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El Telégrafo
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La pieza más grande que ha creado es una mandarina de cedro de 90 centímetros de diámetro

Rodrigo Colorado sueña con esculpir la belleza de la gente del Chota

Elaborar alguna de las frutas le toma como mínimo 2 semanas. Muchas de estas piezas ha vendido en sus exposiciones y también al exterior. Fotos: María Fernanda Almeida / Diario El Telégrafo
Elaborar alguna de las frutas le toma como mínimo 2 semanas. Muchas de estas piezas ha vendido en sus exposiciones y también al exterior. Fotos: María Fernanda Almeida / Diario El Telégrafo
15 de abril de 2015 - 00:00 - María Fernanda Almeida

Cuando Rodrigo Colorado llegó a San Antonio de Ibarra tenía 4 años y medio. En ese entonces desconocía la gran oportunidad que le auguraba la vida. No imaginaba que sus manos esculpirían la silla Papal de quien medió la unión de las 2 Alemanias tras la II Guerra Mundial.

Tampoco que exhibiría sus obras en la casa de uno de los pintores ecuatorianos más aclamados. Cuando era un niño, aún sin conciencia, su padre biológico lo dejó en el hogar de Laura Estévez y Julio Almeida, sin saber que el destino de este pequeño estaría sellado por su don para tallar madera.

En una modesta oficina, ubicada en el segundo piso de su casa, se encuentran muestras de enormes frutas talladas en cedro. Él aún se maravilla al observar el tomate de árbol, la chirimoya, el pimiento, los pepinos, la mandarina. Las ve, las toca, observa el detalle. “Creo que me quedaré con una y la colocaré en casa”, medita.

Rodrigo es muy perceptivo. Ha desarrollado al máximo la capacidad de fijar sus pupilas en lo cotidiano de la vida. Dice que observar lo ha llevado a conocer a fondo la condición humana. Antes de tallar, mira las frutas y verduras al menos  por un par de horas,  dibuja el diseño, elabora una plantilla, ensambla la madera y realiza el estucado. “Es una técnica antigua de la Escuela Quiteña.Luego le aplico a la creación otros recursos que son el fruto de mis investigaciones como la impermeabilización de la madera para evitar que sufra alteraciones por las condiciones climáticas y la humedad ambiental. La concepción cromática es tridimensional”, dice.

Si bien Rodrigo ha esculpido una infinidad de figuras desde los 10 años, la exposición de estas enormes frutas y verduras en la Fundación Guayasamín en 2006, fue su mayor logro. Durante meses trabajó sin descanso para completar una colección digna de exponerse en la capital.

Aún recuerda cuando Pablo Guayasamín lo recibió en su oficina. A Rodrigo, un hombre alto, esbelto y muy confiado en su trabajo, no solo le temblaban las piernas sino que también le sudaban las manos al entregar las fotos de sus esculturas. “Pablo me miró y dijo que en 28 años jamás había visto algo parecido y ese rato sacó la agenda para que escogiera la fecha de la exposición. Las 2 salas se llenaron. Fue una exposición consagratoria”, apunta.

Las oportunidades fueron llegando como efecto dominó. Exhibió en una galería de arte, en Guayaquil, también en la Casa de Montalvo, en Ambato, la tierra de los tres juanes, y fue consagrándose como gestor cultural. Ahora organiza el Segundo Salón Nacional de Escultura Religiosa en San Antonio de Ibarra.   

Rodrigo tiene su propio taller adecuado en su casa junto a un jardín. Ahí corta la madera de cedro que muchas de las veces compra de forma clandestina.

Rodrigo nació en Pablo Arenas, cantón Urcuquí (Ibarra) hace 57 años. Aunque tuvo varios hermanos, solo conoce a una. “Me  tocó asimilar la situación de no estar con mis padres biológicos. En mi caso no demoró porque recibí mucho afecto. Lastimosamente a mi madre nunca llegué a conocerla, no tengo una fotografía de ella. Mi padre biológico venía de vez en cuando a visitarme, pero yo lo veía como cualquier ciudadano, más bien esperaba que se vaya breve”, dice, mientras recuerda que  a su llegada, los habitantes de San Antonio se maravillaban por tocarle su abundante cabellera y sentir, algunos por primera vez, el cabello ensortijado de una persona afrodescendiente.

