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Venta de indios en Hambato. 1754

Venta de indios en Hambato. 1754
02 de diciembre de 2017 - 00:00 - Pedro Reino Garcés, historiador/cronista oficial de Ambato

En Ambato se hace negocio de todo y entre todos, hasta la actualidad. A esto se le llama ‘dinamismo’. En la colonia  había un negocio soterrado de compra-venta de afrodescendientes, por ello consta en mis investigaciones que Ambato fue ‘plaza’ de reventa de personas.

Esto quiere decir que había negociantes que aprovechaban la posición estratégica de la villa, en pleno centro de país, para hacer su negocio. Diferente es aquello de la ‘plaza’ a la manera de Cartagena, hasta con medidas en el piso. Ahora veamos estos datos de comercialización de indígenas, que de modo camuflado, también se practicó en la zona centroandina ecuatoriana, a pesar de las prohibiciones legales. En la capital tungurahuense, al parecer, se daban mecanismos por parte de ‘entendidos’ en escriturar ilícitos.

Cuando se vendían las haciendas andinas del actual Ecuador, hasta superada la mitad del siglo XX, aparecían anuncios de prensa que vendían haciendas ‘con indios y todo’. Por lo menos podrán seguir creyendo que la venta de la tierra incluía todo lo natural: árboles, ríos, bestias salvajes: vacunos, caballunos, ovejunos, y sus respectivos cuidadores o indígenas naturales sujetos a su servidumbre, dispuestos para todos los trabajos.

Los esclavos negros en cambio se vendían sin vínculo a la tierra, como se venden los animales, y se lo hacía mediante escritura pública.

El caso es que se dio en América una práctica soterrada de vender indios, capturándolos para esclavitud e incluyéndolos mediante ‘modelo de los contrabandistas’ entre grupos de negros sometidos a la trata. Esta práctica de inescrupulosos llamados contrabandistas se dio en el Caribe, entre las islas de Jamaica, La Española, Cuba, el territorio de Veracruz en México y sus entornos, pese a criterios contrarios dispuestos por la Corona española.

Esta práctica fue llevada a cabo en el actual Ambato (Hambato), según documentos investigados en el archivo de Riobamba.
1754: “Don Christóbal Moscoso y Córdoba vecino de este asiento como mejor proceda en derecho, comparezco ante Vuestra Merced en el juicio que contra mí sigue don Andrés de Artiaga sobre pretender el que yo le pague la cantidad de su demanda por haber salido incerto un gañán que le vendí según alega en su escrito, cuyo tenor presupuesto digo, que mediante justicia se ha de servir Vuestra Merced demandar que el dicho Artiaga ponga perpetuo silencio en su injusta demanda que se debe prohacer así por lo general de derecho favorable de mi justicia y siguiente, y porque habiéndole yo entregado al dicho Artiaga los mandamientos corrientes de varios indios a cuyo derecho era yo accionario, debió primero entregármelos para demandarme la devolución de su plata, la que estoy pronto a entregarla luego que se verifique la efectiva entrega de mis mandamientos por parte del susodicho, y mientras no lo ejecuta, no estoy a derecho devolverle un real, ni menos le queda acción al referido Artiaga a pedirme cosa alguna, y más siendo notorio el que por causa suya me hallo careciendo de una cantidad crecida de plata en que pudiera tener mucha parte de alivio en mis continuadas urgencias por la carga tan crecida de mis obligaciones, siendo el total fundamento de mis atrasos dicho Artiaga  con no haberme vuelto dichos mandamientos,…”

Debo argumentar que los Arteaga eran unos ‘morlacos’, revendones de mulas que las comerciaban entre Loja, Guaranda y Hambato. También hay que recordar que en esta última ciudad se comerciaba con negros destinados para idénticas plazas, más la de Guayaquil. Por estos caminos hay una red en la que aparecen los personajes que ahora se evidencian mediante el presente documento. El vendedor Moscoso señala que sigue causa en Quito para “demandar los gañanes que me tienen quitados”.

El documento concluye con el formulismo de sus protagonistas burócratas “Hambato, julio 16 de 1754. Por presentada traslado a Andrés de Artiaga y el presente escribano le dé el testimonio que pide, y Su Merced certifique. Y lo firmó el Teniente General Naranjo, ante mi Valenzuela… leí y notifiqué la petición y el decreto de uso a Andrés de Artiaga y para que de ello conste y obre el efecto que requiere, lo firmé, Juan Garcés Artiaga. (O)

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