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La hacienda la rioja y su bosque enigmático

En la memoria de los viejos vive historia y mitos de Saquisilí

En la memoria de los viejos vive historia y mitos de Saquisilí
08 de noviembre de 2015 - 00:00 - Pedro Reino Garcés, historiador/cronista oficial de Ambato

Hace 22 años nos contaron públicamente estas historias recogidas de la gente de Saquisilí en Cotopaxi. Rosario Gaibor Verdesoto y María Elizabeth Medina Oñate eran dos muchachas que pasaban por las aulas de la Facultad de Educación de la Universidad Técnica de Ambato (UTA).

Habían hecho muchas encuestas a personas de avanzada edad para clasificarlas como relatos históricos, otros sobre asuntos religiosos, y un tercer grupo sobre narraciones llamadas fantásticas. Esta averiguación era su tesis de licenciatura. Saquisilí es uno de los cantones de Cotopaxi, situado al noroeste de Latacunga, a escasos 13 km.

Tratando de superar el enigma del nombre Saquisilí, que se parece al topónimo Pujilí, daban como respaldo válido lo dicho por el sacerdote pillareño Coba Robalino, quien afirmaba que tales palabras provienen de voces aimaras.

Y lo anotado fue tomado de alguna revista de la época llamada “Saquisilí en Marcha”, escrita bajo responsabilidad de Homero Yanchapaxi Barragán. Vale dejar el topónimo sin comentario semántico y decirlo ahora que no corresponde al quichua sino a una lengua prequichua de significación desconocida.

Como son sus pueblos vecinos: Toacaso, Tanicuchí, Poaló, Guaytacama, Isinlibí, Guanjage y Chugchilán. El río Puma-cunchi resbala desde cerros como Yana-urcu, Tilinche y Chilla.

Todo esto quiere decir que a pesar de lo avasalladora que fue la colonización española y la quichuización obligatoria, la naturaleza ha sostenido sus palabras apoyada en gente que sabía cómo se llamaban los ríos, pueblos y quebradas.

Al respecto, una nota que se recoge de esta memoria, se relaciona con las aguas del Puma-cunchi, (Puma es el nombre del felino en quichua) que fueron vueltas a adjudicarse a los nativos saquisileños por disposición del Rey de España.

Igual que se conoce pasó con re-adjudicaciones hechas a indígenas de Quisapincha y Patate-urco en Tungurahua. La sequedad de los arenales del entorno han dejado una huella de litigios vinculados al nombre de una acequia: Bartolomé Sancho Hacho Pullupaxi, que deja una alfombra de un verde codiciable.

Los líos tienen que ver con los hacendados de Poaló. Nombres de sus parroquias son Chantilín, Canchagua y Cocha-pamba.

En aquel tiempo entrevistaron al tallador José Vicente Sandoval Albarracín que dijo tener 76 años de edad. Les contó que el tal Bartolomé fue un gobernador dinástico lugareño que había tenido casa frente al Municipio viejo y el sitio donde estaba el cementerio, porque allí habían encontrado tumbas indígenas con objetos de barro.

A esa propiedad le llegaba agua del Puma-cunchi. Sobre la “compra” de las aguas del río, relató que eso había ocurrido por 1608 pagando 400 pesos de plata prorrateada de la gente.

Las aguas que vienen de los Ilinizas tuvieron dos acequias: una alta y otra baja. La de arriba ocasionó muchas muertes por los derrumbes.

Un aspecto de la memoria regional apunta que en Saquisilí “han sabido vivir las familias de Atahualpa, parientes de los Sancho Hacho Pullupaxi, que tenían agua de regadío en pequeñas cuadras en la población…Saquisilí ha sido tierra de caciques, antes de los españoles”.

Según este testimonio de la oralidad, habría que estudiar el poder descentralizado que tenían las panacas incas, con lo cual no se descartaría un soporte de la expansión de dicho imperio.

Memorias colectivas

En la memoria fantasiosa de la gente, según las recopiladoras a las que nos estamos remitiendo, están cosas como los consabidos duendes, locas viudas, los huiñaguilles y apariciones nocturnas que pueblan las mentes de muchos lados de nuestra geografía.

Hay singularidad, por ejemplo, en relatos sobre “los patos de la media noche”, donde se infiere que los humedales (en medio de tanta sequía) pasan a ser “huacas” o sitios emblemáticos donde se ponen a vivir espíritus sagrados que rebasan el imaginario racional. Este sitio estuvo “donde es la plaza Rocafuerte, y donde había unas cochas de totoras.

Por ahí no podían pasar los borrachos porque se les presentaban unas grandes bandadas de patos y de gansos que les perseguían a picar. Sobre todo si pretendían pasar a las doce de la noche”.

Sobre aquello de “la muchacha Mena”, don Vicente Sandoval conversaba que su amigo Elicio Ortiz se había enamorado de una muchacha de Poaló, de apellido Mena.

