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Un tacto y oído afinados más su destreza para el canto reemplazaron a su visión, convirtiéndolo en un músico innato

El músico que se inspiró en la oscuridad

El músico, quien además fue mecanógrafo y jugador de 40. Se entretiene tocando sus instrumentos. Fotos: Álvaro Pérez / El Telégrafo
El músico, quien además fue mecanógrafo y jugador de 40. Se entretiene tocando sus instrumentos. Fotos: Álvaro Pérez / El Telégrafo
13 de septiembre de 2015 - 00:00 - Redacción Quito

Segundo Bautista toca la guitarra, el piano y el acordeón; es compositor, arreglista y cantante. Invidente desde niño, eso no le impidió convertirse es un importante exponente de la música nacional.

Sentado en un sillón, con las manos un tanto temblorosas asentadas sobre las piernas, el multifacético artista trata de hilar —ya con dificultad— los recuerdos y experiencias de su vida.

Tiene 82 años y el cabello blanco, pero su sonrisa y alegría son las mismas de siempre, destacan quienes lo conocen de antaño. No desaprovecha ninguna oportunidad para bromear con quienes lo miran y escuchan con atención.

Nació en la población Santa Ana, de la parroquia Mulliquindil, en el cantón Salcedo (Cotopaxi).

Asegura que especificar su edad es “degradarlo” y después de algunas bromas dice que nació el 23 de diciembre de 1933, al tiempo que agrega que fue un niño mimado por su madre, Carmelina Vasco.

“A los 5 años dejé el brazo de mi mami quien al estilo del campo me habrá criado”, dice el artista haciendo un esfuerzo por recordar algún detalle específico de su infancia. Uno de esos es Amapola, su mascota. No sabe quién se la obsequió, pero recuerda que aquella perrita fue su compañera de aventuras mientras vivió en su pueblo, de donde salió a los 5 años para ingresar a la escuela de no videntes en Quito.

“Cómo sería de chiquito, bien bonito y con buena voluntad”, dice el pianista con carcajadas que enseguida se atenúan al recordar el día en que se despidió de su madre cuando lo dejaba en el internado.

Viajar por el mundo es una de las principales alegrías que le dejó la música.

Una vez ahí, lo primero que aprendió fue a saludar a los instrumentos musicales. “¡Buenos días, señorita guitarra!”. Ese sería el inicio de una vida llena de color gracias a la música. Desde niño tuvo interés en aprender a tocar instrumentos.

El proceso fue lento y se basó en monear los teclados y las cuerdas, tratando de obtener algún sonido agradable.

Alejandro Cruz, uno de sus compañeros, le enseñó a tocar el piano. A los 7 años ya dominaba con sus pequeños dedos los grandes teclados, demostrando que la ceguera no es un impedimento.

Los demás instrumentos llegaron en un proceso que requirió paciencia, o ‘pachecha’ como dice Segundo con un tono de voz que deja en evidencia su edad.

Su primera guitarra la recibió de manos de Laura Rivera, integrante de las damas de la Cruz Roja. Junto a este instrumento desarrolló su capacidad vocal. “Como ya aprendí las tonalidades, yo mismo me daba cuenta por dónde me iba más derecho”, comenta mientras explica que siempre fue un autodidacta.

Empezó a trabajar en emisoras cuando hizo un dúo de guitarras con Nelson Ríos. Después dejó el instituto para vivir y trabajar con Sergio Flores, quien tocaba el bandolín. Las serenatas lo sacaron del anonimato, aunque su afán no fue hacerse un artista cotizado.

Formó parte del trío Los Montalvinos, de Cuerdas y Fantasías y de Los Barrieros.

Algunos recuerdos le llegan como un relámpago en el que se mezclan fechas y edades. Por ejemplo, debutó en el Teatro Nacional Sucre cuando ya podía tocar el piano, dice —inseguro— que fue por 1941.

Y como si se tratara de una telaraña de experiencias, enseguida llega a su mente aquella vez que suspendieron su presentación en Radio Quito porque debían anunciar el inicio de una guerra, ¿cuál? No lo recuerda bien.

Con algunas de sus más de 300 composiciones musicales conquistó a Sofía Bermúdez, su esposa, quien falleció hace 4 años y con quien tuvo 3 hijos. “Así será mi destino, partir lleno de dolor. Llorando, lejos de mi patria, lejos de mi madre y de mi amor”, dice una de las estrofas de su pasillo ‘Collar de lágrima’ que con mucha soltura canta. La compuso durante un viaje a Perú.

Con sus ojos vacíos, pero siempre dirigiendo su cabeza a la persona que le habla, dice sentirse dichoso de que esa canción se haya convertido en himno de los migrantes.

Sofía y ser compositor fueron los alicientes para sus tristezas, pues el ser no vidente marcó una vida llena de batallas. Los aplausos de su público le incentivaron a continuar con su carrera artística.

Según Hugo Rodríguez, representante de Bautista desde hace 20 años, en pocos meses se publicará una compilación del trabajo del artista en 5 volúmenes. El objetivo es guardar el legado de este músico. “Soy alegre como un niño y fuerte como un toro”, dice el artista, quien ha recibido varios reconocimientos por su trabajo. (I)

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