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Un buen cuchillo, la ayuda ideal de los desbuchadores

Más de 90 personas se dedican diariamente a sacar las entrañas de los pescados en Playita Mía.
Más de 90 personas se dedican diariamente a sacar las entrañas de los pescados en Playita Mía.
Fotos: Rodolfo Párraga / El Telégrafo
22 de octubre de 2016 - 00:00 - Mario Rodríguez Medina

Las luces del puerto irrumpen en la oscuridad mantense. El frío es bárbaro y se acentúa con el fuerte viento de la madrugada. En la arena tarquense, en el sector Playita Mía, decenas de personas ya están activas. El reloj marca poco más de las 04:00 y ya hay quienes dan vueltas por el lugar.

Varios de ellos están armados. Más de uno tiene cuchillo en mano. Se preparan para su jornada. Se trata de los desbuchadores, quienes mientras afilan su instrumento de trabajo, están atentos a la llegada de algún comerciante con quien ‘tranzar’ para limpiar la carga, que puede ser rabón, picudo, pez espada, gacho, banderón, albacora... llega de todo a la playa.

Pedro Carrasco se frota las manos para pasar el frío, se alista para iniciar su jornada. En su cintura tiene un gran cuchillo y su afilador. Estos son para los evisceradores como el machete y el garabato para el montuvio, inseparables para su labor. Ya tiene trabajo amarrado.

Cuenta que hay momentos en los que ha ‘desbuchado’ hasta 150 pescados, con la ayuda de sus 3 hijos y su yerno. Por estos días no pasa de 30 ejemplares, asegura.

“Aprendí a sacarle las tripas a los 30 años, un tiempo después de haber vuelto de Venezuela (país en el que vivió desde su adolescencia). Mi cuñado, Anselmo Anchundia (†), fue quien me dijo que venga a trabajar a la playa y aquí me quedé desde entonces”.

Era una labor que en principio no le gustaba a Pedro, pero “todo es cuestión de acostumbrarse”, dice, para luego interrumpir el diálogo... “¡cuidado lo caga el pájaro!”, indica con rapidez; “a mí ya me ha tocado que me ensucien la cabeza”, cuenta entre risas.

Por cada pescado destripado recibe $ 0,50. “Las ganancias aumentan con los baldes de desperdicios que reunimos. Eso se vende en $ 4 por cubeta a las empresas que hacen harina de pescado”.

Con pesar manifiesta que debe salir de su casa a las 03:00. No se queja por la hora, sino porque está en una vivienda que le han prestado, “porque la mía se cayó en el terremoto (estaba ubicada en Tarqui)”. Antes vivía a 5 minutos de la playa, ahora debe recorrer una hora en bus, desde Cielito Lindo, cerca del redondel de La Tejedora Manabita, en la entrada a Montecristi.

“Para no andar viajando tanto, a veces me toca dormir en la calle y así estar tempranito aquí en el trabajo. Ojalá en algún rato me salga mi casita del Miduvi”.

Santos Véliz es otro de los desbuchadores con más de 30 años de labores en Playita Mía. Él es presidente de Asoperolata, agremiación que reúne a 91 personas dedicadas a eviscerar los productos de la pesca en Tarqui.

“Cuando empecé (a inicios de los ochenta) en la playa había más movimiento. Se veían más de 500 rabones (una especie de tiburón) en fila, ahora no llegan más de 100”.

Santos dice que después del trabajo —las jornadas diarias acaban en promedio a las 10:00— “a veces los muchachos se quedan jugando fútbol; yo ya no juego, porque me lesioné hace algún tiempo”.

Resalta la unión del gremio. “Cuando un miembro fallece, a la familia se la apoya con $ 750 más   $ 5 por cada socio. Nuestra manera de recoger fondos es con los baldes de desperdicios que vendemos, ya que por cada uno nos pagan $ 5, pero el socio solo coge $ 4, el otro dólar queda para la asociación”.

Entre pescado y pescado, Santos afila su cuchillo. Con total precisión corta la cabeza y las aletas. Las vísceras las saca con premura. Son menos de 3 minutos los que se demora para desbuchar un rabón, que es la especie que más llevan las lanchas a la playa.

Cuando termina su labor con un pez espada, Leonor Mera le entrega $ 1, porque también le evisceró un rabón. Ella es comerciante de pescado. Lo vende en Quito, en el sector Ibarra, al sur de la urbe capitalina. “Yo viajo todas las semanas para llevar el pescado fresquito”, cuenta la mujer, quien en total compró 190 libras de producto.

Entre 07:00 y 09:00 es el mayor dinamismo en el comercio. Ahí, los desbuchadores pasan cortando pescados y afilando sus cuchillos.

Entre tajos precisos, vísceras y aletas cortadas, estos hombres pasan su día a día, que termina con migajas de pescado por todo el cuerpo y con más de $ 15 en el bolsillo, cuando la jornada ha sido buena. Con el día avanzado, solo les resta esperar la siguiente madrugada, para volver a trabajar. (I)

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