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El Telégrafo
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La alfarería, uno de los atractivos adicionales de Pujilí (Galería)

Los juguetes son algunos de los objetos más tradicionales que se elaboran en la parroquia La Victoria, aunque los artesanos también cumplen con las demandas de la construcción.
Los juguetes son algunos de los objetos más tradicionales que se elaboran en la parroquia La Victoria, aunque los artesanos también cumplen con las demandas de la construcción.
26 de julio de 2015 - 00:00 - Carlos Novoa

Pujilí es uno de los cantones más coloridos y folclóricos de la Sierra Centro. Allí se conjugan la producción agrícola, el desarrollo pecuario, la avicultura, el comercio, las actividades artesanales variadas, los rostros felices de personas muy amables. Este es un pueblito conocido en todo el país por ser la cuna de ilustres personalidades de la nación, entre ellas Antonio Echeverría Llona, reconocido legislador y político del siglo XVIII, San Juan Buenaventura, destacado líder eclesiástico en la segunda mitad de los años 1800, Gabriel Álvarez Villacís, ilustre político, y Guillermo Rodríguez Lara, jefe de Estado desde 1972 hasta 1976.

Su nombre proviene del vocablo kichwa Pu Jilies que traducido al español significa ‘posada de juguetes’, es una pequeña población de la provincia de Cotopaxi. Está ubicada en las laderas de un monte llamado Sinchahuasín y fue fundada en 1657, lo que la convierte en una de las ciudades más antiguas de esta provincia.

Esta localidad además se dio a conocer por su pujanza y tesón al reponerse de manera notable tras el terremoto de 1996, debido al cual cayeron al menos el 70 % de las viviendas del casco urbano y se detuvo momentáneamente el progreso del cantón por varios años.

Entre sus atractivos turísticos están el imponente Quilotoa, un volcán apagado en cuyo cráter brotó hace cientos de años una de las lagunas más hermosas, fascinantes y enigmáticas de América, el arte pictórico de Tigua, en el que hábiles jóvenes plasman la realidad y colorido de la vida campestre en finos lienzos, el monte Sinchahuasín, elevación montañosa de gran valor sentimental y espiritual para los pujilenses y la alfarería del barrio La Victoria.

Esta última actividad es irónicamente una de las tradiciones familiares más productivas y a la vez más desconocidas del país. Allí por décadas se han creado verdaderas y hermosas obras de arte elaboradas con barro negro, tales como vasijas, ollas, platos, lámparas, macetas, alcancías, floreros, etc.

Se cree que estos conocimientos llegaron al lugar debido a la presencia extranjeros de la Misión Andina quienes instalaron una fábrica de cerámica donde trabajaron artesanos del lugar. Sin embargo, es difícil definir con precisión cuándo y cómo nació allí la tradición de la alfarería, pero se sabe que alrededor del 60 % de casi 80 mil personas que residen en el cantón ha cultivado esta habilidad, que es importante en la economía del lugar.

Tejas, adornos, maceteros, máscaras, cacerolas son otros artículos que allí se elaboran, con paciencia y dedicación. Muchas familias tienen sus locales junto a sus viviendas o en la parte trasera de estas. Allí trabajan los objetos antes mencionados, mercadería que luego exhiben y venden en sus patios y en las ferias que se organizan en la población. Uno de los atractivos para los turistas es, precisamente, visitar esos talleres caseros y conocer de primera mano el proceso de elaboración de las piezas.

La parroquia rural La Victoria está ubicada a 15 minutos del centro de Pujilí. Pese a que allí adquirieron renombre famosos artesanos como José Velazco, Martín Salas y Vicente Aspiazu, uno de los maestros alfareros más conocidos de la actualidad es Vicente Milton Palomino.

Él, al igual que al menos otros 2 mil pujilenses, ha sido catalogado por medios de comunicación nacionales y extranjeros, entre ellos CNN, National Geographic y la revista española Sinergia, como el ‘tesoro escondido’ de Pujilí por los hermosos y delicados objetos creados con la mezcla de barro negro, agua, amor y pasión por el arte.

Tradición centenaria

Mientras mezcla con sus manos 2 kilos de la tierra oscura traída de una mina en el sector denominado El Tingo, del mismo cantón, con agua, Palomino relata que su primer contacto con la alfarería tuvo lugar en el taller artesanal de su padre en Guayaquil, su ciudad natal.

En aquel entonces él era tan solo un niño y tuvo que practicar casi por un año para dominar la técnica para convertir un simple puñado de cieno en una obra de arte. Pese a ser forastero en esa ciudad, Palomino es muy respetado y reconocido por la pasión que pone al elaborar objetos como pondos, vasijas y otros recipientes grandes. “Igual que un futbolista debe poner el corazón en la cancha para conseguir un gol y un partido emocionante, el artesano debe esforzarse y entregarse al     100 % en su taller para conseguir reconocimiento y respeto en su trabajo”, reconoce.

