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5to mandamiento (No matarás)

El ‘Doctor Muerte’ hacía que sus víctimas le dejen sus bienes como herencia

El ‘Doctor Muerte’ hacía que sus víctimas le dejen sus bienes como herencia
24 de noviembre de 2017 - 00:00 - Redacción Justicia

Los pacientes que eran atendidos por el doctor John Bodkin Adams eran sus víctimas y a la vez proveedores de su fortuna. A él se le atribuyen 163 muertes.

Adams nació el 21 de enero de 1899 en Randalstown, Irlanda del Norte, un pequeño pueblo de 1.000 habitantes cuyo nombre se debe a la comarca asignada al conde Randal. La quietud es parte de esta localidad, solo unas turbinas rompían la monotonía..., hasta que medio siglo después estuvo en las noticias de todo el mundo como la cuna de un asesino en serie.

Adams, con el título de doctor en medicina fue asignado a Eastbourne, un hermoso sitio en Inglaterra, por el servicio británico de salud.

Edith Alice Morrell era su paciente, ya de edad avanzada, cuyo cuerpo sufría de algún tipo extraño de parálisis que incluso tomó su cerebro. Ella había redactado su testamento y lo modificó en algunas oportunidades. En ocasiones decidió ceder bienes al médico y estos incluían dinero y mobiliario. Llegó el día que su herencia pasó a Adams y, después, excluyó a su doctor de los beneficios.

Esto aceleró su muerte. Un derrame cerebral fue excusa para recibir un cóctel de heroína y morfina. El galeno declaró que su muerte fue por causas naturales y heredó dinero, cubiertos y un Rolls Royce.

Surgieron rumores pero el asunto no pasó a mayores; además el jefe de policía de Eastbourne, Richard Walker, protegía con orgullo la reputación del pueblo, considerado un retiro paradisíaco para gente adinerada. Poner en duda la reputación de Adams era casi impensable, ya que entre sus pacientes se contaba gente eminente.

Siete años después fue el turno de Gertrude Hullett, que de estar lúcida y enferma pasó a un estado de inconsciencia después de firmar documentos que otorgaron bienes valiosos al médico y, también, un vehículo Rolls Royce. El doctor pretendió que un patólogo, Francis Camps, realizara la autopsia cuando aún Hullett estaba viva hasta que falleció el 23 de julio de 1956. Su muerte fue registrada como hemorragia cerebral. Camps acusó a Adams de ‘extrema incompetencia’. Las investigaciones hallaron que fue envenenada con pastillas para dormir.

Hullett, una dama de 49 años, recientemente había enviudado y vivía en una hermosa mansión, desde la cual se apreciaba el Canal de la Mancha. Además asistía a reuniones con miembros de la farándula inglesa, del teatro y la alta sociedad.

Volvieron los comentarios a apuntar a Adams y a su cercanía con viudas ricas y mayores y la muerte de ellas. La Policía local no tuvo más remedio que emprender una investigación, empujada también por noticias y titulares de prensa acerca de una posible agenda siniestra.

Corría 1956 cuando fue detenido para interrogación, sin sospechar la Policía británica que había capturado a un brutal criminal con un largo historial de muertes.

Un colega médico, Leslie Henson, que ejercía en Dublín, llamó al jefe de Policía de Eastbourne para participarle su preocupación e hizo una declaración oficial en una comisaría porque Adams mantuvo sedada a la señora Hullett durante cuatro meses. “Mi mujer y yo vimos cómo se transformaba en una drogadicta”, diría posteriormente. “Asistimos a la desintegración de su mente… Estoy seguro de que las píldoras la llevaron al borde de la locura y que murió por su causa”.

Los resultados del trabajo policial no fueron tan convincentes; no obstante, el 1 de octubre de 1956, confrontaron a Adams con sospechas sobre la muerte de Morrell. En su defensa, el acusado argumentó que su paciente sufría terriblemente por el dolor y quería morir.

El juicio del médico fue en marzo de 1957. Su defensa señaló que la acusación se basaba en los testimonios de enfermeras que habían atendido a la señora Morrell, quienes testificaron que Adams inyectaba a sus pacientes dosis extremadamente excesivas de morfina y heroína.

Cuando todo era complicado para Adams, la defensa de este subió al estrado a las enfermeras y logró que afirmaran que el tratamiento dado a Morrell había sido registrado con celo en una bitácora y que la prescripción se había hecho con pulcritud como corresponde a un procedimiento estándar para un paciente con enfermedad terminal.

Luego se presentaron ocho cuadernos con las firmas de las enfermeras. Simultáneamente, el defensor de Adams evitó que su defendido suba al estrado y no permitió que se presentara ninguna prueba del caso de Gertrude Hullett.

El 15 de abril de 1957, el jurado tardó solo unos minutos para encontrar a John Adams no culpable y fue absuelto. La Policía y la prensa opinaron distinto y comenzaron con la teoría de que el médico era culpable, no solo de dos asesinatos, sino de la muerte de muchos pacientes.

Adams renunció al Servicio Nacional de Salud. Posteriormente se lo halló culpable por falsificar recetas. Se lo multó con 2.200 libras esterlinas y fue eliminado del Registro Médico. En 1961 fue reintegrado como médico general. Paralelamente, los periódicos publicaban grandes titulares sensacionalistas y escandalosas revelaciones. Scotland Yard investigó un envenenamiento masivo, ya eran 25 muertes que caían en el gran misterio de Eastbourne. Además se revisaron 400 testamentos y creció el concepto de que el doctor era un asesino potencial que había envenenado a mujeres en los últimos 20 años.

La mayor parte de los cuerpos habían sido incinerados, o se habían degradado tanto que quedaban fuera de las posibilidades de la ciencia forense. Adams, tras las nuevas pesquisas, aparecía como un médico codicioso, de dudosos principios, un cazador de legados insaciable.

Las declaraciones de abogados y gerentes de bancos eran unánimes en una cosa: la insistencia y la presión que el médico ejercía sobre sus pacientes para que modificaran sus testamentos a su favor, llegando hasta el límite de guiar él mismo la mano moribunda del testador, incluso registraba las casas en busca de objetos de valor.

Una anciana declaró oír cómo Adams quería convencer a su esposo de que el médico podía hacerse cargo de ella. También se encontraron pruebas de falsificaciones y extorsiones. Una nueva investigación sacó a la luz 132 testamentos que sumaban 45.000 libras esterlinas en legados a su favor.

Scotland Yard también desenterró los cadáveres de Hilda y Clara Neil Miller, unas hermanas solteronas que murieron en 1953 y 1954. Hilda le dejó la herencia a Clara y esta se la legó a su médico. Uno a uno los muertos engrosaron la lista, 163 fue la fatal cifra final.

John Adams, quien falleció en 1983, puso en práctica la frase usada por el semanario americano True Detective: “Mejor matar que curar”.(I)

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