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El Telégrafo
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Canadá se sumaría al llamado ‘suicidio médico’, luego de una ley que será tratada en breve. El 77% de los ciudadanos de ese país apoyaría la medida

Eutanasia, ¿muerte con amor y solidaridad?

De manera especial, frente a las enfermedades terminales y sus consecuencias, surge la interrogante: ¿vale la pena continuar la vida en estas condiciones?
De manera especial, frente a las enfermedades terminales y sus consecuencias, surge la interrogante: ¿vale la pena continuar la vida en estas condiciones?
Foto: Archivo/ El Telégrafo
16 de abril de 2016 - 00:00 - Redacción y Wagner Abril

Lo único seguro de la vida es la inevitable reunión con la dama de negro que, en las culturas occidentales, es proscrita y siempre mal vista. Es la que nos espera para acompañarnos en el viaje final.

Lo que no sabemos es cómo; porque el cuándo está siendo previsible en las tormentas de cambiantes mundos que hasta consagran las vidas virtuales. Algunos pensadores dicen que se comienza a morir un instante después de nacer; el camino, la totalidad de hechos trascendentes y nimios de la existencia es todo lo demás. John Lennon definió a la vida como “… lo que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes”.

En algún recodo del apurado y exigente tránsito de la vida moderna -tarde o temprano- una enfermedad aparece de pronto y nos pone a recorrer por años, largos meses y a veces pocas semanas un camino en el que todos los semáforos tienen luces rojas que apremian a médicos, familiares y a nosotros mismos a cruzar obligados las esquinas de la muerte.

Y para esta decisión terrible hay que estar preparado en el espíritu, principalmente, y en la mente.

Este artículo busca poner en la mesa -con un guiño de traviesa complicidad con el lector- algunas de las cartas con que se juega el juego de la vida/muerte.

No tiene ribetes académicos ni perspectivas filosóficas, tampoco neutralidad hipócrita que frecuentemente impone la sociedad. Cuando Joan Manuel Serrat anunció su inminente cirugía para extirparle un carcinoma de vejiga, en 2014, surgieron de columnistas españoles los cumplidos por su frontalidad para reconocer su dolencia.

Se recordaron también casos de otras figuras del mundillo artístico. Publicados como lo que son, enfermedades como cualquier otra y sin eufemismos que adornan las notas necrológicas, al hablar de cualquiera de estas se vuelve necesario abordar con natural significación a la muerte. Estos olvidados asuntos, por miedo o porque no forman parte del mercado de consumo, se ignoran aunque la muerte ha sido denigrada al nivel de simple espectáculo.

Michela Marzano, italiana, doctora en Filosofía y profesora, en una obra que trata sobre la divulgación de la violencia por internet, sostiene que los múltiples actos de maltrato que se producen y aun la propia muerte está logrando transformar el sufrimiento ajeno y actos de crueldad en “fuente de entretenimiento y diversión” que ahora se divulgan en todo el planeta.

José María Gironella, laureado escritor hispano, midió la temperatura religiosa del pueblo español y decidió entrar en los pensamientos íntimos de un centenar de renombrados artistas, toreros, profesionales, periodistas, científicos y deportistas -excluyendo deliberadamente a intelectuales- sobre sus relaciones con Dios.

Al trabajo lo llamó ‘Insolencia planificada’ por tratar de incursionar en los recodos de íntimas creencias. En los comienzos de la década del 80, los cuestionarios entre ocho requerimientos preguntaban: ¿Cree usted que hay algo en nosotros que sobrevive a la muerte corporal? (alma inmortal, premio y castigo, eternidad).

Con desniveles intelectuales y todo, con la encuesta, el escritor concluyó: “La criatura humana, al enfrentarse con el misterio, se siente profundamente sola y no puede sino recurrir al espejo que cuelga delante de ella en la pared”.

Monseñor Julio Parrilla (columnista en la prensa y autor de libros) recuerda que “también nosotros tenemos fecha de caducidad”, olvidada con frecuencia en el clima de consumo excesivo y la prolongación de la vida a la que lleva la medicina moderna. “Y es que si vivir es un arte, también lo es el morir. Me refiero no solo a la muerte propia, sino a la de la persona amada que necesita ser acompañada, sostenida y amada hasta el final”.

Con frecuencia en estos andariveles cae la profusión noticiosa, de tintes sensacionalistas, de los episodios repetitivos que se producen en materia de muertes voluntarias y solicitadas. Es prensa amarillista que se detiene en la atracción que despierta el dolor, la pena y la muerte, que de tanto ser mirada ha pasado a formar parte de la cotidianidad. ¿Recuerdan los títulos y contenidos de criminalidad que exhiben algunas telenovelas?

La vida digna

La humanidad verdadera del ser se manifiesta en la vida. Mejor aún, en la vida digna de cada persona.

En el Diccionario Enciclopédico de Bioética se la define: “Aquella en la cual la persona valora sus derechos, así como sus deberes para con la sociedad. Respeta, solidariza, es generosa, ecuánime, justa y honesta […] y desarrolla todas sus potencialidades, para no ser un parásito para los demás sino, por el contrario, le aporta y le suma a su vida y a la sociedad”.

