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El 'Virgencito de Cumbijín', una obra testimonial del hijo de García Moreno

El 'Virgencito de Cumbijín', una obra testimonial del hijo de García Moreno
15 de diciembre de 2016 - 00:00 - Pedro Reino Garcés, historiador/cronista oficial de Ambato

En 1896 yo tenía 26 años y la revolución de los liberales había logrado captar el poder al mando de don Eloy. Muchos conservadores en cambio habían puesto los ojos en quien debía liderar con más razón la oposición a los anticlericales. Ese era yo: Gabriel García del Alcázar, ‘el hijo de la víctima asesinada por cosas de mujeres, pero ajenas a los intereses de la Patria’. Fue entonces cuando me di cuenta que en la política, las campañas son las épocas en las que uno puede fijar en la memoria de la gente las historias que más conviene. En los llamados discursos, se hablaba más de la venganza que se debía tomar por el asesinato. Casi no se mencionaba eso de la ‘Carta de la Esclavitud’. Esto último era cosa de intelectuales. Los crímenes y asesinatos son cosas del pueblo, interesan a las masas. Con eso se logra captar su respaldo, restregándoles la sensibilidad en la cara con  palabras sangrantes. Es como hacerlo con una piedra que se raspa contra la compasión que tiene la gente debajito de la piel. Muchos me alentaban diciendo que no podíamos quedar de brazos cruzados “ante el avance de la impiedad y de la idolatría” de los liberales. Gustavo Iturralde Parreño sabe escucharle con una atención rara, estoica, aprendida en la secretaría de la gobernación de Latacunga. Daba la sensación de que reaccionaba como una piedra movida apenas por un río de correntadas históricas impulsadas por las erupciones del Cotopaxi; o como un tronco que descascara sus arrugas ante los zarzaganetes con ventisca que golpeaban con sus palabras sus ramajes añosos. Sobre una mesa cercana al patio, los geranios atraían la sangre a los labios de sus pétalos. Los amigos, frente a frente, fijaban en la naciente ciudad de Salcedo, el testimonio de los sucesos vividos. Después que el 5 de junio de 1895 había triunfado la revolución liberal, el nerviosismo hizo que muchos hacendados conservadores buscaran nuevamente sus casas de hacienda para tratar de vivir en paz, cerca de las quebradas. Se sentían un poco más seguros respaldados por indios y por perros alarmistas que sabían defender a sus amos. Se pensaba que podían estar obligados a ser desterrados. Esta era una venganza de consuelo, aceptable ante cualquier orden de fusilamiento;  continuaba Gabrielito en su monólogo. Se puede  decir que la reacción conservadora empezó en junio de 1896 en que “se insurreccionaron Antonio Vega Muñoz en el Azuay y Cañar, y Pacífico Chiriboga con Melchor Costales en el Chimborazo. Ambas fuerzas se unieron en Tixán, y el día 16 ocurrió un grave enfrentamiento contra el gobierno en Pangor. Manuel Folleco, que venía de Baños, llegó a tiempo y decidió la lucha a favor de los revolucionarios conservadores. Ese mismo día algunos jóvenes habían emboscado a los gobiernistas en Chancahuán y los hicieron huir. El 17 avanzaron los revoltosos a Cicalpa. El 18 enfrentaron a los liberales de Gabriel Ullauri en Columbe y al día siguiente volvieron a triunfar en Tanquis, pero Vega y los azuayos cometieron el error de marchar hacia Cuenca dividiéndose el ejército conservador que perdió fuerza. El 5 de julio tomaron dicha ciudad, mientras sus compañeros el 4, perdieron en Quimiag.

Decidida la suerte del levantamiento armado, sus principales cabecillas del Chimborazo corrieron a esconderse. Víctor León Vivar fue descubierto en Quito y asesinado en el cementerio de San Diego el 6 de Agosto”. (Rodolfo Pérez Pimentel, Biografía de Gabriel García del Alcázar)

¿Cree usted que valdría la pena publicar un libro sobre los asesinatos políticos? Pudo decir Gustavo Iturralde Parreño. Sobre todo el que cometieron contra el obispo Checa y Barba, justo un Viernes Santo. No resulta muy cómoda para nosotros que hemos sido familiares de las víctimas. Contestó Gabrielito, y continuó: Como le decía ante semejante situación difícil, yo recuerdo que me presionaron de tal manera, y por ello, pocos escritos de historia refieren que los conservadores, calificados de ‘rebeldes’ por los liberales, “habían pedido proclamar la jefatura de Gabriel García del Alcázar, quien se armó con la gente de su hacienda, en Patate, mientras los últimos focos de resistencia se extendían por San Miguel y Guaranda”. Cuando el 11 de julio se produjo su ataque a Latacunga, que fue tomada con arrojo y pericia, como lo reconoció Melchor Costales, yo tuve mi página de gloria:

“En dicha acción, García del Alcázar lució una extraordinaria puntería”. (O)

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