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Mileidy lleva 6 de los 12 años que debe cumplir en la cárcel. En su ausencia su vástago mayor falleció

"Quiero salir pronto, porque siento que mi hijo no descansa en paz"

Las mujeres dispersas en el escenario explicaban cómo llegaron a la cárcel, lo que han perdido y han ganado. William Orellana / El Telégrafo
Las mujeres dispersas en el escenario explicaban cómo llegaron a la cárcel, lo que han perdido y han ganado. William Orellana / El Telégrafo
03 de diciembre de 2015 - 00:00 - Karla Naranjo Álvarez

Los segundos parecen avanzar en cámara lenta. Mariana está en el suelo luego de que fuera golpeada e insultada por otras 3 mujeres que la veían como ‘carne fresca’. Después de la actuación, una luz amarilla se posa sobre ella y la encierra en un círculo. Mariana no abre los ojos, pero empieza a hablar. Rememora su infancia, cuando robaba con su padre y su madre. Se lamenta, suspira y repasa su pasado.

A los 13 años se escapó de su casa y se involucró en pandillas, cometió más asaltos y consumió drogas, hasta que su progenitora la descubrió y encerró en una clínica de rehabilitación. Ella sigue acostada en el suelo rodeada por aquella luz, lo demás sigue a oscuras, solo se escucha su voz.

“A los 19 años di mi primer ‘golpe’ con mis panas. Robamos en un restaurante, justo estaba la hija de un político y me convertí en ‘más buscada’. Me fui de viaje por un año y regresé porque ya no tenía para la droga. Di un segundo golpe y aquí estoy”, recuerda Mariana, mientras se incorpora lentamente hasta quedar sentada. Agacha su cabeza y manifiesta estar arrepentida, aunque luego movida por una extraña energía declara que lo volvería a hacer, pues “la adrenalina que se siente es difícil de dejar”. Mariana camina y se pierde en la lobreguez.

El grueso telón de color mostaza se cierra y otras 23 mujeres se alistan en 2 camerinos, con grandes espejos con focos encendidos en el marco, para actuar y describir los errores que las arrastraron a un centro de privación de libertad.

El teatro del Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC) está totalmente a oscuras y todos miran hacia el frente esperando el segundo acto; excepto los agentes de Seguridad Penitenciaria (ASP) y de la Policía Nacional que distribuidos en los pasillos y en las puertas de emergencia vigilan a las reclusas. Igual de alerta, aunque desde el público, están funcionarios del penal. Otros uniformados permanecen en la explanada del Malecón, afuera del salón; afortunadamente en Guayaquil la temperatura no está tan caliente como de costumbre y no supera los 30 grados centígrados.

Las historias de cada mujer hilaron el libreto de la obra ‘Vidas recicladas’. Las mujeres del Centro de Rehabilitación Social de Guayaquil ensayaron unos 8 meses bajo la dirección de Eduardo Andrade, animador de un reality nocturno de competencias, quien además ha estudiado en el exterior y es parte del grupo “Motiv-Arte”, que enseña actuación, dicción, escritura, entre otras actividades, a las personas privadas de la libertad (PPL). Eduardo, con voz cálida pero firme, se dirige a las chicas antes de su salida al escenario, las anima, les recuerda uno que otro ‘tip’ para dejar los nervios. A las demás, que quieren verlas desde los telones secundarios, les pide disciplina para no distraer a los espectadores.

No acompañaron a sus seres en sus últimos momentos de vida

Luego del último sonido de los zapatos en las tablas, el cortinaje se abre y 6 internas aparecen dispersas en el escenario. ‘Natalia’ inicia su narración sin especificar cuál fue su delito, está sentenciada a 16 años de cárcel. “El motivo de mi detención no importa, lo que importa es que perdí lo más valioso de mi existencia y no habrá ni juez ni fiscal que me lo devuelva. No pude estar con mi madre en su lucha contra el cáncer y hace un año y 3 meses falleció”.

El dolor parece viajar en sus palabras y contagiar al centenar de personas que la observan desde las butacas azules. Una historia es más triste que otra, o todas son iguales de triste, eso depende del sentimiento de cada quien.

Mileidy, en cambio, ha pasado en la cárcel más de 6 de los 12 años a los que fue condenada. Es extranjera y hace cuatro meses se enteró de que su hijo mayor falleció en un accidente de tránsito. “Me decían que estaba en el hospital y que pedía que no lo dejaran morir hasta que yo llegara, pues yo le había prometido que regresaría. No me pude despedir de él y quiero salir pronto, porque siento que no descansa en paz”, Mileidy no aguanta más, se deja caer de rodillas al suelo y llora. Entre quienes la observan se puede escuchar a más de uno sollozando.

La rapidez del paso de una historia a otra no da tiempo a reponerse. ‘Teresa’ dice no ser una mala mujer. Acepta que se equivocó y se confiesa arrepentida por un asesinato del que fue acusada hace 6 años, la misma edad que tiene su único hijo, quien tiene capacidades diferentes.

“Mi esposo me perdonó por la muerte de su madre. El Dios de lo imposible me dio una luz”, declama la privada de libertad y como respuesta, los que comparten sus creencias, dicen a viva voz “amén”, una expresión que se pronuncia al finalizar las oraciones cristianas y que significa ‘así sea’.

Britany se ubica de espaldas al público y mientras detalla que hace 5 años y 2 meses fue detenida, camina hacia la pared del fondo del teatro, donde su sombra se proyecta cada vez más amplia. “Toqué fondo y ni así aprendía, más me hundía. Pero hace 2 meses me encamino hacia la libertad, no al hecho de estar afuera, sino a ser libre porque soy hija de Dios. Les puede sonar ‘cansón’ esto de Dios por aquí y Dios por allá, pero para mí es maravilloso, aprendí a amar a quien debe ser amado, al que me levantó del mundo de las drogas”, lo enfatiza y eleva el tono de su voz, las lágrimas son reemplazadas por aplausos.

Lo que vivió Tatiana no deja de sorprender. Un hombre del cual se enamoró robó en el local donde ella trabajaba y asesinó a su jefe. “Ayudé a la Policía con toda la información, pero igual me sentenciaron a 7 años de prisión como cómplice”. Ella, al igual que otras compañeras, aprovechan para pedir la revisión de su caso, pues consideran que están injustamente detenidas o que el tiempo impuesto es exagerado.

Dos horas para quienes disfrutan de su libertad puede significar solo el movimiento de las manijas del reloj; ellas querían multiplicar cada minuto y aprovecharlo al máximo.

Al llegar el momento de cantar ‘Color Esperanza’, de Diego Torres, sabían que era el último ‘chance’ para ver a sus familiares entre el público. María Lourdes, la abuela de 65 años que debe pagar 25 años encerrada; Inessa, una lituana que dibuja el rostro de su hija para tenerla cerca hasta el 2017 que se reencuentren; Carolina, quien hace cálculos de cuánto tiempo de cárcel le significa cada kilo de droga que llevaba en una maleta; Liseth, una cubana que movida por las ganas de llegar a EE.UU. usó documentos falsos, y las demás con historias igual de tristes, cantaron movidas por la nostalgia que parecía haberse quedado concentrada en el espacio.

‘Juan’, pariente de una de las actrices, recuerda los principales consejos de las mujeres que volvieron a ver la ciudad: “Hay que escuchar a los padres y aprender a doblar rodillas ante Dios”. (I)

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