Los avances médicos en la posmodernidad y asombrosos descubrimientos científicos que se aplican a la prolongación de la vida, ejemplos: inteligencia artificial, fecundación in vitro, nanomedicinas y modificación del código genético, cuestionan tanto la simplicidad de la vida que hasta el siglo XX había conocido la humanidad como la propia naturaleza.

En el camino se ha encontrado, felizmente, con visiones holísticas del ser humano: la filosofía de la totalidad (que lo considera en su integralidad: mente, alma, psiquis y cuerpo). Aquí entrarían las medicinas alternativas versus la ortodoxia de la medicina alopática o convencional, todavía vigente en alto grado en las sociedades.

La modernidad ha empezado a darse cuenta con la Inteligencia Espiritual de realidades que por milenios habían pregonado las culturas orientales, y expresan de varias maneras en creencias monoteístas.

El Quinto Mandamiento expresa en apenas dos palabras ‘No matarás’ la integridad absoluta de la vida, aunque la historia vista desde las orillas opuestas registra muertes masivas, selectivas y ahora individuales a voluntad.   

Una original interpretación del precepto ofrece Fernando Savater, filósofo español, cuando expone sus pareceres sobre los 10 Mandamientos de cara al siglo XXI. 

Discurre con originalidad y expone hitos históricos, mientras vincula el ‘No matarás’ a los sacrificios masivos consumados por visiones guerreristas, políticas económicas equivocadas, marcos jurídicos que legalizan la pena de muerte como castigo social, la eutanasia y el aborto. También repasa la distinción ¿invisible? que rebasa el dictamen de la medicina convencional del final de la vida y el inicio de la muerte.

Los senderos para llegar a la decisión final son múltiples, complejos, todos sujetos al cuestionamiento, discusiones y duras confrontaciones de ideas, tesis, planteamientos religiosos y filosofías que generalmente se detienen en aspectos de ética y de moralidad.

En el mundo, según un artículo de la BBC Mundo,  la eutanasia es una práctica legal en apenas cuatro países, y el estado de California en EE.UU. Tres de estas naciones son europeos:  Holanda, Bélgica, Luxemburgo. El otro es Colombia.

En otros países como Suiza o en algunos estados norteamericanos como Oregón, Washington, Vermont o Montana se permite a través de legislaciones que reconocen el llamado “suicidio asistido”. (O)

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El dilema ético y moral de la eutanasia

"Hoy es el día que he elegido para morir con dignidad"

El claro deseo de la joven estadounidense Brittany Maynard para evitar los sufrimientos de un cáncer terminal del cerebro encendió nuevamente las luces rojas sobre la eutanasia, muerte asistida, voluntad anticipada, muerte con dignidad o como quiera que le llamen los especialistas médicos, filósofos, prelados católicos o pastores de las diversas denominaciones religiosas.

“Adiós a todos mis queridos familiares y amigos que amo. Hoy es el día que he elegido para morir con dignidad en vista de mi enfermedad terminal…”, expresó en su último mensaje de noviembre de 2014, publicado en Oregon, uno de los cinco Estados que tiene legislación favorable para estos casos. El suceso despertó el interés de la opinión pública de EE.UU. que se dividió casi en partes iguales entre quienes apoyaban la determinación de Brittany (47%) y los que la cuestionaban firmemente (49%), según una encuesta realizada en la oportunidad.

Episodios parecidos en el dramático final, pero diferentes en el tránsito a la luctuosa meta se suceden cada vez más frecuentemente en los más diversos puntos de la geografía terrena. En Bélgica, donde la eutanasia fue aprobada en 2002, las estadísticas experimentan un doloroso aumento (bueno, según quien las interprete). Entre 2012 y 2013, según información de SDPnoticias.com, se registraron 3.239 casos, lo que equivale a un promedio de 4-5 por día. El 73% padecía de cáncer en etapas finales.

En otro lado, Francia, en 2014, el Consejo de Estado -la más alta instancia administrativa oficial- intervino para poner punto final al sufrimiento de Vincent Lambert -tetrapléjico en estado vegetativo por más de seis años-, quien recibía tratamiento médico considerado como “empecinamiento insensato”. Estos casos me recuerdan conversaciones recientes con dos médicos en el hospital Carlos Andrade Marín, mientras miraba el desfilar casi interminable de ancianos en sillas de ruedas y camillas, empujados por apresurado personal de enfermería: “Todos los médicos tratamos de salvar vidas y aliviar penurias de enfermedades, ninguno estudiamos para matar”.

Los diálogos se produjeron en el contexto del Código Penal Integral que sanciona la mala práctica médica. En ámbitos parecidos puede ubicarse a los médicos, personal de centros de ayuda y familiares que deben atender las peticiones de enfermos terminales para poner fin a sus dolores: inyecciones letales, cocteles de medicamentos idóneos para el caso, cerrar las llaves de paso de medicinas.

¿Son cómplices de muertes forzadas aunque legales (algunos dicen ‘asesinatos’) o seres humanos  que contribuyen por piedad a brindar ayuda al moribundo? El periodista argentino y escritor Mariano Grondona, ante el fallecimiento de Brittany Maynard, formuló en La Nación apreciaciones interesantes, con preguntas e inquietudes personales desde la ética. “No podemos dejar de simpatizar con ella. ¿Qué habríamos decidido en su lugar? ¿Y qué lugar vino a ocupar quien estuvo a cargo de asistir a la suicida? (O)

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