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A orillas del río de los destierros en Loja

A orillas del río de los destierros en Loja
16 de noviembre de 2017 - 00:00 - Pedro Reino Garcés, historiador/cronista oficial de Ambato

A orillas del río de los destierros, Mariángela deshoja unas margaritas de casquillos de balas que ya no le sirven sino para estorbarle en sus tormentos. Es el río Macará, que esconde unos recodos verdes en medio de sequedales ásperos y espinales que hieren el aire de Perú y de la nueva república de Ecuador.

Todavía el río repite su última sílaba que va siendo mutilada por la pronunciación de los mestizos que, en cambio apocopadamente, llaman Macará. Las montañas se le hacen más próximas a su tristeza y le parecen del color de una pólvora abandonada en un campo sin soldados y con escasos chivos.

Recordaba la noche que su Centauro fue llevado engrillado a Quito para responsabilizarlo, más que de los muertos de los que no querían decir sus nombres, de su osadía de negro bosquimano que había querido hacer valer su rango de coronel y su condición de ciudadano ecuatoriano.

Fueron treinta y tres días en prisión hasta que su protector, el general Flores, le diera fianza para sacarlo en libertad, superando la controversia con su concuñado el coronel Vásconez. Las resoluciones dicen que le han confinado a Cuenca, para seguirle el famoso Consejo de Guerra, pero la verdad es que lo mandaron directamente con destino al Perú, por la vía de Loja al Macará. Ella recuerda que los zamparon como desechos de guerra, como escombros de sus opulencias, apenas a pocos metros del río de la frontera peruana, patria que con su brazo había combatido para libertarlo de lejanos gachupines peninsulares.

Pero le vinieron a la memoria esas cuestionadoras palabras dichas por su marido: ¿Recuerdas que Bolívar le andaba reclamando al Perú que le paguen los tres millones y medio de pesos que ocasionaron como gastos su independencia? Bolívar, al cobrar por su campaña, ¿querría ser héroe del Perú?

Y cruzaron el río para decir que regresaban al Ecuador. Desde 1837 hasta 1843, ella en persona, junto con su fatigado negro considerado entonces como un astuto conspirador. Pasaron sus días apaciblemente olvidados de morriones y fornituras, de comentarios y de malquerencias.

Quiero hacer del pueblito de Macará mi quilombo, mi palenque para disfrutar de nuestra idea de libertad, puesto que es muy largo para nosotros el camino de la independencia que ahora ha caído en manos de los amos llenos de haciendas y fortunas. (O)

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