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El Telégrafo
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Su pequeño rancho queda en el km 14 de la av. león febres-cordero

Los Sánchez Aguirre continúan fieles a la tierra

El centro comercial River Plaza sirve de contraste en medio del corral donde están las vacas de Sánchez.
El centro comercial River Plaza sirve de contraste en medio del corral donde están las vacas de Sánchez.
Alfredo Piedrahía / El Telégrafo
17 de octubre de 2016 - 00:00 - Redacción Guayaquil

Cuando Geovanny Sánchez Herrera tenía 15 años, hace 50, el sitio donde hoy se encuentra parado distaba mucho de  lo que es ahora. El puente que une Daule con Guayaquil era solo una desmesurada profecía y los cerros cercanos eran el hábitat de guatusas, venados y otros cuadrúpedos comestibles.

De aquella época lejana lo único que se mantiene igual es el río Daule, del cual extraían, especialmente en invierno, bagres bigotudos, robalos y corvinas de gran tamaño.

Su padre, Luis Felipe Sánchez González, en ese entonces, lo había instruido en todos los menesteres de la hacienda San Jorge, es decir, de ese mismo lugar en el que está ahora, recordando cómo era la vida de antaño.

“En esa época no había carretera -señala la avenida León Febres Cordero- ni nada de lo que ve ahora. Mi padre heredó estas tierras de su padre, mi abuelo, Luis Felipe Sánchez Valenzuela, un colombiano que era dueño también de la hacienda San Antonio, de lo que se ve allá al frente”, cuenta Geovanny, echando la memoria hacia atrás.

Cuando su abuelo murió, de un ataque al corazón, tenía más de 1.000 cabezas de ganado y su padre se hizo cargo de atenderlas junto con él, que “desde chico mismo me echaron al monte. Mi padre siempre iba a trote en su  caballo y yo atrás, en un caballo más pequeño, viendo cómo era el trabajo, siguiéndole el paso”.

Eso de ver cómo era el trabajo lo aprendió rápido. Dice que, en invierno, ese montón de ganado había que llevarlo hasta otra hacienda en Samborondón, porque eran tierra más altas; en verano lo traían de vuelta y así la lidia del ganado la fue afianzando a puro pulso.

Al morir su padre, también de un ataque cardiaco -“al hombre le gustaba comer pollo frito y cerdo, todos los alimentos con grasa”-, repartió las tierras entre todos sus hijos y a él le toco también su parte.

Así, desde su pequeña parcela que no tiene linderos y que la mide “solo al ojo”, fue viendo cómo todo el sector se fue poblando de ciudadelas: del lado de al frente se construyó La Joya, más atrás Villa del Rey, así como un gran supermercado. Del mismo lado de sus tierras, a unos 300 metros, está el centro comercial River Plaza y, más allá, otras urbanizaciones.

“Antes lo que se veía pasar eran los vaqueros a caballo, no había carros, como ahora, ni mucho ruido”.

El avance del urbanismo lo ha dejado prácticamente arrinconado, pues una hermana suya sucumbió a uno oferta y vendió su parcela a los propietarios de una gasolinera PDV.

“Por aquí han venido muchas veces a ofrecerme una buena plata -no dice cuánto- por mis tierritas, pero uno cómo va a vender, si esto es herencia de mi padre y de mi abuelo; esto les voy a dejar a mis hijos y a mi esposa. Nadie me puede obligar”.

Lo que sí han recibido él y su familia -conformada por su esposa Juana y sus hijos Geovanny, Andy y Danny- son presiones del Municipio de Daule para que deje sus ancestrales ocupaciones: la ganadería, porque como que no va muy acorde con el sector, en especial en estos tiempos modernos.

Siempre sonriente, el hombre acepta que, con el tiempo, sus 15 vacas y un caballo tendrán que ir desapareciendo, pero le cuesta trabajo aceptarlo porque son parte de su identidad y de una actividad a la que le ha dedicado toda su vida.

“Aquí ya no se ve nada de lo de antes. Mis animales no los puedo sacar a pastar porque es peligroso por el tráfico de carros. Ya solo me quedan unos cuantos, pero debo tenerlos encerrados en el corral, tal como ve usted allí. Una vez hasta me robaron los cuatreros”.

Fiel a sus orígenes montunos, en la parte trasera de su lote, a pocos metros del Daule, don Geovanny tiene lo que él llama “una pequeña finquita”, compuesta por unos pocos árboles de mango, plátano, guineo y maracuyá, a los cuales pasa revista todas las mañanas.

Asimismo, está a la espera de que llegue el invierno y el río, como en sus buenos tiempos, provea los peces necesarios para la comida. Mientras tanto, él y su familia seguirán siendo los últimos sobrevivientes de la hacienda San Jorge. (I)

Don Geovanny Sánchez Herrera, de 65 años, nació y se crió en esas tierras dauleñas a las que ama porque son su herencia. Quiere dejárselas a sus hijos y descendientes. Foto: Alfredo Piedrahíta

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