Ecuador, 23 de Abril de 2024
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El Telégrafo
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Carnaval de la vida

Los titulares de la prensa nacional que este 9 de febrero referían sobre un aniversario más del fallecimiento del ‘Ruiseñor de América’, hablaban de estas cuatro décadas sin Julio Jaramillo. Al contrario, pienso que hoy, más que nunca, JJ está presente en la cotidianidad de los ecuatorianos, al constatar que su música trasciende identidades etarias, como podemos corroborar en cualquier página de internet donde están “subidas” sus canciones.

Pero JJ también personifica al guayaquileño de los años cincuenta y a todas las aspiraciones que tenían los jóvenes de entonces, especialmente los de extracción popular. Así nació su idolatría, con la construcción de la imagen de un carismático muchacho de barrio que sin ser un Adonis, tuvo el suficiente éxito y atractivo entre el público femenino, a la par que una natural simpatía en el masculino.

Pero, ¿qué tenía este personaje que tanto seducía a las mujeres desde mediados del siglo pasado? Sin duda, una melosa y bien afinada voz que transmitía una explosión de sentimientos y emociones, lo mismo en la más tierna declaración de amor que en la más terrible desolación. Y es que si hubo un artista moderno que fusionó arte y vida en su humana experiencia, este fue Julio Jaramillo Laurido. Él vivió y se bebió, gota a gota, su propio carnaval de la vida. Así, creció una adoración popular que solo se entiende a partir de la identificación con una ética que repite la máxima del poeta Horacio: “carpe diem” (atrapa el día).

En el Guayaquil de los cincuenta, en pleno ‘boom’ bananero, en el contexto de una clase media intelectual que descubría las grandes contradicciones de la modernidad capitalista y de un amplio sector popular que en tiempo electoral recibía la visita de emergentes políticos demagógicos, la aparición de una figura de la música nacional como Julio Jaramillo era altamente significativa porque representaba, a mi modo de entender, la manifestación de una sensibilidad que conectaba con la idiosincrasia de las clases medias bajas y populares urbanas, capaces de conciliar el decir modernista de los poemas-pasillos (útiles para la conquista amorosa) con el gesto irreverente del bohemio que hace lo que dice, sin importarle que una sociedad hipócrita lo señale: “Si hasta la esperanza está perdida, me río de las iras de mi suerte”. (O)

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