Algo urgente tenemos que hacer para salvar el futuro de un frenesí como el balompié que se ve invadido de muchas exigencias y necesidades, porque no está siendo respetado en sus valores iniciales, corriendo el terrible riesgo de perder su naturaleza. Cualquier juego tiene como premisa el triunfo porque desde allí nacen las satisfacciones y también la recompensa de la labor realizada y más aún la gratificación a la capacidad del o los ejecutantes; pero también tiene otra gran particularidad, y es que para lograr esos altísimos objetivos se debe jugar de una determinada manera, llena de convicción y peculiaridad para superar al oponente y en muchos casos superarse a uno mismo. Desde que se transformó no solo en una atracción masiva sino también en una forma de vivir, el mundo que rodea a este mágico fenómeno social se vio invadido de nefastos intereses que de a poco fueron tomando fuerza, a tal punto que están logrando que nuestra querida y amada pelota desvíe su recorrido con destinos inciertos. Es muy común ver partidos de niños de no más de 8 años, donde su entrenador les repite con gritos exagerados que la saquen y le peguen fuerte, tesitura apoyada rotundamente por los padres que se adueñan en cierta manera del momento y quieren trasladar sus deseos de ganar a una criatura que solo precisa ser acompañado y bien guiado mientras comparte con sus compañeros una gran enseñanza, la de trabajar en equipo, compartir responsabilidades e intentar crecer dentro de su conjunto colaborando para intentar obtener el resultado con métodos válidos y respetando siempre el buen gusto. Pero no, lamentablemente estamos cayendo en una mediocridad intelectual muy alarmante que nos pone a los oponentes como enemigos, a los que tenemos que desprestigiar y no tener piedad de ellos sin darnos cuenta que sin ellos no se puede primero competir, y segundo que son compañeros de sueños e ilusiones generadas por el alma de este deporte que es la pelota. Las arengas previas a los encuentros reflejan ese odio que nos fueron haciendo creer que es necesario para motivarnos y salir al rectángulo sagrado a dejar la vida, se escucha decir que “ellos no son nada, nosotros tenemos esta camiseta”, como si la del rival no tuviera una determinada idiosincrasia y se mereciera el respeto y dando por entendido que nunca la van a vestir; entonces es cuando me pregunto, ¿qué estamos esperando para modificar ese camino chueco en el que nos hicieron caer, o pretendemos lamentarnos para siempre y echarnos a observar que el legado que dejemos a las futuras generaciones no tendrá el tiempo ni las herramientas necesarias para recuperar los valores y atributos que siempre vivieron en el meollo de esta pasión? El primer paso es reconocer dónde nos hemos metido y tener el coraje de ir seguramente contra la corriente que hoy privilegia el ganar por sobre todas las cosas, sin poner nunca a consideración el cómo; coyuntura que será fundamental para salvar del ocaso y alejar de un mecanismo destructor que está cada vez más impregnado no solo en los que viven dentro de este mundo sino también del convencimiento de un público que le está haciendo creer que sus deseos solo pueden ser saciados con logros que en muchos casos son infundados. No tomar cartas en el asunto de manera apremiante solo va a generar vacíos que podrán ser tapados momentáneamente, como aquel alumno que supera las evaluaciones y pasa de grado sin darse cuenta que ese trance en algún instante será letal para su futuro.

No esperemos que se nos escape de la mano la belleza y por sobre todo las sensaciones tan transparentes que nos ofrece el fútbol; comencemos por nosotros al tener presente que no es solo exitoso el que gana y tampoco creer que los niños son el eslabón ideal para gozar de las bondades de este negocio. El fútbol es un estilo de vida, no dejemos que se adultere su encanto. (I)