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El Telégrafo

Drogas: el debate ausente

Drogas: el debate ausente
31 de enero de 2013 - 00:00 - Fernando Escobar Páez

Las drogas naturales se hallan presentes en el planeta desde mucho antes que la humanidad. Surgen como mecanismo de las plantas para defenderse de sus predadores. Toda planta tiene cierto nivel de toxicidad y de cualquier fruto o vegetal fermentado se puede producir alcohol.

La paleobotánica ha confirmado que antes del Neolítico el maíz arcaico, la vid silvestre y muchos otros alimentos cotidianos hoy en día, eran demasiado tóxicos para el consumo animal. Las drogas están ligadas a la evolución de la vida en nuestro planeta, de allí que pretender erradicarlas es absurdo e irracional.

Incluso pueden haber desarrollado un papel clave en la filogénesis humana, tal como propone el filósofo y etnobotánico, Terence Mckenna, en su teoría conocida como “El mono dopado”. En ella Mckenna propone a la psilocibina, sustancia activa de los hongos alucinógenos, como  principal responsable de este salto evolutivo. Según esa versión, uno de los grupos de homínidos consumió, buscando alimentos, hongos alucinógenos.  

La consecuencia fue la aceleración en el desarrollo de la corteza cerebral, lo cual eventualmente derivó en el nacimiento del lenguaje, consagrándose así un significativo adelanto neuroevolutivo indispensable para sentar las bases de la sociedad humana.

Los orígenes de la prohibición

Contrariamente a lo que afirman los prohibicionistas, las drogas no son un invento de seres humanos degenerados, aunque algunas de las drogas ilegales y casi todas las legales obedecen a necesidades creadas por la industria farmacéutica e incluso –como en el caso del LSD- por la industria militar.    

Si bien no podemos precisar una fecha exacta ni el cómo los primeros homínidos descubrieron las drogas, el origen de la prohibición sí es claro: nace con el cristianismo primitivo, cuando San Pablo en su Epístola 21 a los Gálatas, condena a las borracheras y fiestas estrepitosas inducidas por “la conducta relajada”.

Posteriormente surgen bizarras sectas abstemias como los cátaros, acuarianos y muchos más, para quienes la embriaguez es pecado mortal.

En occidente la Santa Inquisición asocia las drogas con la brujería y las orgías. Se habla de pociones malignas que permiten a las mujeres tener contacto carnal con el Diablo y esta herejía es castigada con tortura y muerte. Obviamente tanta crueldad no consiguió acabar con las drogas, y mientras se castigaba al pueblo, los poderosos siguieron disfrutando de los paraísos artificiales a los que siglos más tarde cantaría Charles Baudelaire.

Con el surgimiento de los estados-nación, el desarrollo de la farmacéutica y, sobre todo, con la apertura de nuevos mercados, acaba momentáneamente la prohibición. Los padres fundadores de los Estados Unidos consideran al cáñamo de marihuana como el futuro de su nación, George Washington, hizo varias alusiones concretas y positivas en relación a esta planta.

Como ejemplo tenemos la carta escrita al doctor James Anderson, el 26 de mayo de 1794, en la que confiesa que la “preparación artificial de cannabis originaria de Silesia es verdaderamente una maravilla”; John Adams, segundo presidente de Estados Unidos escribió:  “Desearemos un mundo de cannabis para nuestro propio consumo”; y Thomas Jefferson comentó que  “el más grande servicio que se le puede hacer a un país es agregar una planta útil a su cultura… el cáñamo es primordial para el bienestar y la protección de nuestro país”.

Irónicamente, la nueva ola de prohibicionismo, la actual, surge en los Estados Unidos, de la mano de grupos ultraconservadores cristianos abiertamente xenófobos a inicios del siglo pasado. El opio fue prohibido debido a la masiva inmigración china, el alcohol por miedo a irlandeses y judíos, dando origen a la “Ley Seca” y, en consecuencia, a la mafia, los negros y sus reivindicaciones políticas fueron asociados con la cocaína y los mexicanos llegados poco antes de la Gran Depresión, con la marihuana.

Así es como surge la guerra contra las drogas de nuestros días sostenida por el cabildeo de las industrias petroquímica, textil, tabacalera, farmacéutica, entre otras, dueñas de poderosos lobbys en Washington y financistas de las campañas electorales estadounidenses.

El sociólogo Robert K. Merton escribió sobre “la profecía autocumplida”, concepto válido para definir la lucha contra las drogas. Ya lo advirtió un editorial de la revista Medical Record de New York en 1921: “querer curar un vicio llamándole enfermedad y delito, es un modo infalible de convertirlo en enfermedad y delito”. Basta contrastar la política sobre drogas de México y Holanda, el primer país aterrorizado e impotente ante los sanguinarios carteles de la droga, mientras Holanda tiene que clausurar sus prisiones debido a la falta de delincuentes.

