sus equipos hasta la camioneta de don Viche, quien será el encargado de trasladarlos en un tiempo estimado de 20 minutos, hasta el sitio de despegue ubicado en una de las montañas que rodean la laguna de Yahuarcocha.

“Imagina ver el mundo a tus pies, y surcar las nubes cual águila imperial”, dice uno de los pilotos. La hora de despegar está cada vez más cerca y el lugar de despegue, llamado Aloburo, recibe a los parapentistas con una impresionante vista de Ibarra, así como un paisaje inigualable de la laguna de Yahuarcocha. Antes de que la camioneta se detenga completamente varios pilotos saltan al suelo con sus equipos.

Caminan una corta distancia hasta encontrar el lugar más adecuado para abrir y preparar sus velas, colocarse la silla, el casco y la radio.

Al grito de “¡libre!”, Franklin emprende la carrera y después de unos cuantos metros, sus pies abandonan la tierra y se suspenden en el aire. Su duración en el parapente depende de las condiciones climáticas.

De hecho, cada vuelo es diferente. El clima puede cambiar de un momento a otro y siempre existe el riesgo de que los fuertes vientos provoquen el cierre accidental de una parte del perfil de vela, pero estos incidentes —a los que denominan ‘plegadas’— no son peligrosos, aunque sí necesitan un pilotaje adecuado para resolverlos con eficacia.

Desde lo alto se divisa a Ibarra y sus alrededores; la ciudad se oculta tras las montañas mientras el parapente va perdiendo altura.

Cuando se acerca el momento del aterrizaje, comienzan las maniobras de aproximación que permiten descender a tierra sin ningún sin contratiempo.

El parapente es, sin duda, un deporte técnico, que debe practicarse con prudencia. Además, obliga a conocer bien cuáles son nuestras posibilidades reales y nuestros límites.

Cuando Franklin llega finalmente a tierra, siente nuevamente el peso de su cuerpo. Tanto el parapentismo como las alas delta son deportes de aventura practicados en Ecuador.

“Es algo espectacular, no se puede describir lo hermoso que es estar en el aire. Es adrenalina total. Lo especial de volar es que conoces a muchas personas, te diviertes, compartes y estrechas lazos de amistad con otros pilotos’’, comenta Franklin.
Washington Baca, otro hombre-pájaro, indicó que lleva 3 años practicando este deporte. Para él es una actividad única, donde tiene la posibilidad de conocer la naturaleza. ‘Es un deporte que requiere de mucha práctica’.
En familia, todos los pilotos se reúnen en la mesa de uno de los locales de venta de pescado frito en la laguna de Yahuarcocha, mientras se sirven el almuerzo que consta de pescado, papas y arroz. (F)

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