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El Telégrafo
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La vivienda donde funciona el laboratorio es uno de los bienes patrimoniales de la ciudad

Las fórmulas de botica Bristol curan desde hace 75 años a las familias de Riobamba

Varias generaciones de riobambeños han hallado la cura a sus malestares en las fórmulas de la botica Bristol, entre ellos el acné y alergias cutáneas.
Varias generaciones de riobambeños han hallado la cura a sus malestares en las fórmulas de la botica Bristol, entre ellos el acné y alergias cutáneas.
Foto: Elizabeth Maggi / para EL TELÉGRAFO
16 de septiembre de 2017 - 00:00 - Elizabeth Maggi

Riobamba.-

Clementina Asqui, una riobambeña septuagenaria, recuerda con notable inquietud las alergias que padecía su hija, Cecilia, cuando tenía 4 años. La picazón era intensa y recorría todo el frágil cuerpo de su pequeña.

Corría el año de 1974 y la angustiada madre buscaba por diversos sectores de Riobamba una cura que aliviara la persistente comezón, que a tan corta edad había robado la paz y sonrisa de su hija.

“En varias ocasiones las alergias eran tan intensas que mi Cecilia se arrancaba tiras de piel al rascarse sus extremidades”, recordó Clementina, con una voz quebradiza.

En su desesperado peregrinar habló con casi todos los médicos de la ciudad, y uno de ellos le recomendó una medicina que posiblemente podía aliviar el malestar de su niña.

El galeno fue claro: el medicamento debía ser preparado en una botica. Clementina cuenta que en la receta se explicaba que la fórmula debía ser precisa, los gramos exactos y las cantidades precisas, según las recomendaciones del especialista en medicina familiar.

“Fuimos hasta la botica Bristol, en la parte superior de la puerta había un gran letrero, allí nos atendió un señor muy amable. En cuestión de minutos elaboró una especie de  crema, un producto que debíamos aplicar en la piel de mi pequeña, además nos entregó unos jarabes y  nos aconsejó cómo tratar a la niña cuando le atacaban las comezones”,  indicó la septuagenaria.

En menos de un mes los medicamentos hicieron efecto en el cuerpo de Cecilia, pero el agradecimiento de sus padres hacia el médico que recetó la cura así como al boticario que preparó la fórmula ‘milagrosa’, perduran hasta hoy.

En aquellos días los dueños de las tradicionales boticas eran amigos de los pacientes, y hasta se les consideraba gente en quien se podía confiar la salud de familias enteras.

Concepto y apogeo de las boticas

Según el libro Chimborazo y su gente, las boticas tuvieron su apogeo en el último cuarto del siglo XIX, en especial en la ciudad de Quito, y eran establecimientos de abigarrado negocio en los que campeaban las farmacéuticas.

Y resaltaban los preparados y la mezcla de ingredientes (fórmulas) que resultaban en las mejores aplicaciones para los enfermos, quienes  no dudaban en acudir a estos locales en busca del alivio para sus enfermedades.

Sin embargo con el paso de los años los grandes monopolios farmacéuticos llegaron al país y varias boticas cerraron. La tradición de preparar las fórmulas al instante justo que el cliente lo solicitaba, mermó de manera considerable.

La atención al comprador se limitó solo a leer la receta de los médicos y proveer del medicamento sin casi cruzar palabra.

En la actualidad varios aspectos han cambiado en Riobamba. Sus calles lucen diferentes, los parques ya no tienen las legendarias rejas que las rodeaban, y los edificios patrimoniales han sufrido varios y sustanciales cambios a través del tiempo.

Tradición de 75 años

Pero la botica Bristol sigue estando en la urbe en el mismo sitio en el que abrió sus puertas hace 75 años. La casa en la cual funciona está en el inventario de bienes patrimoniales del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC).

Aunque existe una inscripción que señala al año 1909 como fecha de edificación de la vivienda, no fue sino hasta 1942 cuando el establecimiento empezó a funcionar.

Se desconoce el motivo por el que sus fundadores le pusieron el nombre de una tradicional ciudad  del Reino Unido, pero los hijos y nietos mantienen dos hipótesis. La primera indica que se debería al almanaque Bristol.

Se trata de una pequeña revista  que se publica desde 1932 y que era utilizada por una empresa en Nueva Jersey, en Estados Unidos, para promocionar sus productos de perfumería y jabonería.

Y la segunda hipótesis sostiene que el nombre fue puesto en honor a dicha ciudad inglesa en la que en el siglo XVIII se formularon medicamentos para varias dolencias.

Según datos familiares, Julio César Rivas, quien se graduó en 1930 como farmacéutico en la Universidad Central de Quito, junto a su esposa María Luisa Yépez, decidieron abrir la botica con el objetivo de ayudar a personas enfermas.

“Mi abuelo siempre tuvo tiempo para escuchar a sus clientes, no solo preparaba la medicación que aliviaba el cuerpo sino que al prestarles atención, ahuyentaba la soledad, incomprensión y parte de su aflicción”, indicó Daniel Rivas, gerente de botica Bristol.

Es así que muchos acudían hasta el lugar para adquirir cremas y champú en base de productos naturales y fórmulas que se preparaban en el laboratorio del establecimiento, ubicado en el casco urbano de la capital chimboracense.

“Desde que tengo uso de razón, mi familia y yo hemos acudido a esta botica, en especial por pomadas que mitigaban males propios de la adolescencia, como el acné”, manifestó Hugo Calderón, riobambeño.

Ahora, la tercera generación de la familia Rivas-Yépez continúa con el legado que les heredaron sus abuelos, quienes se preocuparon de dejar asentadas más de 400 unidades exclusivas de Bristol, que son elaboradas bajo la más estricta seguridad.

Cada año los profesionales en el área preparan alrededor de 1.200 recetas que son solicitadas por los médicos no solo de Riobamba sino de otras ciudades.

“Contamos con todos los permisos necesarios del área de salud y municipales. Seguimos trabajando en nuestro laboratorio con profesionales en la materia y siempre enfocados en servir, bajo el lema: ‘Todo como en botica”, acotó Patricio Rivas, nieto de Julio y María. (I)

Los familiares de Julio César Rivas y María Yépez, entre ellos su nieto, Patricio Rivas, aún elaboran las recetas. Foto: Elizabeth Maggi / para EL TELÉGRAFO

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