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El Telégrafo
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La tradición jipijapense subsiste con los pasteles de gallo y de gallina

Luis Salazar (segundo desde la izquierda) es abogado, de profesión. Por las mañanas vende 300 pasteles.
Luis Salazar (segundo desde la izquierda) es abogado, de profesión. Por las mañanas vende 300 pasteles.
Fotos: Rodolfo Párraga / El Telégrafo
05 de noviembre de 2016 - 00:00 - Mario Rodríguez Medina

A las afueras del Municipio de Manta, Luis Salazar vocea creativas frases para enganchar a clientes. “Venga, venga cómase un pastel de gallo y gallina para que viva hasta los 100 años”.

Una de las preguntas que siempre le hacen a este abogado jipijapense de 46 años es que si de verdad su producto es hecho con gallo y gallina. Él responde: “No, son de pollo, sino que buscamos ponerle un nombre diferente al negocio, porque hay que meterle pimienta a la venta”.

Otra de las frases típicas de Luis, cuando ve a adolescentes con uniforme de colegio, es: “Los estudiantes abanderados no pagan”. Esas palabras le han costado, pues 2 chicas que pasaban por su carreta resultaron ser las encargadas de llevar el estandarte nacional en sus planteles. “Me enseñaron la libreta y hasta fotos como abanderadas, entonces cumplí mi palabra y les obsequié unos pasteles con cola”, cuenta entre risas.

Para el mantense, hablar de pasteles de inmediato se asocia con “los de gallo y gallina”. Estos bocadillos son toda una tradición en la localidad, pero su origen no se encuentra precisamente en esa urbe. La historia de este producto está a 56 kilómetros de Manta, en Jipijapa, y tiene 26 años.

Pedro Salazar empezó vendiendo los pasteles que le compraba a un conocido en su cantón. Al ver que no tenían mayor salida, decidió viajar un día a la ‘ciudad puerto’. Aquella jornada vendió todo. Siguió con esa rutina y así se unieron al trabajo sus 3 hermanos, Luis, el vendedor de las frases ingeniosas, Xavier y Fernando.

“Luego de 3 años nos independizamos”, acota Luis. En la actualidad son 8 puestos en diferentes puntos del centro de Manta.

Pedro empezó cerca del Municipio, con pasteles que costaban 3 sucres. Ahora el precio es $ 0,75, o de $ 1 con jugo de naranjilla, piña o limonada. La jornada de estos 4 hermanos pasteleros y otros 10 ayudantes empieza pasadas las 24:00, en Jipijapa, cuando se deja fermentar la masa. “También medimos los ingredientes, ya solo de armar los pasteles”, cuenta Luis, a quien este trabajo le ayudó para financiar sus estudios de abogado.

A las 03:00 se empiezan a hornear los pasteles, de carne y de pollo. Son 1.600 bocadillos los que diariamente parten desde Jipijapa hasta Manta. Los vendedores (entre los que se incluyen los hermanos dueños de la microempresa) salen desde su casa a las 08:00, para empezar su jornada a las 09:00, después de casi una hora de viaje.

“Estos pasteles no los cambio por nada”, dice Fermín Pico, mientras se come uno de carne. Cuenta que lleva más de 10 años comiendo de las manos de los hermanos Salazar. “Yo empecé a comer los pasteles cuando estaban a $ 0,25”.

Luis acota: “Queríamos que nuestros pasteles se convirtieran en un producto tradicional de Manta y lo logramos... Todos saben de los pasteles de gallo y gallina”.

Vicente Intriago, otro cliente del día a día, se acerca a comer un pastel y asevera: “Ya hemos adoptado estos pasteles como si fueran de Manta. Más de una vez me han salvado a la hora del almuerzo, me como 2 y ya me lleno”.

Entre las risas de sus compradores, Luis sigue voceando: “Madres solteras no pagan, las chicas guapas tampoco”..., así se queda sin pasteles, ya sean vendidos o regalados. (I)

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