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El Telégrafo
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65% de notas deportivas se hace con una fuente

65% de notas deportivas se hace con una fuente
28 de julio de 2016 - 00:00 - *Gerardo Albarrán de Alba. Cátedra Gabriel García Márquez

Desde México

Pocos medios envían hoy a un reportero o a un fotógrafo a cubrir una guerra, pero muchos hacen todo lo posible para mantener durante más de un mes a equipos periodísticos propios en unos Juegos Olímpicos o en una Copa del Mundo de fútbol. Casi nadie cubre por sí mismo un foro económico mundial o una cumbre del G-20, pero muchos buscan la oportunidad de narrar en directo una serie mundial de béisbol o el Super Bowl.

Imaginen una investigación periodística sobre la corrupción en la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) con el despliegue periodístico y la profundidad de los ‘Panama Papers’.

¿Dónde está el Edward Snowden que desnude a una de las organizaciones deportivas con mayor influencia política en el mundo, capaz de comprometer las economías nacionales de sus confederaciones? ¿O cuál es el costo político, económico y social de realizar unos Juegos Olímpicos en Río de Janeiro?

Pero no. El deporte hoy es farándula y, en su mayoría, los medios que lo cubren no hacen periodismo, sino que son parte del circo. Editores y reporteros deportivos se olvidan de su papel como periodistas y asumen el rol de vendedores de distracciones, de mimetizarse con los fanáticos.

Este es el mayor reto deontológico de quienes hacen periodismo deportivo: alejarse del papel de comparsa para, en cambio, desentrañar uno de los fenómenos culturales más importantes de los últimos 50 años y, como hacen unos pocos en el mundo, explorar nuevas narrativas que permitan explicar complejas realidades subyacentes.

No en balde la radio identificó muy pronto el interés popular del deporte. La televisión lo masificó y le cedió el privilegio del prime time. Es la sección en que los periódicos no dejan de invertir, mientras otras áreas de las redacciones languidecen o incluso desaparecen -como ciencia o cultura–, víctimas del agonizante modelo de negocio que ha postrado a la prensa. El deporte es producto de consumo y espectáculo de masas, una de las formas más accesibles y socializadas de entretenimiento, ahora potenciada en internet. Pero sobre todo es un gran negocio global en la más absoluta opacidad.

Salvo notables excepciones, el periodismo deportivo no informa, entretiene; no investiga, reproduce; no revela, emociona; no forma, deforma. Su objetivo no es contribuir al conocimiento público, sino hacer dinero. Verdad, independencia, justicia y responsabilidad social, algunos de los principios clásicos sobre los que descansa el periodismo, son sustituidos por la banalidad. El deporte se ha convertido en show business, y los periódicos supuestamente especializados reproducen el modelo de las revistas de farándula, mientras la espectacularización de las transmisiones explota sin pudor el morbo que los propios medios construyen. La pobreza del lenguaje, los lugares comunes, los estereotipos, la estridencia y la vulgaridad no son problema, son argumentos de venta que se traducen en puntos de rating y circulación.

Imposible abarcar en este breve espacio todos los dilemas que enfrenta el periodismo deportivo, pero destaco lo peligroso de la información sesgada y el patrioterismo de medios y narradores, que exacerban los ánimos y pueden llevar de la polarización al estallido social, como ocurrió en 1969 cuando Honduras y El Salvador vivieron un conflicto que históricamente se conoce como ‘La guerra del fútbol’, título del reportaje de largo aliento de Ryszard Kapuściński, que no solo nos entrega un profundo retrato sociológico sino que, además, nos demuestra los alcances del periodismo en torno al deporte como fenómeno cultural.

Súmese a ello la homogeneización de la información desde los monopolios mediáticos, la mercantilización de las líneas editoriales y la dramatización y el sensacionalismo como sustitutos del reporterismo, que se traduce en falta de rigor en la prensa deportiva, una de sus más graves deficiencias: el 65% de las notas publicadas suele basarse en una sola fuente de información, mientras que el 26% no tiene ni una sola fuente identificada a la cual atribuirle la información, por lo que mucha de ella es presentada mediante el uso gramatical de condicionales y, lo que es peor, el 40% se atreve a afirmar hechos sin aportar ninguna evidencia, de acuerdo con un estudio realizado como parte de la investigación de la tesis doctoral de Javier Gómez Bueno (2012, Universidad de Murcia), centrada en la ética del periodismo deportivo. Un dato rescatable -a la vez que alarmante- es que apenas el 5% da voz a todas las partes en las notas conflictivas.

En la cultura de masas, el deporte es la primera ventana desde la cual mucha gente se asoma por primera vez al periodismo. Por eso, la responsabilidad del periodismo deportivo es -también- con el gremio. La calidad y el rigor con que se ejerza deberían engrandecer a la profesión, pero la vulgaridad y la banalidad que le domina desnudan a una industria cuya función es el lucro a priori. (F)

*Gerardo Albarrán de Alba es periodista, actual Defensor de la Audiencia de Radio Educación en México, miembro de la Organization of News Ombudsmen (ONO), del Consejo Directivo de la Organización Interamericana de Defensores de Audiencias (OID) y del Comité Académico de la Cátedra Gabriel García Márquez sobre Periodística y Nuevas Culturas Informativas del Centro Internacional de Estudios Superiores para América Latina (CIESPAL).

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