Al igual que sus vecinos, cada 3 meses debe rentar un volquete para transportar la carga de barro desde El Tingo, materia que le permitirá trabajar por al menos 90 días continuos. “El flete del transporte cuesta entre $ 70 y $ 80. Todos los alfareros acuden con sus herramientas a escoger la tierra negra de la mejor calidad en las laderas del sector. Esta, por sus condiciones de humedad, textura y ausencia de piedras, facilitan la mezcla con el agua y permite un secado más rápido”, señala.

Antes de utilizar el fango debe ablandarlo, durante horas, con golpes precisos para volverlo fino, luego lo cierne para que quede uniforme. Con sus pies desnudos lo apisona alternando con chorros de agua hasta conseguir una masa homogénea y sin grumos. Solo así estará lista para el torno y convertirse en las más vistosas formas que salen de su imaginación.

En esta tarea le ayudan sus 3 hijos y 6 nietos. Ellos han comprendido que esta actividad, además de ser una ocupación que asegura un ingreso económico mensual, les permite unirse más como familia y divertirse. “No en vano los antiguos alfareros trabajaban solo con su familia. Durante los diferentes procesos de preparación, mezclado, diseño, moldeado y terminado, se crean debates de lo más variados, desde política hasta fútbol. Esto amplía la confianza y amor entre parientes”, dijo Lorenzo Palomino, hijo. Pese al gran talento de Palomino en la alfarería, él ha decidido vender sus creaciones en crudo, es decir sin hornearlas ni pintar. Esto porque se centra en el moldeado de las piezas, proceso que ocupa casi todo su tiempo en el taller.

Otra de las destacadas alfareras de La Victoria es doña Esther Fernández, vecina del antes mencionado. Ella tiene el mismo oficio desde hace 30 años y también lo heredó de sus abuelos y padres.

“El día que me visite la muerte, quisiera que me encuentre trabajando con barro”, asegura Fernández. Su taller, al igual que los de sus vecinos, es descomplicado, sin lujos y con las cosas precisas siempre a la mano. Una rústica construcción de ladrillo, con esteras a los costados, techado de teja y piso de tierra forman el habitáculo en el que transcurre la mayor parte de su existencia diaria.

Sus obras se cotizan desde los $ 0,20 en adelante, dependiendo del tamaño. Los compradores son quien más beneficios obtienen. Por ejemplo, una bota de barro de 15 centímetros de alto por 20 de ancho se vende en $ 0,80. Después, algún intermediario se encargará de hornear la pieza, la pintará y venderá hasta en $ 4.

Otra forma de elaboración

A pesar de que en todos los talleres la materia prima para la alfarería es el barro, en algunos no siempre el barro es negro. Algunos artesanos mezclan piedra blanca molida y la combinan con cobre, vidrio molido y estaño para obtener un acabado más profesional y atractivo. Los objetos reciben luego una capa de barniz que les da un brillo aún más intenso.

Carlos Núñez es uno de los que realiza esta aleación de materiales con excelentes resultados. “Cada artesano tiene su técnica y toque personal. Cuando se elabora un recipiente con barro mezclado con cristal pulverizado se obtiene una materia pesada pero a la vez más resistente, por increíble que parezca y el secado del objeto es más rápido”, dijo.

Este material se usa para elaborar mayoritariamente pondos, floreros grandes, ollas de un metro de alto, tiestos, pailas, entre otros. En el mercado estas piezas, dependiendo del tamaño y número de colores usados, pueden costar entre $ 80 y $ 120.

Los talleres artesanales, admirados por los visitantes debido a sus colores fuertes, son considerados atractivos turísticos. En cada obra de los artesanos se plasman las vivencias, el folclore, la naturaleza e incluso la tristeza de estos verdaderos artistas. Ellos no tienen inconvenientes en permitir a los visitantes ingresar a sus viviendas y adquirir sus creaciones.

Incluso durante el carnaval, cada año las asociaciones de alfareros realizan la fiesta de la cerámica, en la que se da realce a la alfarería. Cada febrero se elige, como parte de esta especial celebración, a la Alfarera bonita, madrina oficial de la feria que tiene lugar en la calle principal del pueblo.

Cómo llegar a La Victoria

A esta parroquia se puede llegar en las unidades de transporte Pujilí, Vivero y 14 de Octubre, desde la terminal terrestre de Latacunga. Estas realizan viajes cada 5 minutos y el costo del pasaje es de $ 0,40. El referente principal de la entrada a La Victoria es el monumento a la labor alfarera, desde ahí se puede tomar una camioneta que te conduzca hasta el centro.

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