A los 10 años ya tomaba entre sus manos los cinceles de su padre Julio, quien también era escultor. Hasta dejaba ‘mochas’ las herramientas tallando la madera aún sin una técnica definida. Estudió en el Colegio de artes Daniel Reyes, en donde se formaron artistas tan importantes como Víctor Mideros.

María Enma Montesdeoca (92) fundó la institución en 1942 y fue profesora de dibujo y pintura. Desde entonces sus ojos han visto prodigios del arte. “Rodrigo era bastante bueno, culto, obediente, muy dedicado. Estaba entre los buenos, aprovechaba el colegio y tenía buenas notas”, rememora.

Andrés Alarcón, quien ahora es inspector del Daniel Reyes, fue compañero de Rodrigo. Lo recuerda como un joven extremadamente inteligente, con una capacidad innata para cuestionar al mundo. “Era tímido, pero muy seguro de sí mismo. Siempre guardaba respeto. Una vez le quité la silla cuando se iba a sentar, y se cayó. Fue una risa de todo el mundo. Estaba furioso; fue una de las pocas veces que lo vi bastante enojado”, comenta entre risas.

A partir de los años 80, los jóvenes colegiales tomaron rumbos distintos. Rodrigo, quien además en ese entonces pertenecía a un grupo de música tropical, dejó de tocar el bajo para estudiar artes en la Universidad Central. Ahí aprendió la técnica de piedra, fibra de vidrio, cemento, yeso y de otros materiales.  

Al finalizar la carrera, su curiosidad por experimentar lo llevó hasta Guayaquil. Trabajó durante un año en la fábrica Maderarte que realizaba trabajos para personas de la élite guayaquileña. En 1985, a la empresa se le encargó fabricar 2 sillas  para el Papa Juan Pablo II, quien visitaría Ecuador.

Rodrigo fue elegido para hacerlo. Le tomó 2 meses elaborarlas porque fusionaban elementos precolombinos con maderas finas y hasta pan de oro. “Nunca llegué a sentarme en la silla ni para la foto, sentía que no era digno de hacerlo, no estaba diseñada para que se siente cualquier ciudadano”, advierte.

Pese que fue invitado al evento donde estaría el Papa, confiesa que no fue. “Lo vi solamente por televisión. Y aunque era comunista y algo crítico de la religión, debo admitir que lloré. Me afectó mucho la personalidad del Santo Padre, un ser universal, extraordinario, con un carisma muy grande”, dice ahora, 21 años después.   

Rodrigo camina hacia su taller. Siente pesar porque solo hace 4 meses le robaron todas sus herramientas alemanas con las que tallaba el cedro; pero asegura que este duro episodio no mermará su imaginación ni su creación.

Dice que más adelante retomará el desnudo femenino, mas no buscará los cánones de belleza tradicionales y subjetivos. “Indagaré en el conglomerado humano, tallaré a las personas de a pie, a la gente normal. Me encantaría trabajar con modelos del Valle del Chota, quisiera trabajar en el color de su tez”, reflexiona. (I)

DATOS

Cada una de las piezas tiene valores distintos. Cuestan entre $ 500 y $ 3.000, dependiendo del tamaño de la misma y del tiempo de creación.

Las frutas y verduras tienen un minucioso proceso de creación. Rodrigo admite que en el mercado se demora más de una hora en escoger un alimento. Incluso han llegado a triplicarle el precio al saber que es artista.

La silla fabricada por Rodrigo para el Papa Juan Pablo II en 1985 fue trasladada en ese mismo año hasta la iglesia La Alborada en Guayaquil. Al momento, desconoce su actual paradero.  

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