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El Telégrafo
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La atención empieza a las 20:00, pero la cola para ingresar está desde las 18:00

Los mayoristas ponen la bulla y el movimiento en la Caraguay

Los sábados en la noche este centro de abastos recibe la visita de los dueños de las picanterías.
Los sábados en la noche este centro de abastos recibe la visita de los dueños de las picanterías.
Foto: José Morán / El Telégrafo
22 de octubre de 2016 - 00:00 - Johnny Alvarado

Lupo corre con una gaveta repleta de corvinas. Las huellas de sus botas ‘7 vidas’ quedan marcadas en el piso. El tiempo apremia y cada viaje le representa $ 1. En la otra esquina está Fifi, un esmeraldeño de 14 años muy delgado que con una tabla se oficia como estibador de cangrejos. Ambos compiten por cargar lo que los mayoristas adquieren, pero la contienda es dura. Batallan con 10 compañeros de oficio.

Ellos, los estibadores, ponen el movimiento, pero la bullaranga se la chantan a los vendedores, quienes desde sus locales gritan y promocionan sus ofertas. “¡Venga varón. Aquí la mejor picuda y el buen camarón!” asegura Nacho Zambrano. Mientras Joselo Quimí oferta la albacora para el encebollado y el bonito sierra para un sudado.

El sitio que fue construido por el Cabildo porteño en el 2000 está destinado a la venta de mariscos para mayoristas y minoristas.

En las mañana las amas de casa y los propietarios de pequeños negocios realizan sus compras. En esta ala del marcado no solo se vende mariscos sino también legumbres y frutas. Es el sector del menudo, así lo reconoce Jimmy Preciado, un vendedor de carne. “Esta zona permanece abierta hasta pasadas las 16:00 y de ahí se cierra. Aquí se vende por libra o por pilo”.

Las noches del negocio

Desde las 18:00, en la puerta en donde se instalan los mayoristas de mariscos se aglutinan los dueños de picanterías y distribuidores. De 18:30 a 20:00 llegan en lancha o por vía terrestre, pescado, camarones, conchas, pulpo, cangrejos y jaibas. Llegan desde puertos guayasenses y manabitas.

A las 20:00 se abren las puertas y el comercio empieza a fluir. Los compradores van donde sus caseros y otros menos diestros empiezan a recorrer todo el mercado. Buscan precios económicos pero su volumen de compra es mínimo.

José Tumbaco, quien vende camarones y conchas, dice que evita vender por menos de 20 libras de camarón. “No es capricho, pero en este sector se vende a quienes deseen más de 50 libras. Si vendo al menudeo paso tiempo”.

Vicente Orrala de 56 años, apenas ingresa busca el local de Alfonso Camacho. Él le vende 5 quintales de albacora. Con eso se las arregla para vender encebollado durante 4 días en su local de Trinitaria, frente al tanque de Interagua.

Orrala paga por todo $ 600 y luego de comprar busca a Freddy Lindao, más conocido como ‘Garrote’. Él es el encargado de limpiar el pescado. Saca las vísceras, la piel y los huesos y deja solo la carne. El trabajo que realiza cuesta $ 10 y tarda más de 40 minutos.

“Esto me genera un ahorro de tiempo y garantiza que el plato que vendo sea de calidad”.

La mayoría de vendedores usan mandiles y botas de caucho. Todos cargan un filudo machete en el cinto o en la mano. Aunque el sitio es algo insalubre, los supervisores merodean el lugar para tratar de mantenerlos limpio. El piso permanece mojado y el olor a mariscos incomoda a más de un visitante.

El griterío de los comerciantes se confunde con el ruido de las radios. Algunos escuchan salsa y otros boleros. En los pasillos los estibadores no se detienen. La pelea es hombro a hombro por ganarse el dólar que cuesta la cargada. Lupo y Fifi lo saben y no dan el brazo a torcer. (I)

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