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El Telégrafo
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El joven, de 28 años, nació en la isla ubicada en el golfo de guayaquil, es casado y tiene un hijo

Anderson, el primer hombre que imparte justicia de paz en Puná

Anderson Stalin Chávez se paraba en este lugar cuando era niño y soñaba que se dirigía a una multitud.
Anderson Stalin Chávez se paraba en este lugar cuando era niño y soñaba que se dirigía a una multitud.
William Orellana / El Telégrafo
06 de enero de 2016 - 00:00 - Karla Naranjo Álvarez

Anderson Chávez hace un repaso por su infancia. Cuando tenía unos 5 años, hace más de 2 décadas, visualizaba su futuro mientras se paraba descalzo sobre las piedras y las conchas que cubrían el borde del estero que divide en dos sectores la cabecera parroquial de la isla Puná: Barrio Lindo y Puná Alta. Moviendo sus manos, mirando al frente, se dirigía a una multitud imaginaria a la que le prometía que sería el presidente de la Junta Parroquial. Él sigue convencido de aquello y está edificando el camino para llegar a la meta que inocentemente se planteó cuando era niño.

Ahora, a sus 28 años, se detiene en el mismo sitio. Las conchas y las piedras fueron cubiertas por tierra y adoquines hace unos 3 años, pero sus sueños no fueron enterrados.

Otra vez ahí, frente a la casa de sus padres y dándole la espalda al estero, repite que obtendrá aquella dignidad y trabajará por el beneficio del pueblo que es parroquia rural del cantón Guayaquil y la tercera isla más grande de Ecuador, tras Isabela y Santa Cruz, en Galápagos.

Hace 2 meses, Anderson fue elegido juez de Paz por los integrantes de su propia comunidad, con este nombramiento se convierte en la primera persona que impartirá justicia en la jurisdicción, pues en el lugar no existe fiscalía o unidad judicial donde los habitantes puedan acercarse cuando enfrentan algún problema.

Cuando una persona requiere presentar una denuncia debe dirigirse al cantón Playas, eso significa tomar un bote hasta Posorja y embarcarse en un bus hacia su destino. Para otros trámites la travesía es a Guayaquil.

¿Qué hace un juez de Paz?

Un juez de Paz es competente para resolver conflictos individuales, comunitarios, vecinales, así como obligaciones patrimoniales de hasta 5 salarios básicos unificados, es decir, aproximadamente, $ 1.700 y contravenciones que no implican la privación de libertad; nunca casos de violencia intrafamiliar. Si en algún momento llega a conocer un suceso de estos deberá derivarlo a uno de los juzgados.

“Todos ven por sus intereses propios y no por el bien común. Aquí hay mucho consumo de alcohol y buscan resolver los problemas a golpes”, expresa el joven, quien se involucra en diferentes actividades para servir; es más como juez de Paz no recibirá remuneración, solo capacitaciones e implementos de trabajo por el Consejo de la Judicatura (CJ), institución que ha nombrado más de 100 jueces de Paz en todo el país. Solo 2 en la provincia de Guayas, uno de ellos en la isla Puná. Anderson agregó que los principales problemas en su pueblo son los conflictos vecinales.

Sara Pérez, su madre, narra que Anderson desde niño decía que no sería pescador como la mayoría de los habitantes de la isla y aprovechaba para prepararse cuando llegaban grupos de capacitadores a su pueblo. Los otros 2 hijos de Sara sí se dedican a la captura de mariscos, pero no por eso dejan de tener la misma importancia para ella.

Luis Chávez, su padre, es carpintero naval y en la planta baja de su casa, que solo tiene los pilares que sostienen la planta alta y una escalera de madera, hay un bote a medio construir, pedazos sueltos de palos y otras herramientas. “Anderson me ayudaba en mi trabajo y también me acompañaba a pescar, pero nunca fue lo suyo, siempre decía que quería servir a la comunidad”, dice.

El joven reconoce que pescar lo consideraba un pasatiempo. Sus labores como juez de Paz las empezará este año en una oficina adecuada en las instalaciones del Gobierno Autónomo Descentralizado (GAD) parroquial, situado junto a la Iglesia de la isla, a pocos pasos de un mirador y unas escaleras que conducen a la playa.

“Espero que el hecho de que busque la paz no le traiga guerra”, agrega Sara, su madre, mientras muestra una fotografía en la que Anderson tenía unos 8 años y vestía un terno color blanco con una hoja con la palabra ‘presidente’.

Anderson, a los 18 años, empezó a trabajar para el Instituto Nacional de la Niñez y la Familia (Innfa) y ha permanecido sirviendo hasta ahora que es el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES). Es técnico familiar en la Unidad de Rehabilitación básica-Puná y realiza terapias a domicilios en las comunidades La Pólvora y Zapote. Bajo su cobertura están alrededor de 150 personas. Emperatriz, una terapista que trabaja con él, sostiene que no pudo haber mejor elección que Anderson, admira su disposición para ayudar.

Crece junto a su esposa

A la isla Puná solo se llega por vía marítima. Hace unos 3 años se tomaban unas viejas lanchas de carga que se demoraban, dependiendo de los vientos, entre 3 y 4 horas para llegar a Guayaquil y asimismo de regreso. Sin embargo, el viaje podía tardar más si se dañaban o se quedaban sin combustible a medio camino.

Peripecias para prepararse

Anderson pasó más de una peripecia en estos desplazamientos, sobre todo los fines de semana cuando obligadamente viaja para asistir a la universidad donde cursa la carrera de Literatura. Recuerda que con la mujer que ha compartido 6 años y tiene un hijo, Briggitte Espinoza, debían salir de madrugada para encontrar un buen puesto en la embarcación para colgar las hamacas y completar sus horas de sueño. Ella cursa en el mismo centro de estudios una licenciatura en lenguas. “Se nos hacía difícil dejar a nuestro hijo, pero tuvimos que ir a la ciudad para progresar”.

A medio camino la lancha se apegaba a un muelle en la comuna Puerto Roma, donde se subían más personas. Cuando la marea estaba muy baja, los habitantes de esa población debían acercarse en canoas hasta la lancha. “Una vez la canoa se viró y llegaron empapados”, cuenta Briggitte.

Aproximadamente 2 horas más tarde llegaban al muelle situado dentro del mercado de la Caraguay, en el sur de Guayaquil, donde esperaban hasta que abrieran las puertas a eso de las 06:00. “Los profesores han entendido nuestra situación y siempre nos han apoyado”, agrega.

En la actualidad hay lanchas rápidas, exclusivas para pasajeros que se toman entre 45 minutos y máximo una hora y media para viajar entre Guayaquil y la isla Puná. Eso ha facilitado un poco los horarios.

“Un hombre no puede alcanzar todas sus metas solo. Una mujer es una ayuda idónea. Nosotros empezamos nuestra relación cuando ella aún era adolescente y en ese entonces ayudábamos a jóvenes para que fueran líderes comunitarios”, expresa Anderson. Briggitte describe a su esposo como alguien carismático, que fomenta el diálogo. “No es la primera vez que ayuda sin esperar nada. Sé que todo lo que hacemos queda de ejemplo para nuestro hijo”. (I)

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