He escuchado y leído diversos análisis y tentativas de justificar la derrota en las urnas del Acuerdo de Paz en Colombia. Me permito discordar de casi todas, inclusive de las expresadas por voceros de la izquierda colombiana. Nuevamente preferimos hacernos los avestruces a enfrentar la terrible realidad: no era necesaria la realización del referendo, la ley no lo exigía.

La decisión fue estrictamente política y claramente evaluada de manera equivocada. Ambos actores negociadores decidieron la suerte de una elección en el momento en que el principal vocero de la paz tiene apenas 35% aprobación en su gestión. Sabiendo que el mal evaluado del gobierno de Santos era la catapulta para que la sociedad colombiana aprobara el Sí, fue una maniobra política irresponsable.

Mientras la derecha continental está de fiesta, la izquierda y el Gobierno digieren la incomprensible decisión de refrendar en un plebiscito el fin del conflicto armado más largo de Occidente. Era muy obvio lo que podría pasar. En julio de este año en un artículo mío en El Telégrafo indicaba la gran dificultad que se presentaba para la victoria del Sí. El cálculo era simple.

El mundo y los promotores de la paz en Colombia deben comprender de que en el país andino, todos los importantes centros de votación están distantes de las localidades en donde el conflicto armado ha dejado sus víctimas. Y ellas mismas, las más de 6 millones de víctimas, no han podido votar. Qué contradicción. Era tan elemental de que los afectados directos por esta infame guerra pudieran decidir sobre el futuro de la misma.

Pero no, dejaron en manos de las poblaciones que apoyan la solución armada del conflicto, como es el caso de Antioquia, en que el “No” alcanzó más de 1 millón de votos, en gran parte formado por los quintiles de la clase media, media alta, conservadores, urbanos. Superaron el voto de las zonas más afectadas por el conflicto, como Chocó, Caquetá, Putumayo, Nariño, La Guajira y Vaupés, que juntas no llegaron a los 700 mil votos por el Sí. Era una cuestión matemática, no de conciencia. Las elecciones requieren instrumentos y técnicas para vencerlas.

La comunidad internacional se asustó al ver que apenas el 37% había salido a votar. Vale resaltar que históricamente los electores colombianos eligen a sus autoridades con bajo nivel de participación. En la última presidencial, apenas el 54% del padrón votó. La opción de querer refrendar el fin de un conflicto armado, en un país que vive en guerra desde hace 200 años, por medio del mismo sistema que mata la democracia y los candidatos de izquierda, era equivocada bajo cualquier aspecto.

Ni qué decir de la campaña comunicacional, donde cada fuerza defensora de la paz producía sus mensajes y sus tácticas, sin que existiera un paraguas estratégico que pudiera aprovechar el caudal de tener 67% de intención popular en favor del Sí. Así como en la alcaldía de Gustavo Petro en Bogotá y en la campaña de Clara López para sucederlo, la comunicación de la izquierda constantemente se ha comunicado de manera ineficiente y, en algunos casos, equivocadamente.

Ahora el Acuerdo de Paz está gravemente herido y la solución de la guerra está en una terrible incertidumbre. El presidente Santos convocó a la derecha paramilitar de Uribe para dialogar sobre el Acuerdo, sin que exista un mecanismo legal que permita su implementación. Este mal cálculo electoral entregó de vuelta las mariposas amarillas a los amos de la guerra. Durante los últimos años cultivamos la esperanza de que pudieran volar libres sobre este maravilloso país. No podemos equivocarnos nuevamente. (O)