Tabú en tiempos electorales

En la presente campaña electoral, el tema de políticas públicas frente a las drogas ha brillado por su ausencia. Es un tema tabú, razón por la cual la mayoría de candidatos prefiere evitarlo.

El único que se ha pronunciado –aunque de una forma escueta- sobre la necesidad de abrir el debate sobre la despenalización del consumo de drogas, es  Norman Wray. En contraste, el también candidato Nelson Zavala, pastor evangélico de profesión, ha satanizado –literal y figuradamente- cualquier iniciativa al respecto.

La política ecuatoriana es tradicionalmente conservadora, sobre todo cuando se trata de tópicos que pueden herir la susceptibilidad de la Iglesia. Si bien vivimos en un Estado laico, tenemos que los dos candidatos más fuertes, Rafael Correa y Guillermo Lasso, han dejado en claro su confesión religiosa y su apego a los valores del catolicismo. Aunque Correa ha tenido varios roces con la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, sobre todo cuando su presidente monseñor Antonio Arregui ha intervenido en política, es claro que la formación salesiana del candidato/presidente influye en que su posición sea contraria a la despenalización del consumo de drogas. De su parte, Lasso ha sido asociado con el Opus Dei, la facción más reaccionaria de la Iglesia Católica y representada por el mismo monseñor Arregui.

Cuando los candidatos han mencionado el tema drogas en su campaña, lo hacen orientados hacia la seguridad nacional y no desde la salud pública. Se habla de combate al narcotráfico y al lavado de activos, temas importantes sin duda, sobre todo debido a la posición estratégica de nuestro país, enclavado en medio de los dos mayores productores de cocaína del mundo: Perú y Colombia.

Cabe señalar que este Gobierno ha conseguido incautar cantidades récord de droga, pese a no contar con el apoyo logístico y financiero que supuestamente otorgaba Estados Unidos con su base militar en Manta.

Pero el mayor logro –visto desde una perspectiva humana- consiste en el trabajo del Ministerio de Salud al clausurar varios mal llamados “centros de rehabilitación” clandestinos. Estos lugares funcionaban sin permiso, no cumplían con los parámetros mínimos de salubridad y los internos –muchos de ellos detenidos contra su voluntad- se hallaban expuestos al hacinamiento y vejaciones constantes.

Mención aparte merecen las acciones del colectivo DiabloUma, que a fines de abril de 2012 realizó foros y una marcha por “el día mundial de la marihuana”. Presentó una propuesta sobre el autocultivo y la producción industrial de cannabis, con la intención de que sea debatida cuando se reforme el capítulo octavo del código orgánico integral penal. Lamentablemente, la propuesta de este colectivo -amén de las groseras faltas ortográficas del documento que presentó y que se puede encontrar en su página web- adolece de una serie de incongruencias, afirmaciones imposibles de comprobar, como esta cita textual de la página 7: “el cannabis también tuvo aplicaciones, uno de los hechos que la iglesia se ha dedicado a ocultar es el uso medicinal por el mismo Jesucristo”.

En lugar de abordar el tema dentro del marco de la salud pública y de mencionar que la despenalización debe ir de la mano de campañas preventivas y de educación, el texto pone énfasis en la “lucha contra el imperialismo”, lo cual demuestra que se trata de una iniciativa ideológica con tintes proselitistas que pasa por alto aspectos técnicos y legales indispensables en el debate.

Perspectivas

Independientemente de quién resulte ganador en la contienda electoral, la sociedad ecuatoriana se debe sincerar y aceptar que las drogas van más allá de la seguridad nacional. Se trata de un problema de salud pública  que requiere un debate urgente en el que no hay cabida para ideologías extremas, pues estas han bloqueado cualquier iniciativa, ya sea desde la religión o desde un activismo torpe, como los mencionados DiabloUma.

La despenalización del consumo de drogas es una tendencia mundial, recordemos que en las últimas elecciones estadounidenses –el país que impulsó la actual prohibición- los estados de Colorado y Washington aprobaron vía referéndum el uso recreativo de marihuana, sumándose a 17 estados que permiten su uso medicinal. En un caso más cercano a nuestra idiosincrasia, Uruguay está debatiendo sobre la legalización del consumo de marihuana como un mecanismo para arrebatarle el mercado a los grupos delictivos, controlar la calidad del producto y poder identificar a los consumidores problemáticos que requieran tratamiento de su adicción.

Pero no basta con debatir para llegar al punto donde la despenalización sea viable, es indispensable que se diseñen programas de salud y educación preventivos para desalentar el consumo, esto debe ir de la mano de una reforma al Código Penal en la que el consumidor deje de ser criminalizado y recupere su dignidad. También se debe entender que hay diversos tipos de drogas y de usuarios, no se puede aplicar el mismo tratamiento a un consumidor de marihuana que a uno de heroína, de la misma forma que una mula del narcotráfico no merece el mismo castigo que un capo de la droga.  

* Quito, 1982. Poeta y narrador. Textos suyos constan en varias revistas y antologías de poesía nacionales y extranjeras.

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