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Vender pescado, el día a día de Alberto desde 1956

Alberto Bailón termina su jornada diaria antes de las 12:00. Su trabajo comienza cuando aún no amanece.
Alberto Bailón termina su jornada diaria antes de las 12:00. Su trabajo comienza cuando aún no amanece.
Foto: Leiberg Santos / El Telégrafo
26 de noviembre de 2016 - 00:00 - Mario Rodríguez Medina

El sol pega duro en Manta. Pasadas las 11:30, Alberto Bailón tiene sus últimas libras de pescado sin vender. Las promociona con insistencia. Todo aquel que pasa por su puesto de venta recibe el saludo por parte de este septuagenario, que cuenta con 60 años de experiencia como comerciante.

Ha vendido $ 50, poco en comparación con los $ 120 diarios que hacía antes del terremoto, pero bueno para cómo está el mercado actual, según cuenta.

Él es uno de los 80 comerciantes de pescado y carnes que forman parte del mercado central. Debido a los daños del lugar, este grupo, junto con los mercaderes de verduras y productos en general, está apostado en la avenida 17 y calle 12 hasta que se hagan los arreglos en la estructura.

Ítalo Hernández, supervisor general del mercado, indica que la obra estará lista en marzo, con retraso respecto de lo que se había anunciado (antes de fin de año), debido a que la importación de la escalera (desde Japón) se ha dificultado. “La obra civil estará lista en enero, pero colocar la escalera nos tomará más de un mes, es un proceso complicado, pero la escalera eléctrica le da otro toque al mercado”, destaca.

De momento, Alberto y los comerciantes de carnes y mariscos están dentro del coliseo de los Obreros y Artesanos. Él es uno de los que más vocea su producto. Tiene albacora, wahoo, dorado, picudo... pescados grandes, troceados.

Pero su negocio lo empezó a mediados de los años 50, con corvinas y langostas. “Caminaba por el centro de Manta con el producto en 2 baldes. Ahí todavía no estaba prohibido el paso al puerto (no estaba la Autoridad Portuaria) y compraba los pescados a las lanchas que se acercaban a la orilla”.

En el mercado tiene alrededor de 50 años; es uno de los comerciantes más antiguos. Otro es Freddy Intriago, quien llegó a mediados de los setenta también para vender pescado. Ya no tiene el mismo dinamismo de antes, resalta. Comercializa su producto sentado, con un matamoscas en la mano. El cuchillo lo tiene muy cerca, para cortar los lomos de picudo que todavía le quedan.

“Estoy enfermo, la diabetes no me deja moverme con facilidad. Pero tengo que trabajar, para mantener mi casa; además me gusta estar aquí, me río mucho con los muchachos”.

Tanto Alberto como Freddy concuerdan en que no trabajan en las mejores condiciones, pero que “el personal encargado del mercado hace lo posible para atendernos bien”.

Una de las dificultades para los vendedores de mariscos es el agua que se empoza en la parte central. “Cuando baldean para limpiar, el agua se acumula y es tedioso sacarla; imagínese cuando llueva duro, nos vamos a inundar”, expresa Manuel Luna, quien empezó en el negocio de vender mariscos hace 20 años.

Cuenta que es comerciante por herencia. “Mi padre (también llamado Manuel Luna) me enseñó a querer este oficio, por eso me gusta que el cliente esté bien atendido, en las mejores condiciones”.

Para Manuel, además de estar fuera del mercado, otro de los factores que inciden en la baja de las ventas es que “los comerciantes que estaban en Tarqui han venido por aquí cerca, entonces los clientes se han dividido. Pero no podemos reclamar, porque todos tenemos derecho a trabajar”.

Sandra Quijano es una de las fieles compradoras del mercado central. Cuenta que tras el terremoto, dejó de ir al lugar por 2 meses, tiempo en el que procuraba estar más en casa. “Cuando dejé el miedo, volví a comprar en el mercado y lo primero que hice fue buscar a los que me venden desde hace años. Me da pena verlos trabajando a todos apretados, pero ya próximamente estarán mejor”.

En el coliseo de los Obreros y Artesanos también hay espacio para los vendedores de comida preparada. Carlos Cedeño gusta de comer pescado hornado en el lugar. “Aquí se come riquísimo, además, estoy seguro de que todo es fresquito, porque lo compran aquí mismo”, dice con risas este mantense.

La mayor actividad en el lugar concluye al mediodía, cuando los vendedores de pescados y carnes cierran sus quioscos. “De aquí nos vamos temprano, porque, asimismo, mañana nos toca madrugar para ganarnos el pan diario”, dice con una sonrisa don Alberto. (I)

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