Ella había sabido venir a vender ponchos en la feria de Saquisilí, los días jueves, luego de lo cual, regresaba en la noche a Poaló. Don Elicio acostumbraba ir acompañándolas siempre, a ella y a su mamá hasta que pasaran la quebrada.

Una noche, esa luna terrible que sale con un solo ojo blanco, tapando su pupila con ceniza de los cementerios y metiéndose a ratos en los pañolones de nubes llenos de murciélagos y de lechuzas, le ha estado como esperando en la quebrada con un frío tan redondo e inexplicable justo en la bajada que había cerca de llegar a Poaló.

Viéndola más cerca, la luna no es que tenía un solo ojo, sino que tenía dientes enormes que le saltaban de la cara, y hasta se le seguían regando babas larguísimas con unos hilitos de sangre que se veían cómo se enredaban en los matorrales oscuros que se acurrucaban a las orillas de esa otra boca abiertota que parecía la quebrada.

Sin tener otra opción, las dos mujeres habían dicho que se van a su casa, cargadas con algunos bultos de ponchos y fachalinas que habían sobrado de la feria.

Elicio las había visto cómo entraban enteritas a la boca de la quebrada, que poco a poco las fue tragando con tanta felicidad, que todo quedaba después en una indescriptible penumbra de silencio.

Cuando él emprendió su solitario regreso, sintió que tenía el corazón en los ojos, y que en cambio sus pupilas se habían saltado como luciérnagas por todos los lados de la oscuridad mentida que todo lo transformaba en ese color de la ceniza.

Era ese estado de ver sin poder ver, como cuando uno sueña que por más que uno tenga los ojos abiertos, solo le aparecen sombras y manotea un mundo desesperante.

Había alzado su cara en dirección de la hacienda La Rioja, y alcanzado a divisar en una parte del bosque a una muchacha solitaria que venía en su dirección.

No dudó en su atrevido pensamiento, sabiendo que iba a ser un encuentro a solas: “Si viene, y es ella la que se me acerca, tengo que aprovecharle. Solo si es alguna conocida pensaré de otro modo”.

La chica, vestida con luces de luna indecisa, se le iba aproximando sin titubeo. Llevaba trajes de telas pálidas y caminaba como sin tomar importancia a la presencia del hombre solitario.

Cuando dizque pasó por al lado de Elicio, conversaba que él le saludó con una emoción envuelta en picardía, pero que ella, dice que había pasado sin hacerle ningún caso.

Seguramente ella estaba imaginando que aquel que le había saludado, era uno de los fantasmas que cuentan sobre aparecidos. Él le había dado las buenas noches, y como no le había contestado, se le había ocurrido que podía ser la mujer de algún músico de esos trasnochadores, a los que siempre iban sus mujeres a encontrarles en los caminos, para cuidarles el instrumento.

Cuando Elicio: Hasta fregarse los ojos y volver a encontrar el camino, en un parpadeo, había desaparecido. En otro parpadeo, la había vuelto a ver a una distancia prudencial por lo que trató de alcanzarla para despejar el enigma. Pero sucedía que en cada parpadeo, la muchacha le iba jugueteando con las mismas distancias mantenidas por el pretendiente. Si él daba cinco pasos, ella hacía igual. Ya cansados, cerca de llegar a su casa, la muchacha le había regresado la mirada.

La luna le hizo ver, como en un espejo, la calavera repleta de una carcajada sin carne concojos hinchados de vacío y de tinieblas.

Dicen que los vecinos reanimaron al desmayado que había caído cerca de la entrada de su casa, cuando todavía la luna regaba en la noche su carcajada de ceniza. (I)

Subtema

Enigmas que se hallan en historia de Saquisilí

Creer que los indígenas son “puros” es una equivocación. ¿Fueron los nativos sociedades endógenas? Los incas, de lo que se sabe, eran polígamos. Las mujeres fueron “trofeos de guerra”, y eran repartidas entre los curacas, caciques, mandones y más cúpulas jerárquicas de tantas panacas dinásticas que funcionaron en el Tahuantinsuyo. Así fomentaron un mestizaje étnico y cultural que podríamos llamarlo precolombino.

Si Saquisislí fue tierra de caciques, como está en la memoria popular, las negociaciones entre las cúpulas del poder debieron establecerse por control político. Los pueblos vernáculos pre incas del actual Ecuador, recibieron cualquier cantidad de mezclas en las prácticas políticas de mitimización. Es decir que, con la reimplantación de pueblos mitimaes movidos desde diversas regiones del Tahuantinsuyo, hay que pensar que hubo un resultado humano nada compadecido con un celibato étnico.

Atahualpa tendría, para los ecuatorianos, madres de tres culturas diferentes, y abuelos dinásticos de los puruháes con Paccha, hija de Cacha; de los Caranquis norteños con su madre Quilago; y acaso de una hipotética madre quitu-pantsalea, si fue quiteña neta y si acaso nació en esa “segunda capital del Tahuantinsuyo”.

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