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El Telégrafo
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Una vez al año, el recuerdo del terremoto de 1949 surge de los escombros en Pelileo

Varios vestigios del terremoto se conservan cerca del templo de Pelileo Grande, donde hasta 1949 estuvo el cantón. Cada año allí se oficia una misa campal.
Varios vestigios del terremoto se conservan cerca del templo de Pelileo Grande, donde hasta 1949 estuvo el cantón. Cada año allí se oficia una misa campal.
Foto: Roberto Chávez / El Telégrafo
05 de agosto de 2017 - 00:00 - Carlos Novoa

Aquella mañana una cálida ráfaga de viento ‘acarició’ el fructífero y húmedo valle que divide a los cantones Pelileo y Patate.

El límite natural de ambas poblaciones tungurahuenses es el río que lleva el nombre de esta última ciudad, en cuyas riveras desde hace siglos se cultiva maíz, fréjol, acelga y más recientemente frutas cítricas.

En la orilla que pertenece a Pelileo, la presencia del aire caliente no sorprende a los moradores, pues a diario una brisa sube, en dirección opuesta al curso del afluente,  desde la Amazonía donde la temperatura  rara vez desciende de 20 grados.

No obstante la fuerza del viento sí llama la atención de los agricultores. Para muchos esto es el presagio de algún acontecimiento importante, para otros nada más que un capricho meteorológico.

 Es la mañana del viernes 5 de agosto de 1949 y como de costumbre a las 06:30 los comuneros ya   labran la tierra, las madres de familia se ocupan en tareas del hogar y los niños parten a la escuela. Esta escena resume perfectamente el ritmo de vida que hasta entonces tenían los habitantes de esta localidad, hoy llamada El Derrumbo, y de los cantones cercanos.

Y, ¿a qué se debe el nombre de este pueblito típico de la Serranía ecuatoriana? Más adelante se despejará esta duda. De momento, cabe indicar que 7 horas y media después de esta escena la vida de los pelileños, patateños y ecuatorianos en general no volvería a ser la misma.

A las 14:02 la tierra tembló como nunca antes, al menos de una forma desconocida hasta ese entonces, lo cual marcó un antes y un después en la historia de Tungurahua.

Este fue el primero de una serie de sismos ocurridos durante las próximas 48 horas, en las que murieron más de 5 mil personas de la Sierra central, se desplomaron edificios y viviendas, y se destruyeron miles de cultivos y criaderos de ganado.

Memorias de un sobreviviente

El mayor testimonio de esta catástrofe, más conocida como terremoto de Ambato, pese a que las afectaciones mayores se produjeron en Pelileo, y cuya magnitud fue de 8 grados en la escala de Richter, está en el valle descrito al inicio del relato.

Allí una parte de la montaña que rodea el sector se hundió, posiblemente debido al cruce de varias fallas tectónicas ubicadas de noroeste a sureste del Valle Interandino.

Por ello, el lugar, antes llamado Valle Hermoso, hoy es conocido como El Derrumbo. Desde la parte alta se evidencia un enorme corte de la superficie montañosa, y que en algunos tramos sobrepasa los cien metros de altura.

De esta forma el valle se rellenó y amplió. Hoy, en una parte de este lugar se ubican las piscinas de oxidación de aguas servidas y la planta de tratamiento de desechos sólidos de Pelileo y Patate. En la cresta más sobresaliente de El Derrumbo reside Segundo Abel Malusín, agricultor de 78 años, uno de los pocos sobrevivientes del terremoto.

“Desde el 5 de agosto del ‘49 esta zona quedó desolada. En aquel entonces tenía 10 años y estuve con mis padres en un cultivo de maíz, de forma inesperada la tierra se remeció como en un arrullo; nos asustamos en gran manera, pues hasta ese día ninguno de nosotros había experimentado un terremoto, y lo que no sabíamos es que ese era solo el ‘inicio de dolores”, dijo.

Pocos minutos después vendría el temblor más fuerte y en el que se cayó el 99,9% de las casas de su natal Pelileo. “La fuerza del remezón nos tumbó al suelo y una gran polvareda cubrió el campo, en nuestro intento de huir solo pudimos arrastrarnos en el polvo y sujetarnos al tallo de los árboles”, agrega don Segundo, entre lágrimas.

Traer a la memoria esta imagen  es muy triste para él, ya que durante el desastre natural falleció una hermana, tíos, primos y muchos vecinos. “Por ello evitamos que lo recuerde, pero cuando llega el 5 de agosto mi padre y otros sobrevivientes se juntan en la plaza de Pelileo Viejo, donde inicialmente estuvo la ciudad, recorren las calles y rezan en honor de las víctimas”, explicó Franklin Malusín, hijo de Segundo.

A un costado del templo se conserva parte de la cúpula original que no se destruyó, pese a que se desplomó. “Tras la misa anual los sobrevivientes nos acercamos a este y otros vestigios y las imágenes de dolor se filtran entre las piedras antiguas e invaden nuestras mentes, ante lo cual solo nos queda llorar para desahogar nuestra alma aún sollozante”, concluye Segundo.

Pese a que las ayudas para los damnificados, según Malusín, llegaron después de varios días, su familia y vecinos emprendieron de inmediato la restauración de los destrozados cultivos y criaderos de ganado vacuno y porcino así como criaderos de especies menores.

Hoy, junto a sus hijos y nietos, Segundo ha borrado la huella de abandono y desgracia que quedó en El Derrumbo y le ha devuelto al lugar el esplendor agrícola que existía hasta antes del terremoto. (I)

destacado

La evidencia más grande del terremoto está en El Derrumbo, allí se aprecia el hundimiento de la montaña

 

 

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