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El increíble caso del ciclista Robert Marchand

En la mañana de su adiós del ciclismo profesional, Robert Marchand se subió a la bicicleta para dar dos giros al anillo del velódromo parisino de Saint-Quentin-en-Yvelines.
En la mañana de su adiós del ciclismo profesional, Robert Marchand se subió a la bicicleta para dar dos giros al anillo del velódromo parisino de Saint-Quentin-en-Yvelines.
Foto: AFP
18 de enero de 2018 - 00:00 - Gorka Castillo, corresponsal en España

Para contar esta historia hay que remontarse a principios del siglo pasado. En concreto, al 21 de noviembre de 1911, el día que nació Robert Marchand, el ciclista más longevo de la historia.

La semana anterior anunció que se retira definitivamente. “No hay marcha atrás. Los médicos me han aconsejado muy seriamente que abandone la competición”, dijo con cierta tristeza, convencido de que podían quedarle un par de años de actividad diaria.

Su deseo era despedirse cuando estuviera a punto de cumplir 108 años porque el final se hacía inevitable. Nadie puede decir que de verdad le sorprendiera la noticia.

Pero la decisión de Marchand, un hombre enjuto, de apenas 1,50 metros de altura y el rostro arrugado como una nuez, ha sumido a Francia en un llanto de admiración casi generalizado. Se va el incombustible deportista, el hombre que ha desafiado a las leyes de la biología y que obligó a la anquilosada Unión Ciclista Internacional (UCI) a modificar las categorías de edad para hacerle un sitio en el Olimpo de sus dioses.

Un fenómeno que en 2012 se proclamó recordman mundial de la hora en el grupo de 100 a 104 años al recorrer sin desfallecer 24,250 kilómetros, marca que pulverizó dos años más tarde y que a punto estuvo de superarla también en enero de 2017. Pero eso ya hubiera sido un milagro.

En aquella jornada fallida, Marchand reconoció que sus piernas, finas y fibrosas, le habían funcionado a la perfección, pero sus brazos no porque tiene reuma. De hecho, la retirada que anunció la semana pasada ha llegado motivada por los primeros brotes de esa dolencia porque si por él fuera hubiera resistido sin problema. La recomendación de abandonar la competición ha sido de los médicos. “Los doctores no quieren que siga haciendo esos esfuerzos”, declaró su amigo y vecino Christian Bouchard al diario La Marne.

El presidente de Cyclos de Mitry Mory, el equipo que lo acogió hace 40 años, reveló que Marchand no está inhabilitado para disfrutar lo que tanto le gusta, es decir, montar en bicicleta aunque a partir de ahora deberá hacerlo en la estática que tiene en su casa de París. Y es que últimamente, solo en los últimos tiempos, se le disparaba la presión arterial cada vez que rompía a sudar hasta 18 o 20. “Y, claro, los médicos me han dicho que eso no puede ser”, indicó el longevo ciclista al bajarse de la bicicleta el día de su despedida.

Lo que ahora deja Marchand a los anales de este deporte es el prodigio de su resistencia física, absolutamente portentosa. Tanto que el pasado año fue sometido a un completo estudio científico en la Universidad de Borgoña cuyos resultados se celebraron casi como si de un gran descubrimiento para la humanidad se tratara.

La conclusión fue que Robert Marchand presenta un deterioro asociado con la edad completamente inusual, de solo 8% por cada 10 años vividos durante los últimos 60 de su vida. Un prodigio de ciencia ficción, como si sus células se encontraran en un estado de hibernación.

De eso ha disfrutado hasta ahora y, por supuesto, también de su excepcional fisiología, claro está, que fue la que le permitió recorrer los 600 kilómetros que separan Burdeos de París con 89 años, o la que proporcionó la fuerza suficiente para fijar la plusmarca mundial de 100 kilómetros de ciclistas centenarios en cuatro horas exactas de incesante pedaleo. Lo hizo con 102 años. Un caso sobrenatural que, sin duda, merecería un capítulo exclusivo en la revista Science.

Y mientras los periodistas que cubrían su despedida se quedaban boquiabiertos y sin preguntas, Marchand tuvo el arrojo suficiente para desgranar, a su manera, los secretos del misterio. “Los fines de semana solía unirme a mis compañeros del club de ciclistas, pero siempre tratando de no superar las 110 pulsaciones por minuto y bebiendo agua con miel. No hay mucho más que contar”, dijo con sencillez y una sonrisa de satisfacción en el rostro mientras sus compañeros le jaleaban con cariño infinito.

Los mismos amigos que le abrieron las puertas del equipo de Mitry Mory en 1978, cuando ya tenía 67 años y a los que ha ido retirando uno por uno de la carretera. Fue entonces cuando se impuso a sí mismo una rutina militar que le sirvió para colmar sus deseos ciclistas.

Hábitos de vida que harían las delicias de cualquier médico y nutricionista, pero que él resume con naturalidad pasmosa: no fumar, comer sobre todo fruta y verdura y poca carne, beber un vaso con vino cada día y acudir diariamente a un gimnasio para hacer estiramientos durante hora y media. (I)

Un campeón de gimnasia que fue chofer y bombero
Robert Marchand es feliz a los 106 años porque su infancia y su juventud no fueron precisamente un camino de rosas.  

Nacido en Amiens, una localidad francesa cerca de la frontera con Bélgica, dice orgulloso que tiene el honor de haber conocido a 16 presidentes de la República. 

Fue profesor de educación física y miembro activo de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial.  

Fiel a su militancia antinazi, se negó a dar clases a los hijos de los colaboracionistas y fue encarcelado.

La muerte de su mujer en 1943 le ensombrece el rostro. Se hizo chofer de camiones de gran tonelaje para ganar dinero y emigrar, primero a Venezuela, donde crió pollos; y más tarde a Canadá, para trabajar como leñador. 

De vuelta a su país se convirtió en campeón de gimnasia y en bombero de París. Intentó ser ciclista profesional en una época repleta de figuras legendarias que engrandecieron el Tour, pero entre Fausto Coppi, Gino Bartali y su escasa estatura, nunca logró hacerse un hueco en una gran vuelta por etapas.  

Ahora que ha llegado a su última etapa en el deporte, Marchand lo cuenta satisfecho y orgulloso. Y, como se esperaba en un hombre inusual como él, preparó una despedida a su medida: batiendo un nuevo récord. 

En la mañana de su adiós se subió a la bicicleta para dar dos giros al anillo del velódromo parisino de Saint-Quentin-en-Yvelines. Nadie con 106 años lo había hecho antes. Fue su último récord. O el anteúltimo, si la UCI decide crear una nueva categoría para deportistas que practican en la bicicleta estática. 

“Estoy profundamente triste porque el ciclismo ha sido lo único que me interesaba en la vida”, concluyó con lágrimas que brotaban a mares de sus pequeños ojos. (I) 

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